Eutopia. Revista de Desarrollo Económico Territorial N.° 19, junio 2021, pp. 11-31

ISSN 13905708/e-ISSN 26028239

DOI: 10.17141/eutopia.19.2021.4975

 

 

Algunas reflexiones sobre los jóvenes y tipos de territorios rurales

Some reflections on young people and types of rural territories

 

 

Martine Dirven Eisenberg. Independiente, Jefa Unidad Agrícola CEPAL. dirven.martine@gmail.com

 

                                                                

Recibido: 31/03/2021 - Aceptado: 30/05/2021

Publicado: 30/06/2021

 

 

Cómo citar este artículo: Dirven Eisenberg, Martine. 2021. “Algunas reflexiones sobre los jóvenes y tipos de territorios rurales”. Eutopía. Revista de Desarrollo Territorial 19. DOI 10.17141/eutopia.19.2021.4975

 

Resumen: Los indicadores socioeconómicos y el acceso a servicios e infraestructura básica suelen mejorar desde lo rural-lejano y disperso hacia las ciudades grandes. Los ocupados rurales no suelen tener un “empleo decente” según los criterios de la OIT. Los jóvenes con mayor educación formal e información suelen tener anhelos y expectativas que creen no poder cumplir en estos territorios y menos en el sector agrícola. Las relaciones causa-efecto parecen llevar a un círculo vicioso en desmedro de los territorios rural-lejanos y dispersos, salvo con cambios en el sistema valórico imperante.

 

Palabra clave: activos; empleo; herencia; juventud rural; migración.

 

Abstract: Socio-economic indicators and access to basic services and infrastructure tend to improve when transiting from rural-distant and disperse areas toward large cities. Rural occupied people do not usually have a “decent employment” as per ILO criteria. Young people with more formal education and information usually have longings and expectations that cannot be fulfilled in these territories, and less so in the agricultural sector. Cause-effect relations seem to lead to a vicious circle at the expense of rural-distant and disperse territories, except with changes in the current value-system.

 

Keywords: assets; employment; heritage; rural youth; migration.

 

 

1.     Los territorios rurales

 

De modo muy simple, lo que no es urbano es rural. En consecuencia, los territorios que no son ocupados por urbes son, en principio, territorios rurales. A nivel mundial, se ha calculado que mucho menos del 10% de la superficie terrestre es ocupada por áreas urbanas.[i] Esto deja más del 90% de la superficie terrestre como áreas (o territorios) rurales, un argumento potente para centrarse más en ellos.

Aunque los países de América Latina tienen distintos modos de definir “rural” y “urbano”,[ii] la mayoría de los territorios considerados rurales tienen en común que los asentamientos humanos son de pocos habitantes y distantes entre sí; por consiguiente, la densidad de habitantes por kilómetro2 es baja. Esto a su vez tiene consecuencias sobre una serie de factores: costo de servicios e infraestructura por habitante; posibilidad de llegar a una masa crítica mínima –de producción, especialización, conocimientos, etc.–; factibilidad financiera de varias actividades; interés de proveedores, compradores y vendedores –incluyendo al Estado– para llegar hasta allí; costos de transacción altos. Lo anterior pone en inmediata desventaja a los pequeños compradores o productores, especialmente si hay altos costos de transacción fijos. La asociatividad –que, por lo general, es una de las respuestas recomendadas– tiene sus propias dificultades de construcción y mantenimiento de confianzas, y requiere de tiempos y costos de transacción no menores. Las consecuencias son que los hogares en las zonas rurales suelen ser más pobres en ingresos y en pobreza multidimensional que los urbanos.

Los territorios rurales son ni planos ni promedios. Para abordar las diferencias –muchas veces muy importantes– y simplificar el análisis a la vez, las gradientes entre los extremos son útiles. Para el desarrollo rural, los desafíos son cualitativamente muy distintos según la densidad de población y su cercanía a una ciudad de cierta importancia (Chomitz y otros 2004). Estas son las dos dimensiones que se emplean en lo que sigue.

