Eutopia. Revista de Desarrollo Económico Territorial N.° 19, junio 2021, pp. 11-31
ISSN 13905708/e-ISSN 26028239
DOI:
10.17141/eutopia.19.2021.4975
Algunas reflexiones sobre los jóvenes y tipos
de territorios rurales
Some reflections
on young people and types of rural territories
Martine Dirven
Eisenberg. Independiente,
Jefa Unidad Agrícola CEPAL. dirven.martine@gmail.com
Recibido: 31/03/2021 - Aceptado: 30/05/2021
Publicado: 30/06/2021
Cómo citar este
artículo: Dirven Eisenberg, Martine. 2021. “Algunas
reflexiones sobre los jóvenes y tipos de territorios rurales”. Eutopía. Revista de Desarrollo Territorial 19. DOI
10.17141/eutopia.19.2021.4975
Resumen:
Los indicadores socioeconómicos y el acceso a
servicios e infraestructura básica suelen mejorar desde lo rural-lejano y
disperso hacia las ciudades grandes. Los ocupados rurales no suelen tener un
“empleo decente” según los criterios de la OIT. Los jóvenes con mayor educación
formal e información suelen tener anhelos y expectativas que creen no poder
cumplir en estos territorios y menos en el sector agrícola. Las relaciones
causa-efecto parecen llevar a un círculo vicioso en desmedro de los territorios
rural-lejanos y dispersos, salvo con cambios en el sistema valórico imperante.
Palabra clave: activos;
empleo; herencia; juventud rural; migración.
Abstract: Socio-economic indicators and access to basic services and
infrastructure tend to improve when transiting from rural-distant and disperse
areas toward large cities. Rural occupied people do not usually have a “decent
employment” as per ILO criteria. Young people with more formal education and
information usually have longings and expectations that cannot be fulfilled in
these territories, and less so in the agricultural sector. Cause-effect
relations seem to lead to a vicious circle at the expense of rural-distant and
disperse territories, except with changes in the current value-system.
Keywords: assets; employment; heritage;
rural youth; migration.
1. Los
territorios rurales
De modo muy simple, lo que no es urbano es rural. En
consecuencia, los territorios que no son ocupados por urbes son, en principio,
territorios rurales. A nivel mundial, se ha calculado que mucho menos del 10%
de la superficie terrestre es ocupada por áreas urbanas.[i] Esto
deja más del 90% de la superficie terrestre como áreas (o territorios) rurales,
un argumento potente para centrarse más en ellos.
Aunque los países de América Latina tienen distintos
modos de definir “rural” y “urbano”,[ii]
la mayoría de los territorios considerados rurales tienen en común que los
asentamientos humanos son de pocos habitantes y distantes entre sí; por
consiguiente, la densidad de habitantes por kilómetro2 es baja. Esto
a su vez tiene consecuencias sobre una serie de factores: costo de servicios e
infraestructura por habitante; posibilidad de llegar a una masa crítica mínima
–de producción, especialización, conocimientos, etc.–; factibilidad financiera
de varias actividades; interés de proveedores, compradores y vendedores –incluyendo
al Estado– para llegar hasta allí; costos de transacción altos. Lo anterior
pone en inmediata desventaja a los pequeños compradores o productores,
especialmente si hay altos costos de transacción fijos. La asociatividad –que,
por lo general, es una de las respuestas recomendadas– tiene sus propias
dificultades de construcción y mantenimiento de confianzas, y requiere de
tiempos y costos de transacción no menores. Las consecuencias son que los
hogares en las zonas rurales suelen ser más pobres en ingresos y en pobreza
multidimensional que los urbanos.
Los territorios rurales son ni planos ni promedios.
Para abordar las diferencias –muchas veces muy importantes– y simplificar el
análisis a la vez, las gradientes entre los extremos son útiles. Para el desarrollo rural, los desafíos son
cualitativamente muy distintos según la densidad de población y su cercanía a
una ciudad de cierta importancia (Chomitz y otros
2004). Estas son las dos dimensiones que se emplean en lo que sigue.
