Eutopia. Revista de Desarrollo Económico Territorial N.° 18, junio 2021, pp. 11-28
ISSN 13905708/e-ISSN 26028239
DOI: 10.17141/eutopia.18.2020.4663
Políticas
públicas de desarrollo territorial rural:
instrumentos para
enfrentar la crisis
Public policies for
rural territorial development:
Some tools to face
the crisis
João
Torrens. IICA,
consultor independiente. joaotorrens@gmail.com
http://orcid.org/0000-0003-3907-1124
Recibido: 14/09/2020 • Aceptado: 21/10/2020
Publicado: 16/12/2020
Cómo citar este artículo:Torrens,
João. 2020. “Políticas públicas de desarrollo territorial rural: instrumentos
para enfrentar la crisis”. Eutopía. Revista de Desarrollo Territorial
18: 11-28. DOI: 10.17141/eutopia.18.2020.4663
Resumen: El actual escenario de
crisis global, agravado por la emergencia de la pandemia del COVID-19, ha
evidenciado la necesidad de una mirada multidimensional sobre los graves
problemas de la sociedad. Este artículo enfatiza los principales aportes
conceptuales del abordaje territorial para su aplicación en las políticas
públicas y presenta un conjunto de recomendaciones para la construcción de
políticas públicas innovadoras de desarrollo rural, en el ámbito del contexto
post pandemia. Valoriza la importancia de la incorporación de este enfoque en
las políticas de desarrollo como una herramienta del conocimiento capaz de
apoyar las medidas de enfrentamiento a la crisis, desde la perspectiva del
cumplimento de la Agenda 2030 del Desarrollo Sostenible.
Palabras clave:
crisis; desarrollo territorial rural; enfoque territorial; pandemia del
COVID-19; políticas públicas.
Abstract
: The current global crisis scenario, aggravated by the emergence
generated by COVID-19 pandemic, has shown the need for
a multidimensional look at the serious
problems of society. This article
emphasizes the main conceptual contributions of the territorial approach for its
application in public policies and presents a set of recommendations for the construction
of innovative public policies for rural development, in the situation of the
post-pandemic context. It values the
importance of incorporating this approach into development
policies as a knowledge tool capable of
supporting measures to manage the
crisis, from the perspective of compliance with the 2030 Agenda for Sustainable Development.
Keywords: crisis; rural
territorial development; territorial approach; COVID-19 pandemic; public policies.
Introducción
La complejidad de las múltiples crisis, profundizadas debido a los impactos del SARSCoV 2, en las dimensiones social, económica y política, demuestra que las capacidades de interpretación y de respuesta colectiva se ven tan sacudidas cuanto las relaciones que estructuran las sociedades contemporáneas. Lo que se presentaba para la gran mayoría de la población como algo “inesperado”, “improbable” o “imprevisible” ha desarticulado violentamente el cotidiano. La emergencia de este virus y sus efectos en las diferentes áreas amplía las exigencias de investigaciones acerca del significado de la crisis multifacética vivida por la Humanidad, en las primeras décadas del siglo XXI.
Además, este
fenómeno global impone dos desafíos centrales para los procesos de gestión del
conocimiento: de un lado, desarrollar una reflexión sobre las causas de la
crisis y las acciones inmediatas que respondan a las urgencias de la actual
coyuntura y, de otro, diseñar estrategias y formular propuestas de
reorganización estructural de las sociedades y las economías en un contexto
post emergencia, con una visión estratégica de largo plazo. Sin embargo, para
que sean duraderos, estos aportes necesitan ser elaborados con base en el
diálogo e involucramiento de los diferentes sectores (sociales, económicos,
políticos, culturales y ambientales), de manera que los análisis y
proposiciones construidos colectivamente sirvan para proteger la vida humana y
los ecosistemas, dinamizar la economía con sostenibilidad, resiliencia y
equidad, y salvaguardar la democracia y sus instituciones.
Desde
esta perspectiva, es recomendable que estos planteamientos estén referenciados
estratégicamente en las orientaciones firmadas en diversos acuerdos y pactos
internacionales, en especial para la Agenda 2030 del Desarrollo Sostenible
(Naciones Unidas 2015a) y el Acuerdo de París (Naciones Unidas 2015b),
plataformas institucionales de escala global que presentan puntos de partida
básicos para la construcción de una agenda de cambios adecuada a los desafíos
impuestos por la crisis del modelo civilizacional (Morin 2011). Particularmente
en el caso de la Agenda 2030, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS)
representan un campo de compromisos y acuerdos que solo serán viabilizados a
partir de una acción estratégica de carácter multisectorial, dónde cada uno de
los 17 ODS y cada una de las 169 Metas se articulen y se integren de forma
sinérgica.
En verdad, la actual
crisis sanitaria de escala planetaria provocada pela pandemia del COVID-19
viene a sumarse a las crisis estructurales que se han venido agravando en las
últimas décadas: del punto de vista ecológico, ambiental y energético, revela
la urgencia de establecer un padrón de desarrollo y de organización de la vida
social que favorezca la emergencia de una nueva relación entre el ser humano y
la ecosfera, en general, y los ecosistemas y la
biodiversidad, en específico. Un elemento decisivo para la promoción de este
cambio es la diversificación de la matriz energética, con el consecuente
aumento de la participación de las energías renovables (Asturias y Arias 2016),
o sea, la conformación de una matriz ambientalmente responsable con la
preservación de los mecanismos de regulación sistémica del planeta. En el
ámbito económico y social, el diseño todavía tímido de alternativas para
solucionar la crisis del capital que se prolonga, por lo menos, desde 2008 (Dowbor 2019), la crecente concentración de las riquezas con
el consecuente aumento de las desigualdades sociales (OXFAM 2017), el
agravamiento de las migraciones internacionales (OIM 2019), la manutención de
las altas tasas de pobreza y hambre (FAO, FIDA, OMS, PMA y UNI-CEF 2019), y la
exacerbación de antivalores (discriminación, perjuicio, intolerancia, odio,
mentira) representan manifestaciones objetivas actual crisis civilizatoria.