Los indicadores socioeconómicos suelen mejorar (vistos, tal vez, desde criterios y valores urbanos) desde lo rural-profundo hacia lo periurbano y urbano. En México, por ejemplo, hay evidencias de correlación negativa entre distancia a ciudades de cierto tamaño[iii] y niveles de educación y de aprendizaje; ingresos (compensados en parte por menores costos); cobertura de seguridad social; niveles y tiempos de incorporación de innovaciones; tipos de migración; entre varios otros parámetros.[iv] Berdegué y Soloaga (2018) hacen el análisis inverso y concluyen que los vínculos rural-urbanos mediados por la cercanía a ciudades de cierto tamaño tienen efectos positivos sobre la reducción de la pobreza y el aumento del bienestar de la población rural. Por otro lado, disminuir las “distancias” físicas aumenta la presión de las “importaciones” lo que puede llegar a desplazar los productos y servicios locales.

Candia (2010) concluye para cinco países (Brasil, Chile, Ecuador, Panamá y Venezuela) que a menor densidad de población peor son los indicadores de necesidades básicas insatisfechas (NBI) y que, a igual densidad de población, las áreas con una mayor concentración de ocupados en el sector agrícola tienen peores NBI.

 

En resumen, desde el punto de vista productivo, socioeconómico (y también político) la lejanía y baja densidad de la población se traducen en costos relativos de eficiencia y eficacia, y las brechas suelen ampliarse en la medida en que se transita hacia áreas menos densamente pobladas y más lejanas de ciudades de cierto tamaño.

En cambio, se puede postular como regla general que a menor densidad de población humana y mayor distancia a centros urbanos, menor será la huella antropogénica, con lo cual estos territorios con grandes carencias socioeconómicas podrían ser ricos desde un punto de vista ambiental. A medida que la mirada ambiental tome mayor peso, debiera haber una mayor valoración de estas áreas rurales y, eventualmente, una compensación por los servicios ambientales y por ingresos no devengados al adoptar modos de producción menos rentables, pero más acordes con la preservación del medioambiente.

 

 

2.     Jóvenes rurales, sus anhelos y cambios en los códigos valóricos

 

El ser humano suele buscar el “éxito” a lo largo de su vida, considerando “éxito” como un sentido de satisfacción con su entorno y con las decisiones tomadas frente a las opciones. Esta satisfacción responde a criterios individuales, circunstancias personales y etapas en la vida, fuertemente influenciados por el ambiente sociocultural vigente y el sentido de pertenencia (adhesión a valores compartidos, formas de participación –incluyendo la económica–, reconocimiento por los demás). Por ende, es difícil de circunscribir y medir. No obstante, en los últimos años ha habido intentos de medición de indicadores que se aproximan a la “satisfacción”, “bienestar” y “felicidad”. A nivel mundial se ha encontrado una correlación entre los niveles de satisfacción y el PIB/cápita. No obstante, de modo consistente, América Latina muestra niveles superiores a los esperados y, en una escala de 1 a 10, los niveles de satisfacción varían dentro de un rango bastante exiguo (entre 7,9 y 7,1). Los valores extremos son de los mayores de 60 años, respectivamente de altos y bajos ingresos. Los jóvenes (17 a 29 años) de menores ingresos se sitúan en el nivel de satisfacción 7,3. Si el/la joven está con una pareja estable, su satisfacción aumenta, pero si tiene uno o más hijos, disminuye (CEPAL 2011, 67-84). Estos resultados no diferencian entre población urbana y rural, pero si la encuesta del Instituto Nacional de la Juventud (INJUV) de Chile (2012) sobre “felicidad” es de alguna guía, entonces los jóvenes rurales tienden a ser menos felices que los urbanos (78% versus 84%) y sus respuestas se asemejan a las de los quintiles de ingresos más bajos (a los cuales suelen pertenecer).

La exposición a los medios de comunicación y, en especial, la incorporación de internet a la vida cotidiana de los jóvenes influye su percepción y elaboración de sentido de pertenencia. Un porcentaje no menor de jóvenes expresan su descontento y falta de sentido de pertenencia e integración a la “sociedad” a través de referentes estéticos (música, grafitis, tatuajes) y éticos (con adhesión también a antivalores). Los sociólogos los llaman “tribus urbanas” (CEPAL / AECID / OIJ 2008), aunque hay jóvenes rurales que se expresan de modo similar.

Por mientras algunos códigos valóricos tradicionales rurales siguen vigentes entre los jóvenes, varios de los indicadores de “progreso” o “éxito” actualmente en uso (ingresos, educación, tipo de empleo, etc.) podrían no ser del todo pertinentes porque se ajustan a otros parámetros valóricos, y no toman en consideración a los que sí valdrían o también valdrían (tenencia de tierra y animales, conocimientos relacionados con su cultura y la naturaleza, reconocimiento social comunitario, por ejemplo).