Los indicadores
socioeconómicos suelen mejorar (vistos, tal vez, desde criterios y valores
urbanos) desde lo rural-profundo hacia lo periurbano y urbano. En México, por
ejemplo, hay evidencias de correlación negativa entre distancia a ciudades de
cierto tamaño[iii] y niveles de educación y de aprendizaje; ingresos
(compensados en parte por menores costos); cobertura de seguridad social;
niveles y tiempos de incorporación de innovaciones; tipos de migración; entre
varios otros parámetros.[iv]
Berdegué y Soloaga (2018) hacen
el análisis inverso y concluyen que los vínculos rural-urbanos mediados por la
cercanía a ciudades de cierto tamaño tienen efectos positivos sobre la
reducción de la pobreza y el aumento del bienestar de la población rural. Por
otro lado, disminuir las “distancias” físicas aumenta la presión de las
“importaciones” lo que puede llegar a desplazar los productos y servicios
locales.
Candia
(2010) concluye para cinco países
(Brasil, Chile, Ecuador, Panamá y Venezuela) que a menor densidad de población
peor son los indicadores de necesidades básicas insatisfechas (NBI) y que, a
igual densidad de población, las áreas con una mayor concentración de ocupados
en el sector agrícola tienen peores NBI.
En resumen, desde el punto de vista productivo,
socioeconómico (y también político) la lejanía y baja densidad de la población
se traducen en costos relativos de eficiencia y eficacia, y las brechas suelen
ampliarse en la medida en que se transita hacia áreas menos densamente pobladas
y más lejanas de ciudades de cierto tamaño.
En cambio, se puede postular –como regla general– que a menor densidad de población humana y mayor
distancia a centros urbanos, menor será la huella antropogénica, con lo cual
estos territorios con grandes carencias socioeconómicas podrían ser ricos desde
un punto de vista ambiental. A medida que la mirada
ambiental tome mayor peso, debiera haber una mayor valoración de estas áreas
rurales y, eventualmente, una compensación por los servicios ambientales y por
ingresos no devengados al adoptar modos de producción menos rentables, pero más
acordes con la preservación del medioambiente.
2. Jóvenes
rurales, sus anhelos y cambios en los códigos
valóricos
El ser humano suele buscar el “éxito” a lo largo de su vida,
considerando “éxito” como un sentido de satisfacción con su entorno y con las
decisiones tomadas frente a las opciones. Esta satisfacción responde a
criterios individuales, circunstancias personales y etapas en la vida,
fuertemente influenciados por el ambiente sociocultural vigente y el sentido de
pertenencia (adhesión a valores compartidos, formas de
participación –incluyendo la económica–, reconocimiento por los demás). Por
ende, es difícil de circunscribir y medir. No obstante, en los últimos años ha
habido intentos de medición de indicadores que se aproximan a la “satisfacción”,
“bienestar” y “felicidad”. A nivel mundial se ha encontrado una correlación
entre los niveles de satisfacción y el PIB/cápita. No obstante, de modo
consistente, América Latina muestra niveles superiores a los esperados y, en
una escala de 1 a 10, los niveles de satisfacción varían dentro de un rango
bastante exiguo (entre 7,9 y 7,1). Los valores extremos son de los mayores de
60 años, respectivamente de altos y bajos ingresos. Los jóvenes (17 a 29 años)
de menores ingresos se sitúan en el nivel de satisfacción 7,3. Si el/la joven
está con una pareja estable, su satisfacción aumenta, pero si tiene uno o más
hijos, disminuye (CEPAL 2011, 67-84). Estos resultados no diferencian entre
población urbana y rural, pero si la encuesta del Instituto Nacional de la Juventud
(INJUV) de Chile (2012) sobre “felicidad” es de alguna guía, entonces los
jóvenes rurales tienden a ser menos felices que los urbanos (78% versus 84%) y
sus respuestas se asemejan a las de los quintiles de ingresos más bajos (a los
cuales suelen pertenecer).