Adicionalmente, en el plan político-institucional, es posible identificar la
crisis del multilateralismo, la continuidad de guerras y conflictos bélicos,
las crisis de las formas de estructuración y representación política del Estado
moderno, y las amenazas a las instituciones democráticas. La articulación
sistémica de estas crisis interdependientes conforma un contexto global
extremamente complejo y repleto de incertidumbres sobre los rumbos de la
futuros de las sociedades contemporáneas.
36 Metas de la Agenda 2030
están asociadas exclusivamente a
los territorios rurales, mientras que 96
dependen indirectamente de su contribución.
Considerando los rasgos
generales de esta crisis civilizatoria, es importante recalcar que muchas de
las soluciones para las situaciones críticas, brevemente enumeradas, repercuten
en la contribución directa e indirecta de los territorios rurales, con sus
instituciones y actores. La Agenda 2030 se constituye en una plataforma
programática global que permite un mayor protagonismo y un nuevo
posicionamiento de las ruralidades en los procesos de desarrollo de los países.
De acuerdo con el análisis realizado por Berdegué y Favareto
(2020, 37), 36 Metas de la Agenda 2030 están asociadas exclusivamente a los
territorios rurales, mientras que 96 dependen indirectamente de su
contribución. Así, para lograr mayor eficiencia en el cumplimiento y alcance de
los resultados previstos, el enfoque territorial sugiere un conjunto ordenado
de principios e instrumentos que sirven como un importante punto de partida
para la implementación de la referida Agenda. Sin embargo, es preciso reconocer
que las lecciones aprendidas, en las últimas dos décadas en la América Latina y
el Caribe, exigen la creación de nuevas institucionalidades e instrumentos
políticos y operativos que sean mejorar ajustados a los ODS.
En este sentido, estas crisis
abren la oportunidad para poner en el centro de la agenda política de los
gobiernos de América Latina y el Caribe la discusión sobre la relevancia
ambiental, social y económica de las ruralidades. Las actividades desarrolladas
en los espacios rurales pueden cumplir un rol vital, por ejemplo, en el cambio
de la matriz energética, la reducción de las emisiones de gases de efecto
invernadero, la preservación de los ecosistemas, paisajes y biodiversidad, el
estrechamiento de los vínculos entre lo rural y lo urbano, y particularmente,
la construcción de una agricultura incluyente, sostenible y resiliente. De
forma complementar, este escenario reafirma la importancia del Estado, como
agente propulsor de estas transformaciones, y de la implementación de políticas
públicas que garanticen la adecuada integración de los diferentes sectores
involucrados en las cadenas de valor.
La coyuntura pospandemia del COVID-19 impondrá profundos desafíos a la
humanidad. Para superarlos, los actores institucionales y sociales necesitarán
profundizar y aplicar nuevos métodos y enfoques. Los efectos de la pandemia
asociados a las crisis planetarias previamente ya existentes (ecológica,
energética, ambiental, económica) evidencian, una vez más, la necesidad de la
construcción de un paradigma capaz de comprender las bases de este contexto
cambiante y de iluminar la definición de alternativas estructurales a estas
crisis entrelazadas.
Permanecer navegando con
base en los principios del paradigma dominante impone límites para enfrentar la
gravedad de los impactos negativos producidos por el SARS-CoV
2 en escala global. Además, en el plan inmediato, restringe la formulación de
estrategias que promuevan la reorganización de las sociedades y la economía,
desde una perspectiva sistémica. Albert Einstein ya afirmaba, en la primera
mitad del siglo pasado, que no se puede cambiar el mundo que creamos sin
cambiar nuestra forma de pensar. Por eso, esta situación emergente revela las
limitaciones de los actuales modelos interpretativos y de análisis, obligando a
un cambio del paradigma hegemónico que orienta las formas dominantes de ver e
intervenir sobre el mundo. Es preciso, por lo tanto, desarrollar la aplicación
de métodos y enfoques que contribuyan para acelerar procesos innovadores de
transformación de las relaciones sociales, económicas y políticas.
Algunos
modelos y enfoques desarrollados en las últimas décadas tienen la oportunidad
de ocupar una posición de mayor destaque para facilitar la emergencia de un
nuevo contexto global. Asociado a los enfoques que enfatizan la complejidad,
multidimensionalidad y la visión sistémica de los fenómenos, la innovación, la
equidad, la diversidad, la sostenibilidad y la resiliencia, entre otros, el
abordaje territorial presenta el potencial para aportar elementos
estructurantes al nuevo paradigma en construcción, pues se ha convertido en el
principal elemento de inspiración para las políticas innovadoras de desarrollo
rural implementadas en América Latina, desde el inicio del siglo XXI. El
enfoque territorial representa, fundamentalmente, una nueva clave de lectura e
intervención planificada sobre los procesos sociales, económicos e
institucionales que ocurren en las zonas rurales, encontrándose presente en la
fundamentación de diversas estrategias de las políticas públicas,[i]
en el discurso de representantes de agencias de cooperación internacional,[ii]
gestores públicos y líderes de organizaciones de la sociedad civil, en especial
de la agricultura familiar, y también los equipos de estudio e investigación vinculados
a importantes centros académicos latinoamericanos.[iii]
Este
artículo pretende concentrar su mirada particular sobre la importancia y
actualidad del enfoque territorial del desarrollo y la visión contemporánea de
la ruralidad, entendida aquí como un espacio social más allá del “campo”. La
primera sesión destaca los principales aportes conceptuales que sustentan esta
perspectiva de análisis de los espacios rurales, destacando su aplicación en
las políticas públicas, en un contexto de enfrentamiento de la pandemia. De
acuerdo con este abordaje, se presentan algunos elementos que facilitan una
comprensión actualizada acerca del significado de la complejidad de las
relaciones de interdependencia entre las diferentes dimensiones de las
ruralidades, entre lo rural y lo urbano y entre los diferentes segmentos
sociales, económicos y políticos que constituyen los territorios rurales en los
países latinoamericanos y caribeños. La difusión social de esta visión más
integradora sobre la importancia de los espacios rurales gana mayor interés en
un contexto post pandemia. Con base en estos elementos de análisis, la segunda
sesión enfatiza las bases de un conjunto de políticas públicas de desarrollo
que muestran grandes potencialidades para promover las transformaciones
estructurales tan necesarias a los territorios rurales.