Aunque la mayoría de los jóvenes rurales han cursado varios años adicionales de educación formal que sus padres, siguen teniendo algunos años de rezago con sus pares urbanos, así como también diferencias de calidad o de aprovechamiento de la enseñanza. Esto los pone en desventaja frente a la opción de migrar o, incluso, de acceder a algunos empleos rurales frente a candidatos urbanos. Por otro lado, algunos empleadores prefieren jóvenes rurales porque son más respetuosos, trabajadores, incluso dóciles.[v]

La mayor escolarización, información y conexión con el mundo “externo” despiertan anhelos por una vida distinta y, en muchos casos, un alejamiento de la actividad agropecuaria, por lo menos como la que los jóvenes vieron y ven en su entorno directo. En Chile, por ejemplo, en una encuesta representativa a “jóvenes rurales”,[vi] se les preguntó a aquellos que estaban trabajando en el sector agrícola si trabajar en la agricultura de aquí a cinco años estaba dentro de sus sueños y anhelos. Solo cerca de un tercio –tanto hombres como mujeres– contestó que sí (Faigenbaum y otros 2017).

El cuadro 1 resume algunas de las demandas de jóvenes rurales –recopiladas en sendas reuniones, seminarios y conversaciones directas con jóvenes rurales de América Latina a lo largo de los años– y también las que varios investigadores de la juventud rural han concluido que son, podrían ser o debieran ser.

 

Cuadro 1. Demandas reales (recopiladas de opiniones de jóvenes) o imaginadas (por “expertos”) de jóvenes rurales latinoamericanos, según su inserción laboral*

 

* Cifras son estimaciones gruesas para América Latina (20 países) y jóvenes rurales (15 a 29 años), en torno a 2012[vii] (en millones y %).

Notas:

a. Incluye a desempleados: respectivamente 0,5 millones mujeres y 0,7 millones hombres.

b. Para llegar a 100% hay que añadir los empleadores agrícolas: 2,3% de mujeres y 2,7% de hombres.

c. Para llegar a 100% hay que añadir los empleadores no agrícolas: 1,2% de mujeres y 1,9% de hombres.

Fuentes: a) para las cifras: Dirven (2016), Anexo cuadros 1 y 2; b) para las demandas: el autor, en base a una conversación vía Skype con Rafael Mesen y Daniel Espíndola en noviembre de 2013.

 

 

3.     Jóvenes, empleo y acceso a activos

 

La mayoría de los habitantes rurales ocupados tiene un empleo que no responde a los criterios de “empleo decente” de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Esto incluye a los jóvenes rurales (y muchos jóvenes urbanos también).

En efecto, en América Latina, para los ocupados rurales, las cifras apuntan a:

 

-      Menos de la mitad aporta suficientes ingresos a su hogar para que este se encuentre por sobre la línea de pobreza per cápita;

-      La mayoría trabaja a tiempo completo (40 a 48 horas semanales) o con sobrecarga horaria (más de 48 horas);

-      Pocos han firmado un contrato (las mujeres un poco más que los hombres, y los asalariados en ERNA dos veces más que los del sector agrícola);

-      Solo un cuarto está afiliado a la seguridad social, aunque con grandes diferencias entre países y categorías ocupacionales;

-      La sindicalización –usada por la OIT como un proxy del diálogo social– es muy baja y más baja aún entre los jóvenes;

-      Las condiciones de trabajo de los jornaleros –y más aún de los jornaleros migrantes– son especialmente duras;

-      Se estima que uno sobre veinte niños rurales menores de 15 años trabaja en alguna actividad económica, el 60% de los cuales en el sector agrícola (Dirven 2016).

 

Es necesario notar que –para igual tipo de trabajo– los jóvenes rurales generalmente trabajan en peores condiciones (más riesgosas, más precarias, con menor salario, con menor afiliación a la seguridad social, etc.). Sin embargo, por el tipo de trabajo al cual acceden (en promedio, sustancialmente distinto al de los no-jóvenes), una mayor proporción tiene un trabajo “decente” o que potencialmente podría serlo si se acataran las leyes y normativas vigentes (Dirven 2016). Para tener una visión cabal, es necesario añadir que muchos jóvenes rurales enfrentan inseguridades y violencias físicas y de otro tipo en sus localidades y alrededores, en sus trabajos y, a menudo también, en sus familias.