La exposición a los medios de comunicación y, en
especial, la incorporación de internet a la vida cotidiana de los jóvenes
influye su percepción y elaboración de sentido de pertenencia. Un porcentaje no
menor de jóvenes expresan su descontento y falta de sentido de pertenencia e
integración a la “sociedad” a través de referentes estéticos (música, grafitis,
tatuajes) y éticos (con adhesión también a antivalores). Los sociólogos los
llaman “tribus urbanas” (CEPAL / AECID / OIJ 2008), aunque hay jóvenes rurales
que se expresan de modo similar.
Por
mientras algunos códigos valóricos tradicionales rurales
siguen vigentes entre los jóvenes, varios de
los indicadores de “progreso” o “éxito” actualmente en uso (ingresos,
educación, tipo de empleo, etc.) podrían no ser del todo pertinentes porque
se ajustan a otros parámetros valóricos, y no toman en consideración a los que
sí valdrían o también valdrían (tenencia de tierra y
animales, conocimientos relacionados con su cultura y la naturaleza, reconocimiento
social comunitario, por ejemplo).
Aunque
la mayoría de los jóvenes rurales han cursado varios años adicionales de
educación formal que sus padres, siguen teniendo algunos años de rezago con sus
pares urbanos, así como también diferencias de calidad o de aprovechamiento de
la enseñanza. Esto los pone en desventaja frente a la opción de migrar o,
incluso, de acceder a algunos empleos rurales frente a candidatos urbanos. Por
otro lado, algunos empleadores prefieren jóvenes rurales porque son más
respetuosos, trabajadores, incluso dóciles.[v]
La mayor escolarización, información y conexión con el
mundo “externo” despiertan anhelos por una vida distinta y, en muchos casos, un
alejamiento de la actividad agropecuaria, por lo menos como la que los jóvenes
vieron y ven en su entorno directo. En Chile, por ejemplo, en una encuesta
representativa a “jóvenes rurales”,[vi]
se les preguntó a aquellos que estaban trabajando en el sector agrícola si
trabajar en la agricultura de aquí a cinco años estaba dentro de sus sueños y
anhelos. Solo cerca de un tercio –tanto hombres como mujeres– contestó que sí (Faigenbaum y otros 2017).
El cuadro 1 resume algunas de las demandas de jóvenes
rurales –recopiladas en sendas reuniones, seminarios y conversaciones directas
con jóvenes rurales de América Latina a lo largo de los años– y también las que
varios investigadores de la juventud rural han concluido que son, podrían ser o
debieran ser.
Cuadro 1.
Demandas
reales (recopiladas de opiniones de jóvenes) o imaginadas (por “expertos”) de
jóvenes rurales latinoamericanos, según su inserción laboral*
* Cifras son
estimaciones gruesas para América Latina (20 países) y jóvenes rurales (15 a 29
años), en torno a 2012[vii]
(en millones y %).
Notas:
a. Incluye a desempleados: respectivamente
0,5 millones mujeres y 0,7 millones hombres.
b. Para llegar a 100% hay que añadir los
empleadores agrícolas: 2,3% de mujeres y 2,7% de hombres.
c. Para llegar a 100% hay que añadir los
empleadores no agrícolas: 1,2% de mujeres y 1,9% de hombres.
Fuentes: a) para las cifras: Dirven (2016), Anexo cuadros 1 y 2; b) para las demandas:
el autor, en base a una conversación vía Skype con Rafael Mesen y Daniel
Espíndola en noviembre de 2013.
3. Jóvenes,
empleo y acceso a activos
La mayoría de los habitantes rurales ocupados tiene un
empleo que no responde a los criterios de “empleo decente” de la Organización
Internacional del Trabajo (OIT). Esto incluye a los jóvenes rurales (y muchos
jóvenes urbanos también).