Premisas conceptuales del enfoque territorial
En primer lugar, es
importante reafirmar la relevancia del enfoque territorial como una herramienta
del conocimiento que propugna una ruptura con el abordaje sectorial, de bases
agrarista, que subraya o reduce lo rural a su dimensión agrícola. El enfoque
territorial propone una renovación radical de este modelo cognitivo. Estimula
una profunda revalorización de los espacios rurales, desmitificando las
visiones tradicionalmente incorporadas en la sociedad. En estos términos, una
lectura actualizada y afirmativa implica en reconocer la diversidad y
multidimensionalidad de las ruralidades y la relevancia de la
multifuncionalidad de las actividades desarrolladas en su interior, en
particular por la agricultura familiar. El reconocimiento de la heterogeneidad
y especificidades de los “sistemas territoriales de organización rural”
(Torrens 2017), así como de la multiplicidad de los actores que los integran y
construyen, es condición sine qua non
para repensar las estrategias de acción de los territorios rurales.
Esta perspectiva permite
analizar a lo rural como un espacio vivo y dinámico, dónde las relaciones
sociales establecidas entre instituciones, empresas y actores sociales definen
las particularidades de cada territorio. Por tanto, se percibe a los
territorios como fruto de un proceso de construcción social y no determinado
por las condicionalidades geográficas o las definiciones administrativas del
marco normativo del Estado. Además, difiere frontalmente de las nociones
tradicionales que asocian mecánicamente la imagen do lo rural como un espacio
del “atraso” o como un “residuo de lo urbano” (Miranda 2015) y que vincula la
representación simbólica de los productores familiares a la “pobreza”. Desde
una perspectiva más estratégica, esta lectura renovada valoriza también la
importancia del lugar ocupado por los territorios rurales en los procesos de
desarrollo de las sociedades, a partir de una evaluación no restricta a los
indicadores económicos.
Esta concepción contemporánea
de la ruralidad subraya las interrelaciones complejas entre lo rural, como
expresión del “campo” y sus actividades agrícolas y no agrícolas, y los
espacios urbanos, superándose la visión dicotómica y excluyente entre campo y
ciudad. La nueva ruralidad implica trabajar desde un enfoque integrador,
comprendiendo que los territorios rurales incluyen también a los núcleos
urbanos de aquellos agrupamientos de municipios cuyas dinámicas estén
condicionadas predominantemente por la diversidad de las actividades
desarrolladas en estos espacios. Esto significa decir que el enfoque
territorial destaca la creciente interdependencia e integración rural-urbana y
las articulaciones entre las instituciones, los sectores y los actores
sociales, económicos y políticos que intervienen en estos espacios.
Sin embargo, es preciso
resaltar que esta concepción de trabajo no ha sido debidamente incorporada por
la mayoría de las políticas públicas de incentivo al desarrollo territorial
rural en América Latina, pues, en general, estas han priorizado un actor social
(la agricultura familiar) y los proyectos apoyados con los recursos públicos
del Estado han sido direccionados para atender a las demandas específicas de
este segmento social de las poblaciones rurales. Pocas iniciativas financiadas
por estos programas públicos han buscado fortalecer procesos más amplios de
articulación entre los actores rurales y urbanos o de integración de las
acciones del sector agrícola con otros sectores. En verdad, estas oportunidades
de actuación para incidir en temas estructurales de la organización rural han
sido menospreciados por las institucionalidades responsables por la
implementación de estas políticas con enfoque territorial.
Del punto de vista de la
política pública, el enfoque territorial se contrapone también a los resultados
alcanzados por las visiones centralizadas y descendentes de implementación de
las políticas gubernamentales de corte sectorial, históricamente practicadas
por diferentes gobiernos. Para que sean eficientes y eficaces en su ejecución,
las estrategias y políticas públicas innovadoras, basadas en una perspectiva
territorial, necesitan estar fundadas en un arreglo político-institucional más
plural. Entre los objetivos de esta nueva institucionalidad está la coordinación
e integración intersectorial de las políticas de desarrollo[iv]
para que las acciones gubernamentales en los territorios tengan un sentido
estratégico y respeten las características, particularidades y condiciones de
cada espacio social. De manera complementar, las acciones promovidas por las
instituciones gubernamentales necesitan valorizar la articulación entre las
diferentes escalas de actuación (desde lo nacional, pasando por lo regional, lo
territorial y lo local), así como entre las diversas formas de organización que
actúan en los espacios rurales (organizaciones de los productores
–asociaciones, cooperativas, federaciones, gremios, cajas de ahorro,
movimientos, etc.–, instituciones guberna- mentales, organizaciones de la
sociedad civil, empresas del sector privado, organizaciones pastorales,
religiosas o partidarias, academia y centros de investigación, organismos de
cooperación internacional, etc.), en el marco de un plan de transformación
estructural, de mediano y largo plazo. Otro importante objetivo es la
constitución de un mecanismo de gobernanza relacional (Samper et al. 2016), de
carácter interinstitucional, intersectorial y multiactor,
que facilite el diálogo, la participación plural, la convergencia de visiones e
intereses, la definición de planes estratégicos, la formación de coaliciones
territoriales y, fundamentalmente, que tenga un respaldo político de mayor
nivel para garantizar que las decisiones tomadas puedan ser implementadas en la
práctica.
La pandemia ha
permitido evidenciar la presencia, el rol y
la relevancia de los
agricultores y
agricultoras familiares que
aseguran con su labor
cotidiano
la producción de los alimentos básicos.
