Eutopia.
Revista de Desarrollo Económico Territorial
N.° 21, junio
2022, pp. 166-182
ISSN 13905708/e-ISSN 26028239
DOI: 10.17141/eutopia.21.2022.5158
¿Establecimientos
agropecuarios o Familias extensas? Desencuentros territoriales en el marco de
un programa de estímulo a la producción de quinua en el noroeste argentino.
Farming establishments or extended families?
Territorial misunderstandings in the framework of a program to stimulate quinoa
production in northwestern Argentina.
Jorge Luis Cladera. Universidad de Buenos Aires: FFyL,
Instituto Interdisciplinario de Tilcara.
jorge.cladera@filo.uba.ar, Orcid: 0000-0002-9992-7636
Gabriela
Andrea. Figlioli Subsecretaría de
Agricultura Familiar, Campesina e Indígena, Ministerio de Agricultura,
Ganadería y Pesca de la Nación. gafiglioli@gmail.com
Recibido: 30/08/2021 - Aceptado: 15/11/2021
Publicado: 30/06/2022
Resumen
Se
estudia un caso en el noroeste argentino en que, en el marco del escenario
global de creciente commodificación del mercado
productor de quinua, tuvo lugar la aplicación de un programa institucional para
su fortalecimiento y expansión en las comunidades rurales andinas. Si bien
estos esfuerzos no lograron la expansión esperada, se sostiene no obstante que,
lejos de expresar la crisis de los sistemas campesinos de dicha región o el
desinterés por el cultivo, refleja criterios de priorización no mercantiles tanto
de los territorios agrarios como del cultivo en cuestión. Mediante un abordaje
etnográfico de las estrategias, concepciones y comportamientos aplicados por
las familias que fueron destinatarias de este programa, se propone que estas
prácticas territoriales “invisibles” a los radares institucionales, pueden manifestar
estrategias de afianzamiento de los sistemas tradicionales de manejo de las
tierras agrícolas en manos de familias extensas, que resultan ilegibles (Scott
1998) para las premisas institucionales, debido a las propias limitaciones
heurísticas de los indicadores empleados.
Palabras
clave: mercantilización; establecimiento
agropecuario; parcela agrícola; red familiar extensa; quinua.
Abstract
A case is studied in northwestern
Argentina where, in the global scenario of increasing commodification of the
quinoa production market, an institutional programme was implemented to
strengthen and expand quinoa in rural Andean communities. Although these
efforts did not achieve the expansion as expected, it is nevertheless argued
that, far from expressing the crisis of these peasant systems or a lack of
interest in the crop, it reflects non-market prioritisation criteria for both
the agrarian territories and the crop in question. Through an ethnographic
approach to the strategies, conceptions and behaviours applied by the families who
were the target of this programme, it is proposed that these territorial
practices, "invisible" to institutional radars, may be strategies for
the consolidation of traditional systems of agricultural land management in the
hands of extended families, which are illegible (Scott 1998) for institutional
premises, due to the heuristic limitations of the indicators used.
Keywords: commoditization;
agricultural establishment; agricultural parcel; extended family network;
quinoa.
Introducción:
presentación del programa tecnológico analizado.
Cuando
se trata de promover a los sectores rurales marginalizados mediante las
acciones institucionales desde el Estado, un aspecto que suele ser poco tenido
en cuenta es que los dispositivos analíticos con que contamos para
visibilizarlos y cuantificarlos son precisamente aquellos desarrollados por un
paradigma de modernización y formalización económica del espacio. De este modo,
aquellos territorios agrarios que son administrados y gestionados mediante
racionalidades no hegemónicas, difícilmente logren ser
“captados” por nuestro lente analítico. Esto, constituye una seria limitante para
volver institucionalmente legible (Scott 1998) la producción alimentaria campesina
e indígena, ya que los indicadores de éxito empleados por los programas
institucionales, al aplicarse sobre fenómenos que responden a órdenes de
realidad que les son ajenos, con frecuencia arrojan resultados inconducentes o
negativos; lo cual, lejos de expresar la languidez o decadencia de las
cosmovisiones productivas y alimentarias analizadas, podrían estar indicando
precisamente lo contrario: su resistencia silenciosa (Scott 1985).