En efecto, en América Latina, para
los ocupados rurales, las cifras apuntan a:
- Menos
de la mitad aporta suficientes ingresos a su hogar para que este se encuentre
por sobre la línea de pobreza per cápita;
- La
mayoría trabaja a tiempo completo (40 a 48 horas semanales) o con sobrecarga
horaria (más de 48 horas);
- Pocos
han firmado un contrato (las mujeres un poco más que los hombres, y los
asalariados en ERNA dos veces más que los del sector agrícola);
- Solo
un cuarto está afiliado a la seguridad social, aunque con grandes diferencias
entre países y categorías ocupacionales;
- La
sindicalización –usada por la OIT como un proxy del diálogo social– es
muy baja y más baja aún entre los jóvenes;
- Las
condiciones de trabajo de los jornaleros –y más aún de los jornaleros migrantes–
son especialmente duras;
- Se
estima que uno sobre veinte niños rurales menores de 15 años trabaja en alguna
actividad económica, el 60% de los cuales en el sector agrícola (Dirven 2016).
Es necesario notar que –para igual tipo de trabajo–
los jóvenes rurales generalmente trabajan en peores condiciones (más riesgosas,
más precarias, con menor salario, con menor afiliación a la seguridad social,
etc.). Sin embargo, por el tipo de trabajo al cual acceden (en promedio,
sustancialmente distinto al de los no-jóvenes), una mayor proporción tiene un
trabajo “decente” o que potencialmente podría serlo si se acataran las leyes y
normativas vigentes (Dirven 2016). Para tener una
visión cabal, es necesario añadir que muchos jóvenes rurales enfrentan
inseguridades y violencias físicas y de otro tipo en sus localidades y
alrededores, en sus trabajos y, a menudo también, en sus familias.
Los estragos de la Pandemia del Covid-19 en el mercado
laboral (entre muchos otros efectos) han hecho retroceder muchos de los avances
de los últimos años y hacen prever que, tal vez por varios años, la situación
será peor a la descrita en el párrafo anterior.
Desde hace varias décadas, la tendencia en el sector
agrícola ha sido hacia un creciente envejecimiento de los tomadores de
decisión, un reflejo de una vida más longeva de los productores, por un lado y,
por el otro, del desinterés de muchos jóvenes por trabajar en el agro. Sin
embargo, parte de este desinterés está relacionado con falta de acceso a los
activos necesarios –en especial la tierra– para establecerse como agricultor. Si
bien hay varios modos de acceder a tierras (compra, arriendo, “ir a medias”,
herencia, toma o reforma agraria de tierras fiscales o privadas), en América
Latina, la herencia es la mayor vía de acceso a tierras agrícolas. En los casos
de arriendo, compra y varias de las otras modalidades, para poder pagar por la
tierra, se requiere obtener una mayor relación costo-beneficio en la producción
que en el caso de la herencia.
La herencia suele darse después de la muerte del
progenitor y tarde en la vida del “joven”. Además, la herencia (en vida o
después de muerte) generalmente conlleva la subdivisión de la propiedad entre
varios herederos, resultando en activos muchas veces ya insuficientes para
sostener a una familia. Por todas estas razones, muchos jóvenes, hijos de
agricultores, están por largos años “sin tierras”, y si siguen trabajando en el
predio familiar, suele ser como “familiar no remunerado” y con poca o ninguna
injerencia en las decisiones. Todos estos son motivos por abandonar la idea de
ser agricultor y, eventualmente, irse de la localidad de origen.
En el cuadro 2 se delinean algunas posibles razones de
expulsión o retención de jóvenes en el predio familiar, según el potencial
agrícola del territorio. La segunda columna puede no ser muy intuitiva a
primera vista. Se basa en el hecho que, en Chile por lo menos, los jóvenes
interesados en seguir como agricultores conversan más fácilmente sobre sus
posibilidades de herencia cuando la propietaria es la madre que cuando es el
padre u otro familiar cercano. De hecho, cuando el propietario es el padre es
cuando menos abordan el tema[viii]
(Faiguenbaum y otros 2017).
Si lo anterior se adscribe a relaciones de patriarcado
en el seno familiar y si se considera la existencia de cierta tensión entre
estas relaciones y movimientos más bien urbano-intelectuales cuestionándolos,
intuitivamente se podría postular cierta correlación con las gradientes
geográficas abordadas en la primera parte, es decir: a mayor lejanía, mayor
peso de las relaciones de patriarcado.