Desde
la perspectiva sistémica planteada por el enfoque territorial, los espacios
rurales asumen nuevos contornos conceptuales y significados históricos mucho
más amplios y determinantes que requieren ser reconocidos y trabajados desde el
ámbito de las políticas públicas, impulsando el diseño de estrategias y
mecanismos de acción para “el día después” a la pandemia, que debe ser planeado
de manera estratégica e iniciado desde ya. En este sentido, el fortalecimiento
de las capacidades de autonomía de los actores locales para que se articulen y
coordinen sus iniciativas con las políticas ejecutadas por el poder público
tiene por objetivo establecer las condiciones básicas para la construcción de
un modelo de organización de la sociedad y la economía que responda a las
nuevas exigencias del contexto post pandemia. El empoderamiento de estos
actores será un factor fundamental para la definición de una visión futura de
organización de las sociedades ajustada a las demandas del cambio de época.
El
actual escenario abre una gran oportunidad para pautar un amplio debate
colectivo acerca de la valorización de los territorios rurales y de sus
múltiples contribuciones para el funcionamiento de las sociedades. En
particular, la pandemia ha permitido evidenciar la presencia, el rol y la
relevancia de los agricultores y agricultoras
familiares que aseguran con su labor cotidiano la producción de los alimentos
básicos destinados al funcionamiento de los Sistemas Agroalimentarios y la
garantía de la Seguridad Alimentaria y Nutricional. La manutención de los
procesos de producción, transformación, acopio y comercialización de los
alimentos se ha configurado como uno de los pilares vitales para garantizar las
condiciones de estabilidad alimentaria en la gran mayoría de los países,
contribuyendo para la preservación de la salud de las poblaciones y evitando,
por lo menos hasta el momento, la emergencia de situaciones más críticas
derivadas de una eventual falta de oferta diversificada de estos productos.
Además
de este atributo esencial para la manutención del funcionamiento de las
sociedades, es preciso difundir que la agricultura familiar es responsable
también por el cumplimiento de un conjunto diversificado de funciones que no se
restringen al rol activo que desempeñan en el desarrollo de las actividades
económicas agrícolas y no agrícolas que contribuyen para la dinamización de las
economías territoriales rurales. Cada vez gana más visibilidad la relevancia de
estos actores rurales para asegurar la sostenibilidad ambiental y la
resiliencia de los sistemas de vida frente a los impactos del cambio climático,
tal como se reconoce en la Declaración de las Naciones Unidas para la
Agricultura Familiar 2019-2028 (FAO-FIDA 2019). Las iniciativas de ocupación y
utilización sostenible de los limitados recursos naturales y de la biodiversidad,
como los suelos, las fuentes de agua y humedales, los minerales, los paisajes
naturales, la flora y la fauna, etc., sumadas a los saberes ancestrales y
conocimientos científicos asociados a la ecología, en general, representan
contribuciones no reconocidas y valoradas por la sociedad como un todo.
De
otro lado, el reconocimiento de la diversidad de formas de organización de las
sociedades rurales, portadoras de culturas, identidades, modos de vida,
cosmovisiones y saberes específicos, la implementación de proyectos de
valorización de la riqueza del patrimonio artístico y cultural y la
conformación de diversas organizaciones sociales y redes solidarias que
contribuyen para tejer los lazos de solidaridad y de cohesión social en los
territorios rurales sirven para evidenciar una de las premisas fundantes del
abordaje territorial: lo rural no se resume a lo agrícola (Grisa et al. 2017).
Por
tanto, ha llegado el momento de que las sociedades urbanas reconozcan la
importancia de esta multiplicidad de atributos desarrollados por los actores
rurales que organizan sus actividades en base a la gestión del trabajo familiar
como un aporte fundamental para asegurar el funcionamiento de las sociedades.[v]
La sensibilización y demostración al conjunto de la sociedad sobre la
importancia de estas contribuciones permitirán avanzar hacia nuevas lecturas,
visiones y contratos sociales en el contexto de una sociedad urbano-rural que
requiere repensarse, en sus diferentes dimensiones (económica, social,
cultural, ambiental y política) y escalas. En este sentido, el contexto de la
pandemia abre la posibilidad para que las sociedades reconozcan la contribución
específica de la agricultura familiar, pero principalmente que resignifiquen la
importancia multidimensional de los territorios rurales para la cohesión social
y el bienestar de las poblaciones.
Por lo tanto, el enfoque
territorial viene a sumarse a diversas perspectivas de análisis emergentes
(complejidad, sostenibilidad, resiliencia, equidad, derechos, etc.) que buscan
contribuir para progresivamente establecer las bases de un nuevo paradigma. La
configuración de este cambio facilitará, de un lado, el enfrentamiento de los
complejos, estructurales y multidimensionales problemas vividos en las
sociedades contemporáneas, y, de otro, la construcción de propuestas
innovadoras que solucionen las dificultades históricas enfrentadas en las
diversas áreas. Los impactos desencadenados a partir de la diseminación acelerada
de la pandemia del COVID-19, sobre varias dimensiones de las relaciones humanas
y en una escala global, evidencian la urgencia de renovar los métodos que
fundamentan la interpretación de los complejos procesos sociales y económicos
rurales, bien como de oxigenar la formulación de políticas públicas y las
acciones del Estado para que, en conjunto con las organizaciones de la sociedad
civil, atiendan con especial atención a las particularidades de las sociedades
rurales, evidenciando su importancia estratégica y potencialidades. La
emergencia de este nuevo contexto, provocado por los impactos negativos del
SARS-CoV 2, abre la oportunidad para repensar y
reinventar los rumbos de los territorios rurales en América Latina y el Caribe,
rediseñando las relaciones Estado-sociedad-mercado y las relaciones
sociedad-naturaleza, bajo criterios innovadores, equitativos, sostenibles y
resilientes. Esta nueva forma de pensar y actuar, articulando las diferentes
instituciones, sectores, actores y escalas, se constituye en un elemento
estructurante del cambio paradigmático que se encuentra en construcción.