Un
ejemplo para pensar este tipo de fenómenos, lo constituye la quinua (Chenopodium quinoa Willd.), ya que la vigencia de su cultivo hasta el siglo XX
estuvo en manos de sistemas agrícolas de escala familiar y étnicamente subalternizados (Andrews 2017; Benites Alfaro, 2021; Laguna
2011). La percepción contemporánea de la quinua como uno de los “alimentos
milagrosos” (McDonnel 2015), le ha otorgado un protagonismo
alimentario global sin precedentes, cuya máxima expresión la constituyó la
declaración del año 2013 como el Año Internacional de la Quinua por parte de
FAO. El aumento del precio internacional de la quinua estimuló la expansión de
su producción agrícola en una curva exponencial (McDonnel
2018; Winkel 2013), provocando significativas
transformaciones socioeconómicas en las comunidades del altiplano andino (Andrews
2017; Winkel 2013), que incluyeron entre otras: la
incorporación de tractores como nueva herramienta para roturación de suelos
(Laguna 2011; Ormachea y Ramírez 2013), la transformación de grandes
superficies previamente ganaderas en espacios dedicados al cultivo de quinua a
secano (Rodas Arano 2021; Winkel 2013; Winkel et.al. 2014), nuevas
formas de acumulación de capital económico y político entre los sectores
populares aymaras (Laguna 2011; Neri Pereyra 2017), y
reconfiguraciones de las migraciones de la fuerza de trabajo local con el fin
de otorgar un mayor protagonismo a la producción quinuera
en las tierras ancestrales de origen (Vassas-Toral
2015; 2016).
En
cualquier caso, este crecimiento del mercado de la quinua,
no sólo implicó una intensificación de su producción en los territorios que
históricamente habían sido los proveedores internacionales, sino también un
estímulo para su expansión a áreas productivas nuevas en términos de mercado,
incluyendo ciertamente distintas locaciones de Argentina. Uno de los argumentos
de partida para los esfuerzos púbico-privados destinados a la expansión de su
cultivo en este país era, por un lado, su vigencia continua a escala familiar
en las regiones andinas del noroeste argentino: aquellas que más semejanzas
guardan con el altiplano boliviano[i] (Daza
et.al. 2015). Por el otro lado, la creciente rentabilidad
del cultivo, que podría de este modo constituir una oportunidad de reinversión
para estas mismas familias custodias (Aracena y Tolaba,
2015; Fuxman, 2019).
Las
debilidades estructurales que los organismos públicos y privados identificaron
como aquellas que impedían una expansión del cultivo, similar a la ocurrida en
el altiplano boliviano entre las comunidades andinas del noroeste argentino, se
fueron delineando a partir del 2010, y quedaron plasmadas en varios documentos
de trabajo (Daza et. al., 2015; Golsberg
et.al, 2010; Pereyra y Rivero, 2015). Estas debilidades
se referían a la ausencia de canales de comercialización, a la ausencia de
proveedores nacionales de semilla, a la necesidad de mecanizar las tareas de poscosecha. Pero, todas estas preocupaciones estaban
subordinadas a la debilidad visualizada como primigenia: que el área sembrada con
quinua en el territorio nacional no garantizaba volúmenes competitivos de
producción, por lo que urgía expandir la propuesta tecnológica. Dado el perfil del
público destinatario de las acciones de promoción técnica que comenzaban así a
adquirir forma – agricultoras/es familiares andinas/os
de muy pequeña escala – la intención institucional, de ampliar la superficie
implantada con quinua en la región, se orientó a aumentar el número de interesadas/os,
y por lo tanto, de beneficiarias/os. Es en este último punto en que nos
concentraremos en este artículo.
Sin
dudas, el espacio interinstitucional que adquirió mayor protagonismo en
referencia a esta línea de acción, fue el Complejo
Quinua Jujuy (Golsberg et. al.,
2015), que comenzó a cobrar forma hacia 2014 y guardó vigencia hasta 2019,
actuando de este modo durante cinco campañas agrícolas. Se trató de una
experiencia que procuró poner en articulación a todas las instituciones
públicas, ONGs y colectivos de agricultoras/es interesadas
en el cultivo de la quinua (Pereyra y Rivero, 2015: 9) en la provincia de Jujuy.
Este espacio constituyó la oportunidad para ejecutar una modalidad específica
de fondos disponibles en aquel momento: la Iniciativa de Desarrollo de Clusters (IDC) del Programa de
Servicios Agrícolas Provinciales (PROSAP), Unidad para el Cambio Rural (UCAR)
del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca.