Cuadro 2. Factores de
retención o expulsión de jóvenes según el potencial agrícola
Fuente:
Elaboración propia, originalmente para la Conferencia vía Skype: “La
colaboración intergeneracional y/o el traspaso intergeneracional de activos en
el sector agrícola”, 4 de abril de 2018, en el contexto de la Elaboración de
Guías Didácticas para la Integración Generacional en Costa Rica.
4. Jóvenes,
migración y tipos de territorios rurales
La migración en todas sus formas (rural-urbana,
rural-extranjero o rural-urbano-extranjero, rural-rural y urbano-rural) ha sido
una constante a lo largo de la historia y, para muchos jóvenes rurales, ha sido
una vía de supervivencia, de superación, de rito hacia la adultez, para
acompañar a miembros del hogar, para estudiar y para aumentar los ingresos del
hogar o propios. Las migraciones son y han sido temporales, definitivas o por
un período en el ciclo de vida. Sin embargo, como lo menciona Hernández-Flores
(2019), algunas opciones tradicionales de migración se han cerrado o hecho más
difícil, mientras se han abierto nuevas opciones para el empleo local. Así,
algunos jóvenes que probablemente habrían migrado en el pasado, hoy se están
cuestionando esta opción o ya la han rechazado. Lo anterior no implica una
disminución drástica de la migración, pero si una tendencia distinta.
Combinando las características de los territorios descritos
en la primera parte, con los anhelos abordados en la segunda parte,
intuitivamente se esperaría un mayor éxodo desde lo “rural-profundo” que desde
otros territorios. Las cifras que publican Gordillo y Plassot
(2017, tablas 2, 6 y 8), parecieran confirmarlo en el caso de México, tanto por
la correlación de municipios expulsores y receptores según grados de
marginación, como por las localidades de menos de 100 habitantes que son las
únicas cuya población disminuyó en términos absolutos a partir del año 2000. En
estas mismas localidades de menos de 100 habitantes, la razón de dependencia
por vejez es de 4,5 puntos porcentuales mayor que la segunda categoría de
localidades (100 a 249 habitantes). De hecho, esta razón sigue disminuyendo a
medida que aumenta la población rural.
Las
conclusiones de un estudio de las migraciones entre distritos durante el período
2012-2017 en Perú[ix]
van en la misma línea: a pesar de que la población del país aumenta con un 1%
por año, un alto número de distritos (1268 sobre 1874 en total), reduce su
población entre 2007 y 2017. El migrante promedio prefiere trasladarse hacia
áreas urbanas y elige distritos con mejores condiciones socioeconómicas y con
acceso a servicios básicos (agua potable y electricidad). Por otro lado, el
flujo migratorio suele reducirse en la medida en que la distancia (en
kilómetros u horas) aumenta entre el distrito de origen y el de destino; en
cambio aumenta cuando el número de habitantes del distrito de destino es mayor
que en el de origen. La migración también aumenta (un alto 16%) cuando el distrito
de destino es menos rural que el distrito de origen o cuando el distrito de
origen tiene mayor altitud que el de destino. Aunque entre los años 2007 y 2017
las diferencias entre los indicadores socioeconómicos de los distritos de
origen y de destino siguen siendo importantes, se han acortado con respecto al
periodo anterior (Huarancca, Alanya y Castellares 2020: 4, 20 y 25).
La
pandemia Covid-19 ha tenido muchos efectos, también en los territorios rurales.
Estos están todavía a nivel de percepciones y no del todo documentados. Por un
lado, ha habido una migración de retorno de personas que han perdido su trabajo
–en zonas urbanas del propio país o de otro donde habían emigrado– y que, a
falta de ingresos, se han visto obligados a replegarse, como allegados, con
familiares en sus zonas de origen. Por otro lado, un número no menor de
personas que pueden trabajar a distancia se han trasladado hacia zonas rurales
con buena conexión de internet, para vivir con familiares, ir a sus segundas
viviendas o a algún zoom-town.[x] En
el caso de los zoom-towns, suelen ser personas
que no tenían ninguna o poca relación con la zona de destino. En estos tres
fenómenos recientes de migración urbana-rural participa un grupo importante de
jóvenes y de parejas jóvenes con niños.