Los estragos de la Pandemia del Covid-19 en el mercado laboral (entre muchos otros efectos) han hecho retroceder muchos de los avances de los últimos años y hacen prever que, tal vez por varios años, la situación será peor a la descrita en el párrafo anterior.

Desde hace varias décadas, la tendencia en el sector agrícola ha sido hacia un creciente envejecimiento de los tomadores de decisión, un reflejo de una vida más longeva de los productores, por un lado y, por el otro, del desinterés de muchos jóvenes por trabajar en el agro. Sin embargo, parte de este desinterés está relacionado con falta de acceso a los activos necesarios –en especial la tierra– para establecerse como agricultor. Si bien hay varios modos de acceder a tierras (compra, arriendo, “ir a medias”, herencia, toma o reforma agraria de tierras fiscales o privadas), en América Latina, la herencia es la mayor vía de acceso a tierras agrícolas. En los casos de arriendo, compra y varias de las otras modalidades, para poder pagar por la tierra, se requiere obtener una mayor relación costo-beneficio en la producción que en el caso de la herencia.

La herencia suele darse después de la muerte del progenitor y tarde en la vida del “joven”. Además, la herencia (en vida o después de muerte) generalmente conlleva la subdivisión de la propiedad entre varios herederos, resultando en activos muchas veces ya insuficientes para sostener a una familia. Por todas estas razones, muchos jóvenes, hijos de agricultores, están por largos años “sin tierras”, y si siguen trabajando en el predio familiar, suele ser como “familiar no remunerado” y con poca o ninguna injerencia en las decisiones. Todos estos son motivos por abandonar la idea de ser agricultor y, eventualmente, irse de la localidad de origen.

En el cuadro 2 se delinean algunas posibles razones de expulsión o retención de jóvenes en el predio familiar, según el potencial agrícola del territorio. La segunda columna puede no ser muy intuitiva a primera vista. Se basa en el hecho que, en Chile por lo menos, los jóvenes interesados en seguir como agricultores conversan más fácilmente sobre sus posibilidades de herencia cuando la propietaria es la madre que cuando es el padre u otro familiar cercano. De hecho, cuando el propietario es el padre es cuando menos abordan el tema[viii] (Faiguenbaum y otros 2017).

Si lo anterior se adscribe a relaciones de patriarcado en el seno familiar y si se considera la existencia de cierta tensión entre estas relaciones y movimientos más bien urbano-intelectuales cuestionándolos, intuitivamente se podría postular cierta correlación con las gradientes geográficas abordadas en la primera parte, es decir: a mayor lejanía, mayor peso de las relaciones de patriarcado.

 

Cuadro 2. Factores de retención o expulsión de jóvenes según el potencial agrícola

 

Fuente: Elaboración propia, originalmente para la Conferencia vía Skype: “La colaboración intergeneracional y/o el traspaso intergeneracional de activos en el sector agrícola”, 4 de abril de 2018, en el contexto de la Elaboración de Guías Didácticas para la Integración Generacional en Costa Rica.

 

 

4.     Jóvenes, migración y tipos de territorios rurales

 

La migración en todas sus formas (rural-urbana, rural-extranjero o rural-urbano-extranjero, rural-rural y urbano-rural) ha sido una constante a lo largo de la historia y, para muchos jóvenes rurales, ha sido una vía de supervivencia, de superación, de rito hacia la adultez, para acompañar a miembros del hogar, para estudiar y para aumentar los ingresos del hogar o propios. Las migraciones son y han sido temporales, definitivas o por un período en el ciclo de vida. Sin embargo, como lo menciona Hernández-Flores (2019), algunas opciones tradicionales de migración se han cerrado o hecho más difícil, mientras se han abierto nuevas opciones para el empleo local. Así, algunos jóvenes que probablemente habrían migrado en el pasado, hoy se están cuestionando esta opción o ya la han rechazado. Lo anterior no implica una disminución drástica de la migración, pero si una tendencia distinta.