Si
bien, en un primer momento, el Complejo contó con la participación de varios
organismos de escala nacional, provincial y municipal, así como organismos
privados, cooperativas y microempresas; a medida que consolidó sus acciones
territoriales, el equipo operativo de instituciones que le otorgarían de existencia
efectiva se fue concentrando en torno a aquellas dispuestas a ejecutar la financiación
IDC de UCAR. De este modo, cuatro organismos – una Universidad pública, una
Institución científico-técnica destinada al agro, una subárea del Ministerio de
Agricultura, y una Fundación privada – asumieron el compromiso de ejecutar un total
de cinco proyectos ejes, por un monto de $5.600.000, de los que finalmente
fueron ejecutados cuatro, entre marzo de 2016 y marzo de 2017[ii].
El Complejo estableció un plan de acción con la expectativa de lograr una fuerte
presencia territorial para asegurar resultados, en la intervención en cuatro
etapas: 1) Habilitación de parcelas de cultivo; 2) producción; 3) poscosecha y 4) comercialización[iii].
Estas etapas serían abordadas a su vez mediante cuatro niveles de coordinación
de las acciones en los diferentes territorios: en primer lugar las unidades
agrícolas; en segundo lugar los llamados “promotores locales” (personal que
pudiera hacer un seguimiento localizado de las demandas de grupos familiares
por comunidad o zona); en tercer orden, los “técnicos de terreno”, tarea
asumida por los equipos de extensión rural del Instituo
científico-técnico o por los del Ministerio de Agricultura; y en último orden,
los llamados “Coordinadores zonales”, uno por Puna y uno por Quebrada. La
modalidad de representación de los productores/as consistió en las denominadas Mesas
Quinueras, espacios de participación mensual que
integraron a todas las experiencias organizativas locales vinculadas
con la producción de quinua. Las Mesas Quinueras –
una por Puna, una por Quebrada – elegían a sus representantes, quienes eran a
su vez miembros partícipes de las reuniones de Complejo. Cabe aclarar que, la
modalidad de siembra aplicada en ambas regiones fue principalmente bajo riego,
si bien durante los primeros años se realizaron ensayos de siembra a secano en
los predios de algunos productores de la región puna. En ambas regiones, el
acceso al agua está auto-organizado
por las juntas de regantes de cada canal o cada comunidad indígena.
La
suma de los insumos aportados por el Complejo Quinua Jujuy a las y los
productores fueron: horas de tractor municipal para roturaciones, abono (guano
de chivo), semilla de quinua, herramientas de labranza (rastras, desterronadores y arados de tracción animal, sembradoras
manuales); materiales para cerramiento de predios (alambrados) y para
acondicionamiento de sistemas de riego intrafinca; bioinsumos orgánicos contra hongos y gusanos. En escala
colectiva, los aportes obtenidos por los productores fueron: maquinaria móvil
de poscosecha para la gestión común; y maquinaria de desaponificación, limpieza y envasado en una planta de
procesamiento inmueble. Todos estos insumos y equipos llegaron a manos de los
productores/as en calidad de bienes no reintegrables. Por medio de estos
diversos aportes, se esperaba establecer las condiciones para un estímulo
adecuado en la expansión del cultivo.
Durante
el año 2014, se realizó una encuesta en las regiones de Puna y Quebrada para
identificar numéricamente las características de la producción de quinua en la
región NOA. Estos datos constituyeron la base para los diagnósticos de las
intervenciones llevadas a cabo. Allí se identifica un total de 195
establecimientos (75 en la Quebrada y 120 en la Puna) que producían quinua,
empleando para ello una superficie total de 58 hectáreas (Roisinblit
et. al., 2015). Para la campaña agrícola previa
(2013), esta misma encuesta había identificado 49 unidades produciendo 84
toneladas de grano sobre una superficie total de 38 hectáreas (Daza et.al., 2015), por lo cual la expectativa de cosecha que
preveía el Complejo Quinua para ese mismo año 2015 era de 128 toneladas de
grano de quinua si el rendimiento se mantenía constante, o bien de hasta 232
toneladas, si se daban las condiciones logradas en el campo experimental de
INTA (Agüero; Acreche y Aguiar 2015) en la Quebrada
de Humahuaca. Cabe aclarar que las condiciones agroecológicas de los campos de
ensayo y los predios familiares de producción son muy similares.
Mapa 1: Localización de los
predios agrícolas productores de quinua del Complejo Quinua Jujuy (CQJ en la
leyenda del mapa).