Sin
embargo, previo al Covid-19 ya se vislumbraba una migración de retorno y de “neo-rurales”[xi] –con
preponderancia de jóvenes y de personas jubiladas– hacia lugares rurales con
características no muy distintas a las de los Zoom-towns o hacia lugares francamente apartados, pero con
paisajes muy atractivos o con el fin de ser parte de iniciativas de
conservación medioambiental.[xii]
Aquellos
(pocos) jóvenes que optan por ser agricultores (u optarían por serlo si se
dieran las condiciones de acceso a tierras y activos necesarios), por lo
general, buscan tres cambios: un trabajo menos sacrificado en términos de
trabajo físico, a la intemperie y sin vacaciones ni fines de semana; una
agricultura más amigable con el medioambiente y también con sus animales; ingresos
que los lleven, no a la riqueza, pero sí a una vida sin penurias. Además,
buscan posibilidades de diversión, de contacto con el mundo externo y con otros
jóvenes, con lo cual buscan –por lo menos– tener una señal aceptable de celular
(Faiguenbaum y otros 2017). Esta búsqueda de mejores
condiciones hará que algunos territorios lograrán retener más jóvenes que
otros.
Bastante
se ha escrito en la región a partir de la década de 1990 sobre la nueva
ruralidad, el empleo rural no agrícola y la necesidad de no confundir “rural”
con “agrícola”.[xiii]
En el cuadro 3 se vaticinan algunas de las razones por tener una ocupación
agrícola y una residencia urbana, o una ocupación no agrícola y una residencia
rural.
Cuadro
3. Algunas razones que pueden explicar la residencia urbana de ocupados en el
sector agrícola y la residencia rural de ocupados en empleo no agrícol
Elaboración
propia.
Conclusiones:
las causas-efecto y retroalimentaciones
El artículo une algunas observaciones en países
distintos (esencialmente, Chile, Perú, México y también Brasil) con: demandas y
anhelos de jóvenes recopilados en distintos foros, encuestas y seminarios;
análisis y reflexiones sobre distintos territorios de expertos y académicos del
ámbito más bien económico y geográfico; y estadísticas para América Latina. De
este conjunto, se derivan unas conclusiones intuitivas con el fin de ayudar a
pensar el tema de jóvenes y territorios y, también, orientar las políticas
hacia su desarrollo.
El territorio rural, independientemente de cómo se
define, es muchísimo más importante en términos de superficie en comparación con
la superficie terrestre total, que la población rural comparada con la
población total, también, sin importar cómo se la define. Una conclusión lógica
es que la densidad de la población rural es más baja que la urbana. Al mismo
tiempo, es una de sus características definitorias (por la OCDE).
Rural no es plano ni promedio. Un modo de simplificar la
infinidad de características distintas de los territorios rurales es por medio
de gradientes. Estos permiten mayores matices que el mero promedio. El análisis
de distintas estadísticas socioeconómicas permite postular que hay una cierta
progresión (generalmente de peor a mejor, con los parámetros usados en su
mayoría) desde lo “rural-profundo” (alejado de ciudades o mercados) y lo
“rural-disperso” (en cuanto a población humana) hacia las grandes ciudades. Esto
se explica por el impacto de la dispersión y de la lejanía sobre la mayoría de
las relaciones costo-beneficio para la producción, comercialización u
otorgamiento de bienes y servicios. Por otro lado, los parámetros para la
conservación del medioambiente y la mitigación del cambio climático suelen
tener el sentido contrario. En la medida en que la mirada ambiental tome mayor
importancia, estos territorios rurales debieran recibir mayor atención y las
condiciones de vida de su población también, con eventuales compensaciones por
sus servicios ambientales.