Combinando las características de los territorios descritos en la primera parte, con los anhelos abordados en la segunda parte, intuitivamente se esperaría un mayor éxodo desde lo “rural-profundo” que desde otros territorios. Las cifras que publican Gordillo y Plassot (2017, tablas 2, 6 y 8), parecieran confirmarlo en el caso de México, tanto por la correlación de municipios expulsores y receptores según grados de marginación, como por las localidades de menos de 100 habitantes que son las únicas cuya población disminuyó en términos absolutos a partir del año 2000. En estas mismas localidades de menos de 100 habitantes, la razón de dependencia por vejez es de 4,5 puntos porcentuales mayor que la segunda categoría de localidades (100 a 249 habitantes). De hecho, esta razón sigue disminuyendo a medida que aumenta la población rural.

Las conclusiones de un estudio de las migraciones entre distritos durante el período 2012-2017 en Perú[ix] van en la misma línea: a pesar de que la población del país aumenta con un 1% por año, un alto número de distritos (1268 sobre 1874 en total), reduce su población entre 2007 y 2017. El migrante promedio prefiere trasladarse hacia áreas urbanas y elige distritos con mejores condiciones socioeconómicas y con acceso a servicios básicos (agua potable y electricidad). Por otro lado, el flujo migratorio suele reducirse en la medida en que la distancia (en kilómetros u horas) aumenta entre el distrito de origen y el de destino; en cambio aumenta cuando el número de habitantes del distrito de destino es mayor que en el de origen. La migración también aumenta (un alto 16%) cuando el distrito de destino es menos rural que el distrito de origen o cuando el distrito de origen tiene mayor altitud que el de destino. Aunque entre los años 2007 y 2017 las diferencias entre los indicadores socioeconómicos de los distritos de origen y de destino siguen siendo importantes, se han acortado con respecto al periodo anterior (Huarancca, Alanya y Castellares 2020: 4, 20 y 25).

La pandemia Covid-19 ha tenido muchos efectos, también en los territorios rurales. Estos están todavía a nivel de percepciones y no del todo documentados. Por un lado, ha habido una migración de retorno de personas que han perdido su trabajo –en zonas urbanas del propio país o de otro donde habían emigrado– y que, a falta de ingresos, se han visto obligados a replegarse, como allegados, con familiares en sus zonas de origen. Por otro lado, un número no menor de personas que pueden trabajar a distancia se han trasladado hacia zonas rurales con buena conexión de internet, para vivir con familiares, ir a sus segundas viviendas o a algún zoom-town.[x] En el caso de los zoom-towns, suelen ser personas que no tenían ninguna o poca relación con la zona de destino. En estos tres fenómenos recientes de migración urbana-rural participa un grupo importante de jóvenes y de parejas jóvenes con niños.

Sin embargo, previo al Covid-19 ya se vislumbraba una migración de retorno y de “neo-rurales[xi] –con preponderancia de jóvenes y de personas jubiladas– hacia lugares rurales con características no muy distintas a las de los Zoom-towns o hacia lugares francamente apartados, pero con paisajes muy atractivos o con el fin de ser parte de iniciativas de conservación medioambiental.[xii]

Aquellos (pocos) jóvenes que optan por ser agricultores (u optarían por serlo si se dieran las condiciones de acceso a tierras y activos necesarios), por lo general, buscan tres cambios: un trabajo menos sacrificado en términos de trabajo físico, a la intemperie y sin vacaciones ni fines de semana; una agricultura más amigable con el medioambiente y también con sus animales; ingresos que los lleven, no a la riqueza, pero sí a una vida sin penurias. Además, buscan posibilidades de diversión, de contacto con el mundo externo y con otros jóvenes, con lo cual buscan –por lo menos– tener una señal aceptable de celular (Faiguenbaum y otros 2017). Esta búsqueda de mejores condiciones hará que algunos territorios lograrán retener más jóvenes que otros.

Bastante se ha escrito en la región a partir de la década de 1990 sobre la nueva ruralidad, el empleo rural no agrícola y la necesidad de no confundir “rural” con “agrícola”.[xiii] En el cuadro 3 se vaticinan algunas de las razones por tener una ocupación agrícola y una residencia urbana, o una ocupación no agrícola y una residencia rural.

Cuadro 3. Algunas razones que pueden explicar la residencia urbana de ocupados en el sector agrícola y la residencia rural de ocupados en empleo no agrícol

 

 

Elaboración propia.