Fuente: elaboración propia.
Hacia
mediados de 2016, el relevamiento de todas las unidades de productores/as quinueros/as incorporados al programa tecnológico era de
124 productores, de los cuales 58 en Puna y 66 en la Quebrada de Humahuaca[iv]. El
Complejo Quinua se proponía alcanzar una meta de al menos ¼ de hectárea por
productor[v], lo que permitiría obtener una
productividad estimada de no menos de 24.800 Kg., en base a los rendimientos
logrados en 2014.
Pero esta expectativa, en
ninguno de los ciclos agrícolas de vigencia del Complejos Quinua Jujuy se
alcanzó. En el ciclo 2015-2016, la superficie implantada con quinua por
productor/a fue, en promedio, de poco más de 1670 m2. En el ciclo 2016-2017, el
promedio fue de poco más de 1400 m2. El volumen efectivamente obtenido fue –
por éste y otros motivos que no analizaremos aquí – de apenas 2.784 Kg por
parte de toda la región Quebrada (ver mapa), lo que no llega a representar
siquiera el 15% del umbral mínimo pronosticado. Con estos guarismos, las
instalaciones planificadas y erigidas por las instituciones en el marco del
Complejo Quinua Jujuy – como un Centro de Innovación y Transferencias de
Tecnologías Agroecológicas inaugurado en junio de 2017[vi], o una Planta Piloto de
Valor Agregado de Quinua y Cultivos Andinos inaugurada en marzo de 2018[vii] – no podrían obtener
siquiera los requerimientos mínimos de grano de quinua como para operar. Es inocultable
el desconcierto, la preocupación y la frustración institucionales, cuando la
distancia entre la expectativa y la realidad resulta tan indisimulable. ¿Por
qué las agricultoras/es no expandieron su superficie agrícola como esperaba el
programa institucional?
Metodología de trabajo
Para reflexionar
etnográficamente esta pregunta, abordaremos las estrategias territoriales que
desplegaron las familias que se integraron al programa tecnológico en carácter
de destinatarias. En este artículo nos detendremos en analizar una
única red familiar extensa, involucrada en el programa tecnológico de promoción
de la quinua, pero cuyas estrategias y concepciones territoriales se repiten una
y otra vez en el universo de análisis bajo estudio. Podremos ilustrar por ese
medio las dinámicas fluctuantes por las cuales en sucesivos momentos se
involucran en una propuesta técnica distintos miembros de la red familiar,
activando diferentes criterios de derecho territorial y distintos predios
agrícolas en función de intereses, entusiasmos, y objetivos diversos y
fluctuantes. En nuestro carácter de equipo técnico de acompañamiento en
territorio de la experiencia analizada, los autores aclaramos que la
información de primera mano aquí presentada, fue
obtenida y sistematizada en conjunto con el propio colectivo de familias
productoras de quinua que conforman el universo analizado, y su empleo en
estudios y publicaciones fue acordado con dicho colectivo social. Para
preservar la intimidad de la red familiar que analizamos, haremos empleo de
pseudónimos en reemplazo de los nombres reales, tanto de las personas como de las
localidades rurales de referencia.
Un
estudio de caso: la familia extendida B.
La
familia que aquí llamaremos B., está integrada
por gente con la que hemos compartido proyectos de promoción rural desde hace
muchos años, aún antes de la gestación del Complejo Quinua Jujuy. Puntualmente,
durante la gestación del Complejo participaron tres hermanos B. a
quienes aquí denominaremos Elvira, Mónica y Nicolás B.,
así como Pablo C., la pareja de la madurez de Elvira, con quien
no comparten hijos pero sí integran sus sistemas
agropecuarios y comparten las decisiones productivas. Cuando comenzó a gestarse
el Complejo Quinua Jujuy, tanto Pablo como Elvira y Mónica se
sumaron a la propuesta, incorporándose además un tercer hermano de ellas, Nicolás
B.
La
red familiar integrada por los B. y, a través de Pablo, también
por los C., logra desplegar derechos de acceso a predios agrícolas en
tres comunidades rurales contiguas sobre los márgenes del mismo río, aunque a algunas
horas de caminata entre una y la otra, a las que aquí llamaremos Pocolar, Tolar y Sauzal.
Mapa
2: Localización de los predios agrícolas y
viviendas de la familia ampliada B., en del departamento de Humahuaca
(provincia de Jujuy).