Los jóvenes, más informados sobre el mundo “externo”
(a su localidad) y con mayor educación formal (a pesar de sus limitaciones en
cuanto a calidad y pertinencia) tienen anhelos distintos a los de sus padres y
abuelos y, algunos, también oportunidades distintas y mejores. La migración
juega un papel en estas oportunidades y el empleo rural no agrícola también. Pero
las características de los territorios y el acceso a infraestructura y
servicios básicos potencian o limitan las oportunidades. Nuevamente, por ahora,
las oportunidades parecen desplazarse de menor a mayor siguiendo la gradiente
“rural-profundo o disperso” hacia la gran ciudad y los flujos de migración también
van en esta misma dirección.
La mayoría de los (pocos) jóvenes que anhelan ser
productores silvoagropecuarios enfrentan problemas serios de acceso a activos,
en particular la tierra. En América Latina, el acceso a tierras agrícolas es esencialmente
a través de la herencia. Esto suele ocurrir ya tarde en la vida del “joven”. Los
que se quedan a trabajar en el campo familiar generalmente lo hacen en
condiciones de “familiar no remunerado” y con poca injerencia en las
decisiones. Los que tomaron otros caminos no necesariamente quieren o pueden
cambiarlos en el momento de la herencia. Algunos testimonios apuntan a que
tener cierta seguridad sobre una herencia futura incentiva a los jóvenes a
quedarse en la agricultura, y que la conversación sobre el tema es más
frecuente cuando la madre es la propietaria, lo que a su vez apuntaría a la
persistencia de relaciones de patriarcado. El tipo de territorio también podría
tener una influencia sobre si es la madre o el padre que está a cargo o
propietario del predio y sobre la penetración de influencias de corte más bien
“urbano-modernas”.
Los otros tipos de acceso a tierras generalmente
requieren una relación costo-beneficio mayor para poder pagar por ellas. Esto
es más limitante en algunos territorios que en otros y, nuevamente, los
territorios más alejados de caminos y mercados parecieran estar desventaja.
Esta conjunción de hechos, conclusiones y deducciones intuitivas
conducen a aparentes círculos viciosos o elementos que se refuerzan. La mayoría
apuntando a menores posibilidades aún de satisfacer niveles mínimos aceptables
de condiciones de vida, de ingresos, y de acceso a activos, servicios e
infraestructura, para cumplir con los anhelos de los jóvenes en territorios
“rural profundos” o “rural dispersos”, excepto en tres casos: cuando los
valores tradicionales son todavía muy fuertes (y esto probablemente tiene
gradientes de mayor a menor desde estos territorios hacia los urbanos); si en
el sistema valórico del joven la vida cercana a la naturaleza y la contribución
a su mantención lo compensan suficientemente; y a medida que la sociedad le vaya
dando mayor valoración a estos territorios.
Para que los demás jóvenes se queden en sus
territorios rurales y otros vayan a vivir y trabajar allí, deberá haber cambios
en varios frentes: revalorizar los territorios rurales en el sistema valórico
de la sociedad en general, dotarlos con los servicios e infraestructura mínimos
aceptables y necesarios para el siglo XXI, y conseguir que se compartan más las
decisiones productivas y de herencia en el seno de las familias de productores
agropecuarios, campesinos y otros.
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Notas
[i]
Ver por ejemplo Cox 2010. Es más, Schneider et al. 2009 concluyen que, en
América Latina, las áreas urbanas (construidas) ocupan menos de 1% del área
terrestre total de la región (de hecho, en torno al 0,1%).
[ii]
En América Latina, para los
datos demográficos y socioeconómicos se suele usar las definiciones censales de
“rural”. Hay cinco grandes tipos de definiciones en uso actualmente: criterios
legales-administrativos; población por localidad (según el país, entre 200 y
2500); con carencias o características no urbanas; fuera de la cabecera
municipal; una mezcla de los anteriores. Para una discusión sobre cómo definir
rural, ver: CEPAL 2010; OCDE 2002, Gaudin 2019.
[iii]
Berdegué y otros (2012) concluyen que el tamaño mínimo de una ciudad
para surtir un efecto positivo sobre su hinterland rural sería de unos 15 000 a
20 000 habitantes.
[iv] Ver Anidelys Rodríguez-Brito.