 

 

Conclusiones: las causas-efecto y retroalimentaciones

 

El artículo une algunas observaciones en países distintos (esencialmente, Chile, Perú, México y también Brasil) con: demandas y anhelos de jóvenes recopilados en distintos foros, encuestas y seminarios; análisis y reflexiones sobre distintos territorios de expertos y académicos del ámbito más bien económico y geográfico; y estadísticas para América Latina. De este conjunto, se derivan unas conclusiones intuitivas con el fin de ayudar a pensar el tema de jóvenes y territorios y, también, orientar las políticas hacia su desarrollo.

El territorio rural, independientemente de cómo se define, es muchísimo más importante en términos de superficie en comparación con la superficie terrestre total, que la población rural comparada con la población total, también, sin importar cómo se la define. Una conclusión lógica es que la densidad de la población rural es más baja que la urbana. Al mismo tiempo, es una de sus características definitorias (por la OCDE).

Rural no es plano ni promedio. Un modo de simplificar la infinidad de características distintas de los territorios rurales es por medio de gradientes. Estos permiten mayores matices que el mero promedio. El análisis de distintas estadísticas socioeconómicas permite postular que hay una cierta progresión (generalmente de peor a mejor, con los parámetros usados en su mayoría) desde lo “rural-profundo” (alejado de ciudades o mercados) y lo “rural-disperso” (en cuanto a población humana) hacia las grandes ciudades. Esto se explica por el impacto de la dispersión y de la lejanía sobre la mayoría de las relaciones costo-beneficio para la producción, comercialización u otorgamiento de bienes y servicios. Por otro lado, los parámetros para la conservación del medioambiente y la mitigación del cambio climático suelen tener el sentido contrario. En la medida en que la mirada ambiental tome mayor importancia, estos territorios rurales debieran recibir mayor atención y las condiciones de vida de su población también, con eventuales compensaciones por sus servicios ambientales.

Los jóvenes, más informados sobre el mundo “externo” (a su localidad) y con mayor educación formal (a pesar de sus limitaciones en cuanto a calidad y pertinencia) tienen anhelos distintos a los de sus padres y abuelos y, algunos, también oportunidades distintas y mejores. La migración juega un papel en estas oportunidades y el empleo rural no agrícola también. Pero las características de los territorios y el acceso a infraestructura y servicios básicos potencian o limitan las oportunidades. Nuevamente, por ahora, las oportunidades parecen desplazarse de menor a mayor siguiendo la gradiente “rural-profundo o disperso” hacia la gran ciudad y los flujos de migración también van en esta misma dirección.

La mayoría de los (pocos) jóvenes que anhelan ser productores silvoagropecuarios enfrentan problemas serios de acceso a activos, en particular la tierra. En América Latina, el acceso a tierras agrícolas es esencialmente a través de la herencia. Esto suele ocurrir ya tarde en la vida del “joven”. Los que se quedan a trabajar en el campo familiar generalmente lo hacen en condiciones de “familiar no remunerado” y con poca injerencia en las decisiones. Los que tomaron otros caminos no necesariamente quieren o pueden cambiarlos en el momento de la herencia. Algunos testimonios apuntan a que tener cierta seguridad sobre una herencia futura incentiva a los jóvenes a quedarse en la agricultura, y que la conversación sobre el tema es más frecuente cuando la madre es la propietaria, lo que a su vez apuntaría a la persistencia de relaciones de patriarcado. El tipo de territorio también podría tener una influencia sobre si es la madre o el padre que está a cargo o propietario del predio y sobre la penetración de influencias de corte más bien “urbano-modernas”.

Los otros tipos de acceso a tierras generalmente requieren una relación costo-beneficio mayor para poder pagar por ellas. Esto es más limitante en algunos territorios que en otros y, nuevamente, los territorios más alejados de caminos y mercados parecieran estar desventaja.

Esta conjunción de hechos, conclusiones y deducciones intuitivas conducen a aparentes círculos viciosos o elementos que se refuerzan. La mayoría apuntando a menores posibilidades aún de satisfacer niveles mínimos aceptables de condiciones de vida, de ingresos, y de acceso a activos, servicios e infraestructura, para cumplir con los anhelos de los jóvenes en territorios “rural profundos” o “rural dispersos”, excepto en tres casos: cuando los valores tradicionales son todavía muy fuertes (y esto probablemente tiene gradientes de mayor a menor desde estos territorios hacia los urbanos); si en el sistema valórico del joven la vida cercana a la naturaleza y la contribución a su mantención lo compensan suficientemente; y a medida que la sociedad le vaya dando mayor valoración a estos territorios.