Recomendaciones para la incorporación del
enfoque territorial en las políticas de desarrollo rural
Las
premisas conceptuales y la relevancia del enfoque territorial para la
construcción de políticas públicas de desarrollo rural en un escenario de
crisis múltiples acentuadas por los impactos negativos del COVID-19 se han
planteado en la primera sesión de este artículo. En esta segunda parte de este
artículo se pretende explorar algunos campos de acción que permitan la
formulación, implementación, gestión y evaluación de estrategias y políticas
públicas basadas en la incorporación de este enfoque, en los distintos ámbitos
y niveles de actuación institucional. Desde esta perspectiva, el Estado se
presenta como el principal motor de los cambios estructurales capaces de
facilitar la emergencia de nuevas relaciones sociales, la dinamización
económica de los territorios rurales y la construcción de arreglos
institucionales plurales y participativos. Así, las oportunidades abiertas por
este complejo escenario de combinación de las crisis ambiental, social,
económica y, en algunos casos, político-institucional, agravado por la
expansión y repercusiones de la pandemia, exigen de los representantes del
poder público, de la sociedad civil y del sector privado la adopción de
abordajes innovadores orientados para construir políticas de Estado que
enfrenten los desafíos estructurales de las sociedades en este nuevo período
histórico. Los referenciales elementales desarrollados en diversos países de la
América Latina con base en el enfoque territorial, particularmente en el plan
operativo de las políticas gubernamentales y las acciones de las organizaciones
de la sociedad civil, por lo menos en las últimas dos décadas, ofrecen un
conjunto de elementos e instrumentos que se constituyen en un avanzado punto de
partida para repensar las estrategias estatales en un escenario post pandemia.
Sin embargo, como todavía se trata de un abordaje en proceso de cons-trucción, nuevas ideas y propuestas tendrán que ser
elaboradas y puestas en marcha para contribuir con el enfrentamiento y
superación de los efectos combinados de esta crisis.
Los territorios deben ser tratados como objetos de las
políticas públicas,
lo que exige el establecimiento de nuevas
institucionalidades
que promuevan
una mayor coordinación al interior de las diferentes instancias y niveles del
Estado.
La adopción de
medidas de promoción del enfo-que territorial en la
construcción de las políticas públicas implica sólidos cambios en las
institucionalidades (Berdegué y Favareto 2020) que
favorezcan la conformación de acuerdos políticos y la implementación de una
agenda del desarrollo equitativo, democrático, sostenible y resiliente. Por
tanto, este primer aspecto enfatiza la afirmación del rol del Estado y de la
planificación de las políticas públicas, para que vuelvan a asumir un rol más
activo, por medio del diseño, ejecución y gestión de políticas estructurales y
también diferenciadas que contribuyan para la dinamización de las actividades y
relaciones socioeconómicas. Esta definición central considera a la diversidad
de los territorios como unidades de referencia (Schneider 2004) para orientar
la coordinación de las acciones del Estado. En este sentido, los territorios
deben ser tratados como objetos de las políticas públicas, lo que exige el
establecimiento de nuevas institucionalidades que promuevan una mayor
coordinación al interior de las diferentes instancias y niveles del Estado,
pero también su articulación con otros sectores de la sociedad, favoreciendo la
emergencia de alianzas público-privadas y coaliciones sociopolíticas que
impulsen las transformaciones necesarias. De una manera general, estos nuevos
arreglos institucionales necesitan incidir sobre tres dimensiones
complementarias:
i.
La conformación y consolidación de una institucionalidad con poder de
convocatoria, integración interinstitucional y articulación intersectorial que
asegure los mecanismos e instrumentos políticos y operativos para organizar una
intervención planificada y descentralizada al interior de las instituciones
gubernamentales. Así, para mejorar la eficiencia en la implementación de estas
políticas, se recomienda que las instituciones del Estado busquen una mayor
articulación de las acciones sectoriales, tanto en el plan horizontal (entre
los entes rectores del gobierno central) como en el plan vertical (entre el
Gobierno central y las otras esferas de los gobiernos descentralizados), con la
finalidad de fortalecer una visión integradora de las acciones del Estado. Un
problema que afecta múltiples dimensiones de la vida social no puede ser
enfrentado con estrategias, políticas y acciones sectoriales, desarrolladas de
manera aislada, sin una visión sistémica, y desarticuladas entre sí. Por eso,
el cambio del enfoque que fundamenta la actual concepción sobre cómo se
estructuran las políticas públicas es una demanda estratégica y urgente. Sin
embrago, a partir de las lecciones aprendidas de las experiencias de
implementación de estas políticas en diferentes países, se observa la necesidad
de crear una institucionalidad que se vincule directamente a esferas de mayor
poder político al interior del Estado, y que no esté subordinada a ministerios
sectoriales (Berdegué y Favareto 2020). ii. De otro lado, se sugiere que las políticas públicas de
desarrollo territorial rural sean gestionadas a partir de criterios
participativos, facilitándose la identificación de las dinámicas regionales
específicas y la implementación de medidas ajustadas a las particularidades de
cada territorio. Para tanto, la creación o fortalecimiento de mecanismos de
gobernanza relacional multiactor (como los consejos,
mesas, plataformas, colegiados, consorcios, etc.), en las diferentes escalas de
actuación, se presenta como una herramienta clave para lograr, de un lado, la
contextualización de las políticas a las demandas de los actores y las
situaciones específicas de los territorios, y, de otro, la gestión compartida
del desarrollo territorial. Asimismo, cabe mencionar que esta herramienta
institucional de promoción de la gestión participativa de las políticas
representa un espacio fundamental para generar lazos de confianza mutua entre
los actores, integrar las expectativas comunes en agendas públicas estratégicas
y construir alianzas y coaliciones políticas que faciliten la incidencia en las
esferas más decisivas del poder. Sin embargo, con el objetivo de cumplir un
papel efectivo en los procesos de democratización de las relaciones entre
Estado y Sociedad, estas instancias necesitan investirse de mayor poder de
decisión, para que no se limiten a meros espacios de consulta política.
iii.