2019. “Estudio de trayectorias y aspiraciones de jóvenes rurales en México”. Serie Documento de Trabajo 260. Chile: Rimisp. Francisco Javier Morales-Flores,
Susana Martín-Fernández y Jorge Cadena-Íñiguez. 2011. “El tiempo de
desplazamiento y su efecto en indicadores de la calidad de vida rural: un
estudio en el municipio de Salinas San Luis Potosí, México”. Agricultura, Sociedad y Desarrollo, Texcoco 8 (2): 261-280. Venancio Cuevas Reyes, Julio Baca del Morala,
Fernando Cervantes Escoto, José Antonio Espinosa García, Jorge Aguilar Ávila y
Alfredo Loaiza Meza. 2013. “Factores que determinan el uso de innovaciones
tecnológicas en la ganadería de doble propósito en Sinaloa, México”. Revista Mexicana de Ciencias Pecuarias 4 (1). Jaime Sobrino
Mérida. 2014.
“Migración interna y tamaño de localidad en México”. Estudios Demográficos y
Urbanos 29 (3).
[v]
Resultado de entrevistas (con Sergio Faiguenbaum) a jefes de personal y dueños
de empresas agrícolas y agroindustriales en el sur de Chile en 2015-2016, para
el proyecto FAO / INDAP / RIMISP / Fundación Ford (ver Faiguenbaum y otros
2017).
[vi]
Se puso “jóvenes rurales” entre comillas porque: el grupo encuestado tenía
entre 15 y 35 años, mientras que el Instituto Nacional de la Juventud de Chile
considera los de 15 a 29 años; y la definición de “rural” también fue distinta
a la censal usada para la mayoría de las estadísticas sociodemográficos,
considerando “rurales” a aquellos municipios de menos de 50 000 habitantes y
con una densidad de población de menos de 150 hab/km2.
[vii]
En 2020, los jóvenes rurales de los 20 países de América Latina sumarían 29,3
millones, un 24,5% de la población rural total y un 18,5% del total de jóvenes
de la región (cálculos propios en base a las estimaciones de CEPAL / CELADE (Estimaciones y proyecciones: Archivos Excel | Comisión Económica
para América Latina y el Caribe (cepal.org) Acceso
el 31 de octubre de 2021).
[viii]
Una experiencia interesante sobre cómo abordar estos temas con las familias es
la de Uruguay (ver Uruguay 2014).
[ix]
Una limitación de este estudio
es que solo considera las migraciones interprovinciales o interdepartamentales
y no las intraprovinciales.
[xi]
Personas que no crecieron en
zonas rurales pero que, por convicción, optan por vivir en ellas: por el modo
de vida que las zonas rurales ofrecen; porque quieren vivir en gran parte del
autoconsumo; porque quieren hacer un aporte personal al cuidado del medioambiente;
una combinación de las anteriores u otros motivos todavía. Frente a esta opción
positiva, están las personas que deciden vivir en zonas rurales porque sus
ingresos no les permite tener un mismo nivel de vida en zonas urbanas.
[xii]
Gordillo y Plassot (2017) para
México; Sili (por publicarse) para Argentina; conversaciones con el geógrafo
David Candia (en 2019) sobre los resultados preliminares de su análisis de los
datos censales de varios países de América Latina para un proyecto de la CEPAL;
conversaciones de la autora con sus alumnos de la Carrera de Geografía de la
Universidad de Chile.
[xiii] Ver: Pérez, E. 2005.
“Hacia una nueva visión de lo rural, ¿una nueva ruralidad para
América Latina?” Buenos Aires: CLACSO. “Rural nonfarm employment and incomes in Latin
America”, edición especial de 2001. World Development 29 (3). Amsterdam:
Elsevier Science; y, en especial, Erik Jonasson y Steven Helfand. 2008.
“Locational determinants of rural non-agricultural employment: evidence from
Brazil”. Working Papers 2.
Department of Economics, University of California at Riverside; y Martine
Dirven. 2004. “El empleo rural no agrícola y la diversidad rural en América
Latina”. Revista de la CEPAL 83.