Para que los demás jóvenes se queden en sus territorios rurales y otros vayan a vivir y trabajar allí, deberá haber cambios en varios frentes: revalorizar los territorios rurales en el sistema valórico de la sociedad en general, dotarlos con los servicios e infraestructura mínimos aceptables y necesarios para el siglo XXI, y conseguir que se compartan más las decisiones productivas y de herencia en el seno de las familias de productores agropecuarios, campesinos y otros.

 

 

Referencias

 

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Berdegué, Julio, Fernando Carriazo, Benjamín Jara, Félix Modrego e Isidro Soloaga. 2012. “Ciudades, territorios y crecimiento inclusivo en Latinoamérica: los casos de Chile, Colombia y México”. Documento de Trabajo. Santiago: RIMISP.

Candia, David. 2010. “Propuesta metodológica para una definición funcional de ruralidad”. En Hacia una nueva definición de “rural” con fines estadísticos en América Latina. Santiago: CEPAL / Cooperación Francesa.

CEPAL. 2011. Panorama social de América Latina 2010. Santiago: CEPAL.

_____ 2010. Hacia una nueva definición de “rural” con fines estadísticos en América Latina. Santiago: CEPAL / Cooperación Francesa.

CEPAL / AECID / OIJ. 2008. “Juventud y cohesión social en Iberoamérica. Un modelo para armar”. Síntesis. Santiago: CEPAL.

Chomitz, Kenneth, Piet Buys y Timothy Thomas. 2004. “Quantifying the rural-urban gradient in Latin America and the Caribbean”. Policy Research Working Paper 3634. Washington DC: Banco Mundial.

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Faiguenbaum, Sergio, Martine Dirven, Manuel Canales, Andrés Espejo y Cristina Hernández 2017. “Los nietos de la reforma agraria. Empleo, realidad y sueños de la juventud rural en Chile”. Serie Estudios y Documentos 111. Santiago: Indap / FAO / Rimisp / Fundación Ford.

Gaudin, Yannick. 2019. “Nuevas narrativas para una transformación rural en América Latina y el Caribe. La nueva ruralidad: conceptos y medición”. Documentos de Proyecto. México: CEPAL / FIDA.

Gordillo, Gustavo y Thibaut Plassot. 2017. “Migraciones internas: un análisis espacio-temporal del período 1970-2015”. ECONOMÍAunam 14 (40): 67-100. México: UNAM.

Hernández Flores, Héctor David. 2019. “¿Y los que ya no se van? Cambio e imposibilidad de trayectorias migratorias de jóvenes rurales en el centro de México”. En Jóvenes y Migraciones, coordinado por N. Baca, A. Bautista y A. Mojica, 163-193. Barcelona: Editorial Gedisa.

Huarancca, Mario, Willy Alanya y Renzo Castellares. 2020. “La migración interna en el Perú, 2012-2017”. Serie Documentos de Trabajo 7. Lima: Banco Central de Reserva del Perú.

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Notas



[i] Ver por ejemplo Cox 2010. Es más, Schneider et al. 2009 concluyen que, en América Latina, las áreas urbanas (construidas) ocupan menos de 1% del área terrestre total de la región (de hecho, en torno al 0,1%).

[ii] En América Latina, para los datos demográficos y socioeconómicos se suele usar las definiciones censales de “rural”. Hay cinco grandes tipos de definiciones en uso actualmente: criterios legales-administrativos; población por localidad (según el país, entre 200 y 2500); con carencias o características no urbanas; fuera de la cabecera municipal; una mezcla de los anteriores. Para una discusión sobre cómo definir rural, ver: CEPAL 2010; OCDE 2002, Gaudin 2019.

[iii] Berdegué y otros (2012) concluyen que el tamaño mínimo de una ciudad para surtir un efecto positivo sobre su hinterland rural sería de unos 15 000 a 20 000 habitantes.