De forma complementaria, la construcción de una política pública de incentivo a
la emergencia y fortalecimiento de sistemas territoriales de innovación es
capaz de catalizar las voluntades individuales y grupales y articularlas
alrededor de proyectos estructurales. Estos sistemas son aquí entendidos como
espacios (institucionalizados o informales) dónde los diferentes actores del
territorio (instituciones gubernamentales, organizaciones y gremios de
productores, empresas privadas, organizaciones de la sociedad civil, academia
y centros de
investigación, etc.) intercambian sus experiencias y desarrollan interacciones
creativas para conformar iniciativas sociales, económicas o culturales
innovadoras. En este sentido, la generación de procesos, plataformas o sistemas
de innovación territorial se configura en una dimensión importante de los
nuevos arreglos institucionales con enfoque territorial, constituyéndose en un
pilar de sustentación de los cambios y transformaciones deseados. La creación
de estos espacios institucionales de interacción creativa de los actores
económicos y sociales y de los sectores públicos y privados es una medida que
facilita la formulación de innovaciones con potencialidades para presentar
alternativas reales que busquen solucionar los problemas o limitaciones del
desarrollo rural, con base en la definición e implementación de una estrategia
de desarrollo territorial rural.
En
el nuevo escenario que se inaugure en la medida que la niebla de las actuales
incertidumbres se descortine, un segundo campo de acción para la incorporación
del abordaje territorial en las agendas políticas nacionales será la
reconstrucción de las economías en un contexto de recesión o desaceleración de
las actividades productivas. La reactivación y dinamización de las economías
rurales, mediante inversiones que impulsen la formación de emprendimientos
territoriales y micro, pequeñas y medianas empresas, es parte constituyente de
este proceso. Por diferentes caminos, los gobiernos de América Latina ya
señalizan para la definición de fondos presupuestarios destinados a esta
finalidad. Sin embargo, a diferencia de procesos anteriores, las nuevas
políticas necesitan ser pensadas de manera más integral. En este sentido, las
políticas de dinamización económica y de inclusión social y productiva en los
territorios rurales tendrán que combinarse con políticas y mecanismos de
protección social, que aseguren dignidad y bienestar social, en especial para
las poblaciones excluidas, priorizando la ampliación y mejora de la oferta de
servicios públicos en las zonas rurales, acorde con las necesidades y características
de cada región. Para que estos procesos sean innovadores y transformadores, las
acciones de dinamización económica necesitan integrar las iniciativas de los
actores rurales y urbanos, en el marco de un plan estratégico de desarrollo
territorial rural, que considere los flujos interdependientes de bienes,
servicios y actividades, bien como las relaciones entre instituciones,
empresas, actores y redes sociales que se realizan al interior de cada
territorio.
En
este proceso de reactivación de las economías rurales, la agenda específica de
la agricultura mundial puede cumplir un nuevo papel. En el marco de los
proyectos económicos en disputa, los actuales sistemas agroalimentarios
globales se ven presionados por diferentes sectores de la sociedad para
repensar y refundar las bases que los constituyen, pues estos han promovido la
consolidación de determinadas commodities,
la conformación de grandes conglomerados económicos y la expansión de una
oferta de alimentos ultraprocesados como un insumo
básico de la dieta alimentaria en prácticamente todo el planeta. Este cambio en
los hábitos alimentarios ha favorecido la emergencia o agravamiento de
enfermedades (como la diabetes y la hipertensión arterial) y problemas de
obesidad y sobrepeso, pues estos productos contribuyen para generar
implicaciones negativas en las condiciones de salud de las poblaciones.
Por
tanto, una demanda estratégica del Estado para este nuevo período es apoyar con
políticas específicas la redefinición de las directrices de acción que
configuran los sistemas agroalimentarios, desde una perspectiva sistémica.
Estas nuevas políticas deben fomentar la creación de sistemas de producción de
alimentos más eficientes, sostenibles, inocuos y nutritivos, que contribuyan
con la mejora de la salud y nutrición humana, que respeten la capacidad
regenerativa de los ecosistemas y recursos naturales, y sean también
incluyentes y equitativos. Una acción de esta naturaleza no solo permitirá una
profunda reestructuración del modo de vida y consumo hegemónico, como también
promoverá una refundación de las relaciones entre sociedad y naturaleza. En
este marco institucional renovado, la reconfiguración de los sistemas
agroalimentarios necesita incorporar a la agricultura familiar como actor
protagónico y como principal motor propulsor del modelo de reorganización de
los espacios rurales.
Un
tercer elemento relacionado a estas transformaciones se refiere a la urgencia
de que se consoliden nuevas y equitativas formas de interrelación rural-urbana,
dónde los diferentes actores territoriales pertenecientes a estos espacios
establezcan relaciones de aproximación, intercambio, vinculación y cohesión
territorial. El incentivo para la expansión de estas formas de interacción,
mediante la formulación e implementación de políticas públicas adecuadas,
favorece la constitución de nuevos emprendimientos económicos, cooperativas de
consumidores y diferentes tipos de empresas basadas en la articulación de los
intereses complementarios entre los diversos sectores de la sociedad que se
dispongan a compartir iniciativas con objetivos comunes. Por ejemplo, la
formación de un emprendimiento asociativo para la mejora de los servicios de
una ruta turística, la constitución de una cooperativa de servicios digitales
adecuada a las condiciones financieras, productivas y sociales de la
agricultura familiar, la conformación de empresas o cooperativas de
construcción civil destinadas a reducir los déficits habitacionales o de
infraestructura de saneamiento en las zonas urbanas y rurales, la formación de
una fundación destinada a difundir y valorizar la diversidad del patrimonio
cultural de los pueblos locales, la creación de una asociación mixta de
productores familiares y consumidores urbanos que generen confianza y un
mercado directo de circulación de alimentos o la formación de una empresa que
transforme los recursos de la biodiversidad encontrados en la biodiversidad en
productos de la bioeconomía se configuran en oportunidades concretas para
consolidar la cohesión social. La incorporación del abordaje territorial es un
elemento de fundamental relevancia para el éxito de las políticas diferenciadas
que faciliten estos cambios, creando vínculos sociales, económicos y culturales
entre diferentes actores.