[iv] Ver Anidelys Rodríguez-Brito. 2019. “Estudio de trayectorias y aspiraciones de jóvenes rurales en México”. Serie Documento de Trabajo 260. Chile: Rimisp. Francisco Javier Morales-Flores, Susana Martín-Fernández y Jorge Cadena-Íñiguez. 2011. “El tiempo de desplazamiento y su efecto en indicadores de la calidad de vida rural: un estudio en el municipio de Salinas San Luis Potosí, México”. Agricultura, Sociedad y Desarrollo, Texcoco 8 (2): 261-280. Venancio Cuevas Reyes, Julio Baca del Morala, Fernando Cervantes Escoto, José Antonio Espinosa García, Jorge Aguilar Ávila y Alfredo Loaiza Meza. 2013. “Factores que determinan el uso de innovaciones tecnológicas en la ganadería de doble propósito en Sinaloa, México”. Revista Mexicana de Ciencias Pecuarias 4 (1).  Jaime Sobrino Mérida. 2014. “Migración interna y tamaño de localidad en México”. Estudios Demográficos y Urbanos 29 (3).

[v] Resultado de entrevistas (con Sergio Faiguenbaum) a jefes de personal y dueños de empresas agrícolas y agroindustriales en el sur de Chile en 2015-2016, para el proyecto FAO / INDAP / RIMISP / Fundación Ford (ver Faiguenbaum y otros 2017).

[vi] Se puso “jóvenes rurales” entre comillas porque: el grupo encuestado tenía entre 15 y 35 años, mientras que el Instituto Nacional de la Juventud de Chile considera los de 15 a 29 años; y la definición de “rural” también fue distinta a la censal usada para la mayoría de las estadísticas sociodemográficos, considerando “rurales” a aquellos municipios de menos de 50 000 habitantes y con una densidad de población de menos de 150 hab/km2.

[vii] En 2020, los jóvenes rurales de los 20 países de América Latina sumarían 29,3 millones, un 24,5% de la población rural total y un 18,5% del total de jóvenes de la región (cálculos propios en base a las estimaciones de CEPAL / CELADE (Estimaciones y proyecciones: Archivos Excel | Comisión Económica para América Latina y el Caribe (cepal.org) Acceso el 31 de octubre de 2021).

[viii] Una experiencia interesante sobre cómo abordar estos temas con las familias es la de Uruguay (ver Uruguay 2014).

[ix] Una limitación de este estudio es que solo considera las migraciones interprovinciales o interdepartamentales y no las intraprovinciales.

[x] Aquellos pueblos y lugares vacacionales que ofrecen buena conectividad (internet y generalmente vial también), permitiendo trabajar a distancia, y que han tenido un fuerte crecimiento de residentes permanentes o semi-permanentes. Ver, por ejemplo, Nicolás García de Vial. 2021. “La pandemia da un impulso a los pueblos Zoom…” Diario El Mercurio, 20 de marzo: A6, Santiago de Chile. Aunque el término ya está en uso, por lo menos, desde septiembre 2020, ver Greg Rosalsky. 2020. “Zoom Towns and the new housing market for the 2 Americas”. Resumen de Planet Money's newsletter, 8 de septiembre. https://www.npr.org/sections/money/2020/09/08/909680016/zoom-towns-and-the-new-housing-market-for-the-2-americas Acceso el 28 de marzo de 2021.

[xi] Personas que no crecieron en zonas rurales pero que, por convicción, optan por vivir en ellas: por el modo de vida que las zonas rurales ofrecen; porque quieren vivir en gran parte del autoconsumo; porque quieren hacer un aporte personal al cuidado del medioambiente; una combinación de las anteriores u otros motivos todavía. Frente a esta opción positiva, están las personas que deciden vivir en zonas rurales porque sus ingresos no les permite tener un mismo nivel de vida en zonas urbanas.

[xii] Gordillo y Plassot (2017) para México; Sili (por publicarse) para Argentina; conversaciones con el geógrafo David Candia (en 2019) sobre los resultados preliminares de su análisis de los datos censales de varios países de América Latina para un proyecto de la CEPAL; conversaciones de la autora con sus alumnos de la Carrera de Geografía de la Universidad de Chile.

[xiii] Ver: Pérez, E. 2005. “Hacia una nueva visión de lo rural, ¿una nueva ruralidad para América Latina?” Buenos Aires: CLACSO. “Rural nonfarm employment and incomes in Latin America”, edición especial de 2001. World Development 29 (3). Amsterdam: Elsevier Science; y, en especial, Erik Jonasson y Steven Helfand. 2008. “Locational determinants of rural non-agricultural employment: evidence from Brazil”. Working Papers 2. Department of Economics, University of California at Riverside; y Martine Dirven. 2004. “El empleo rural no agrícola y la diversidad rural en América Latina”. Revista de la CEPAL 83.