En
el marco de las nuevas formas de integración entre los espacios rurales y
urbanos, y sus respectivos sujetos sociales, un tema que ha ganado bastante
visibilidad en el contexto de la pandemia global se refiere, específicamente, a
la intensificación de los esquemas de comercialización basados en los circuitos
cortos que aproximan los agricultores familiares de los consumidores urbanos,
muchas veces facilitadas por el uso de plataformas digitales de venta en línea
de alimentos. En el caso de que estos sistemas de comercio electrónico,
asentados en la utilización de plataformas virtuales, se expandan y se
consoliden, esta nueva forma de organizar las relaciones de los productores y
sus organizaciones con las tiendas de barrios, los mercados locales o mismo los
consumidores finales abre una enorme oportunidad para reducir la cadena de
intermediación que caracteriza los esquemas tradicionales de comercialización
de los productos agrícolas. El apoyo de las políticas públicas para fortalecer
estos mecanismos de articulación entre los actores rurales y urbanos cumple un
papel decisivo para favorecer estos procesos de aproximación, siempre
considerando los compromisos éticos con la redefinición de una dieta
alimentaria saludable y la producción de alimentos sostenibles como ejes
integradores de estos actores.
En
complemento a los tres aspectos mencionados arriba, las políticas de desarrollo
con enfoque territorial necesitan en este nuevo contexto valorizar y enfatizar
el fortalecimiento de las capacidades organizacionales, de empoderamiento e
incidencia social y política de las organizaciones sociales, como el cuarto
aspecto propositivo. Tal vez pueda parecer temprano para hacer cualquier
pronóstico sobre el futuro de los espacios rurales en el contexto post pandemia
del COVID-19, pero una conclusión se puede sacar: los actores rurales
dispuestos a cambiar efectivamente las bases del actual modelo de organización
de los territorios rurales y de estructuración de los sistemas
agroalimentarios, de una manera más amplia, necesitan posicionarse en este
escenario presentando propuestas concretas para este proceso de reconstrucción
socioeconómica. Esto exige que el Estado instituya espacios de diálogo y
canales democráticos que faciliten la toma de decisiones sobre el futuro de las
ruralidades. Por mayor que sean las dificultades para ver más allá del
cortoplacismo, es preciso que los actores sociales rurales interesados en el
cambio de la lógica de estructuración de los sistemas agroalimentarios, en el
establecimiento de nuevas formas de relacionamiento con los recursos naturales
y la biodiversidad, y en la conformación de procesos de mayor integración
rural-urbana se manifiesten proactivamente, buscando ocupar un espacio político
con protagonismo y autonomía.
No obstante, para
que estas organizaciones sociales y económicas tengan condiciones de intervenir
con independencia y fuerza colectiva en estos espacios de poder político es
fundamental que estén capacitadas para representar, dialogar, negociar y
desarrollar iniciativas favorables a la construcción de un programa de
desarrollo territorial rural que establezca como objetivo estratégico la
transformación de las bases estructurales del territorio. Desde esta
perspectiva, uno de los elementos esenciales de la incorporación del enfoque
territorial en las políticas públicas destaca la importancia del
fortalecimiento de las capacidades organizativas y del empoderamiento social de
los actores institucionales, sociales, económicos, ambientales, políticos y
culturales comprometidos con los objetivos definidos en el plan territorial.
Estas acciones de fortalecimiento de la autonomía política son esenciales para
mejorar las condiciones de formación de coaliciones y alianzas territoriales
entre los actores comprometidos con la implementación de una agenda de
innovaciones transformadoras en las distintas dimensiones del territorio
(Fernández et al. 2012).
Conclusión
En
este momento, el futuro de los procesos de reorganización de las sociedades
rurales tendrá que ser repensado y rediseñado, buscándose incorporar una
concepción de ética planetaria y humanitaria, fundamentada no solo en nuevos
criterios económicos, sociales, ambientales, pero principalmente en la
interconexión sistémica de estas complejas dimensiones. Las inversiones de carácter
macroeconómico, la construcción de infraestructuras productivas y de servicios
(públicas y/o privada), así como los procesos productivos basados en la
utilización y manejo de los recursos naturales y la biodiversidad, son ejemplos
de actividades estratégicas que actualmente implican en impactos de graves
proporciones en distintas dimensiones y que ameritan alinearse a una nueva
concepción de desarrollo. Por eso, los actores sociales y económicos
interesados, por ejemplo, en la reconstrucción de los sistemas
agroalimentarios, fundada en atributos que valoricen la soberanía alimentaria,
la calidad y los aspectos nutritivos de la producción agrícola, la inclusión
socio-productiva de diferentes grupos sociales, la equidad social, el respecto
a las capacidades regenerativas de los ecosistemas y la biodiversidad, y las
conexiones estratégicas entre los componentes del espacio rural-urbano,
necesitan fortalecer sus capacidades organizativas y de incidencia política
para poder influir en la formulación de propuestas de estrategias y políticas
públicas que impulsen este reordenamiento de los sistemas territoriales de
organización de la ruralidad y los sistemas de producción.
En
este escenario de potenciales cambios, en lo que concierne específicamente a la
agricultura, las organizaciones representativas de la diversidad de los modos
de vida y producción de la agricultura familiar tienen, por tanto, la
oportunidad para presentarse como “parte de la solución” a los graves problemas
que tienden a incrementarse en la coyuntura que se inaugura. Debido a su rápida
capacidad de respuesta económica para generar empleos e ingresos para los
miembros de las familias o comunidades rurales, a partir de la aplicación de
financiamientos adecuados a sus particularidades, la agricultura familiar reúne
las condiciones objetivas para constituirse en un actor central de los procesos
inmediatos de reactivación de las relaciones económicas locales, con inclusión
socio productiva, sostenibilidad y resiliencia.
Además,
desde la perspectiva territorial, los actores implicados en el fortalecimiento
de esta vía de desarrollo rural necesitarán promover e implementar políticas de
transformación estructural de largo plazo combinadas con medidas diferenciadas
de incentivo inmediato a los actores económicos con capacidades empresariales y
emprendedoras, de manera que se conviertan en las bases de propulsión de los
procesos de dinamización equitativa y sostenible de los territorios rurales.
Por tanto, es fundamental que estas iniciativas se articulen con otros sectores
y actores del territorio, por medio, por ejemplo, de la formación de
emprendimientos asociativos que utilicen la base de la biodiversidad encontrada
en los espacios rurales para desarrollar iniciativas en el campo de la
bioeconomía, emprendimientos colectivos en áreas que integren las actividades
agrícolas y agroindustriales con el turismo rural o ecoturismo, el alojamiento,
la gastronomía, los servicios de guías y de difusión de conocimientos
ancestrales, así como las formas de manifestación artística y de identidad
cultural, como la música, la literatura, la danza, la artesanía y las fiestas
locales. Así, en este escenario de crisis post pandemia, queda evidenciado que,
en los territorios donde predomina una lógica de estructuración fuertemente
dependiente de las actividades rurales, la agricultura familiar tiende a ocupar
un papel clave no solo para presentar respuestas inmediatas en el plan de la
seguridad alimentaria y nutricional, pero fundamentalmente como un actor
decisivo con capacidad de articular propuestas de largo alcance que inciden
sobre diferentes dimensiones de la vida social del territorio. Sin embargo, las
características de la formación histórica de cada territorio podrán establecer
un papel de mayor protagonismo político a otros actores sociales en la
reconstrucción territorial, dependiendo del perfil del programa de
transformación que se pretenda desarrollar y del campo de fuerzas sociales que
se constituya hegemónicamente para ponerlo en marcha.
Por
fin, es importante aclarar que la incorporación del enfoque territorial en las
políticas públicas no es una acción que produzca efectos inmediatos, con
capacidad para revertir las tendencias coyunturales provocadas por los efectos
de la pandemia del COVID-19, en el corto plazo. En verdad, su internalización
requiere de arreglos político-institucionales, de significativos cambios en la
cultura estatal y del conjunto de la sociedad, bien como de una sólida voluntad
política de las altas esferas del poder político, pues implica en una lógica
compleja y sistémica para conducir la implementación coordinada de las
políticas del Estado. Este tipo de enfoque, así como los abordajes de
sostenibilidad ambiental, equidad social y resiliencia, no funciona como una
“varita mágica” para solucionar todos los problemas. En verdad, se trata de un
método de trabajo que establece unos mecanismos e instrumentos básicos a partir
de los cuáles los diversos actores tendrán posibilidades de definir acuerdos e
implementar planes estratégicos de acción, en las áreas priorizadas, con una
visión integral, coordinación política y participación social.
Por lo tanto, es
preciso tener la conciencia de que la superación de las graves y complejas
crisis contemporáneas que afectan el planeta y la civilización, en su
totalidad, no será conducida de manera exitosa por los instrumentos de análisis
y acción desarrollados por el paradigma dominante. Los impactos provocados por
la pandemia en prácticamente todo el mundo requieren de la aplicación de nuevos
métodos de actuación, consubstanciados, por ejemplo, en estrategias y políticas
de desarrollo basadas en nuevos abordajes, como el enfoque territorial. La
implementación exitosa de estas acciones innovadoras y transformadoras
representará una significativa contribución de los actores territoriales que
intervienen en los espacios rurales con el propósito de asegurar el
cumplimiento de las Metas definidas en la Agenda 2030 que dependen directa e
indirectamente de los cambios que se procesen en los territorios rurales.
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[i]
Entre otras, es posible identificar las siguientes políticas públicas: Colombia
(2016); Costa Rica (2015); Ecuador (2009); y Guatemala (2009).
[ii]
Como ejemplos del trabajo desarrollado por agencias internacionales en el campo
del desarrollo territorial rural, es posible mencionar las siguientes
iniciativas: CEPAL y FIDA (2019); FAO y BID (2009); IICA (2019); y PNUD (2012).
[iii]
Entre las redes y centros académicos latinoamericanos que desarrollan estudios
acerca del desarrollo territorial rural, se puede identificar, por ejemplo, la
Red de Desarrollo Territorial de América Latina y el Caribe (RedDete - http://red-dete.org/), la Red Gestión Territorial
del Desarrollo Rural de México (RED GTD - http://www.redgtd.org/), la Rede
Brasileña de Investigación y Gestión en Desarrollo Territorial (RETE -
http://rete.inf.br/), el Centro Latinoamericano para el Desarrollo Rural
(RIMISP - https://webnueva.rimisp.org/), el Centro de Posgrado de Ciencias
Sociales en Desarrollo, Agricultura y Sociedad, CPDA/UFRRJ -
http://institucional.ufrrj.br/portalcpda/) y la Facultad Latinoamericana de
Ciencias Sociales, Sede Ecuador - https://www.flacso.edu.ec/portal/).
[iv] De
una manera más amplia, la incorporación del enfoque territorial en las
políticas públicas implica en la búsqueda permanente de coordinación entre las
instituciones gubernamentales y sus políticas, instrumentos, presupuestos,
recursos y capacidades, pero también entre los diferentes niveles de gobierno y
entre estas instituciones y las organizaciones de la sociedad civil, las
empresas privadas, la academia, entre otros actores relevantes involucrados en
la implementación de las políticas de desarrollo territorial rural (Berdegué y Favareto 2020, 29).
[v] La pandemia del COVID-19 y la estrategia de aislamiento social han evidenciado como un punto central de la agenda pública la importancia estratégica de determinados sectores esenciales para el funcionamiento de las sociedades. Entre ellos, se puede destacar la relevancia de los trabajadores vinculados a los sectores de salud y educación, así como los productores de alimentos. Mientras una parte significativa de los sectores económicos han paralizado sus actividades, estos segmentos han brindado sus servicios a la sociedad, ganando el reconocimiento de la sociedad por su labor. En el caso específico de la agricultura familiar, principal responsable por el abastecimiento de los alimentos frescos comercializados en las ciudades, las actividades continuaron su rumbo y las distintas cadenas de producción agroalimentaria se siguieron movilizando para garantizar las condiciones de la seguridad alimentaria y nutricional.