Fuente:
elaboración propia.
Existe
una categoría local para designar a cada una de estas unidades agrícolas discernibles
espacialmente: la palabra rastrojo. Por lo tanto, aquello que el
Programa tecnológico-institucional concibe como un Establecimiento
Agropecuario, será equiparado en términos nativos con un rastrojo al que
la familia extensa tiene derecho de acceso y uso mediante diversos
procedimientos, ya sean oficiales (compraventas o herencias de títulos), o
consuetudinarios (que analizaremos más adelante). En el mapa podemos observar
la localización relativa de estas unidades mencionadas
Así,
Pablo se reconoce dueño de dos rastrojos en la localidad de Sauzal
(números 8 y 9 en el mapa y cuadro), ambos por herencia, aunque a través de
ramas hereditarias distintas:
Me
explica que él tiene dos propiedades, “dos títulos”, diferentes: ambos contiguos.
Su abuelo [que era oriundo de Tolar] compró
“un tercio de la superficie total” de los dueños originales [del Sauzal].
Por eso “en [el Tolar] seguimos teniendo un
terreno grande”, herencia de su papá [predio N°12 en el mapa]:
“ahí sembramos trigo”. “Porque es más complicado, más frío, […]
es lindo, sembraban, pero más frío”. Su mamá era de aquí, de [Sauzal]. Compraron
aproximadamente en la década de 1930. (apuntes de entrevista con Pablo
C. En Sauzal, 20/4/2017: nuestro resaltado)
Uno
de los predios en Sauzal (N° 8) es cabecera
del canal y, por lo tanto, el terreno que recibe el agua primero y en más
cantidad. Pero, además, es el terreno por el que Pablo expresa más
afecto, por haber sido herencia de un tío muy querido, que no tenía hijos
propios:
El
tío que vivía aquí, el que me ha sabido hacer la herencia, él sabía
bien: incluso para arar, todo ¿ve? Y sabía… después algunas cosas, acatábamos
de acuerdo a la luna, sembrar, todo, todo eso. […]
Como nosotros éramos dos, dos changos mayores, mi hermano que era
mayor de mí, él quedaba abajo [en Humahuaca] y a mí me mandaban aquí.
Como el tío no tenía equipo, entonces siempre hace falta, que vaya a traer
agua, algo. Entonces me mandaban a mí. Y bueno, no fue en vano, mirá, quedé heredero. (Entrevista a Pablo C.
en Sauzal, 14/7/2017: nuestro resaltado)
Se
observa la importancia que tiene el eslabonamiento afectivo para la definición
de las herencias en ausencia de herederos directos. En el caso de Pablo,
el recuerdo de este tío guarda un gran valor como su principal referente y
maestro en cuestiones agrarias. Es durante la infancia y en las
vacaciones escolares cuando se construye un vínculo afectivo con los
predios rurales, con la “vida de campo”, que cimentará la identidad y las
preferencias laborales de quien se expresa. Estas experiencias no están
desligadas de quien las transmitió: y es de ese modo que, para Pablo,
remitir a su infancia implica no sólo remitir a la vida rural, sino a su tío
como mentor.
El
otro terreno de Pablo (N°9) le fue heredado por vía directa, a través de
su padre: aunque por ese mismo motivo, la herencia original debió ser
distribuida entre los distintos hermanos en proporciones iguales. Sin embargo,
sus hermanos, al no residir en la localidad, le ceden a Pablo sus rastrojos
(N°10 en el cuadro y el mapa), mediante un procedimiento
consuetudinario, muy difundido en toda la región: la siembra compartida:
Sobre
[el rastrojo que heredó] de su papá, la
mitad del terreno la heredó él y la otra mitad (contigua más al sur), su
hermana. Ella hoy vive en Bs.As.; él es quien le cuida, y ahí también produce.
Le pregunto si van al partir o cómo; me explica que no hace falta: ella
cuando viene se lleva un poco de lo cosechado (“papa, lo que haya de
cosecha: también le llevo yo cuando voy para BsAs”);
a cambio, él le tiene que cuidar, “limpiar la acequia; mantener limpio”).
(entrevista a Pablo C. Sauzal, 20/4/2017: nuestro resaltado)
Dos
características significativas sobre la siembra compartida en los rastrojos se
desprenden de este fragmento. Primero: el hecho de que el mantenimiento (la limpieza)
de los canales de riego constituye la tarea mediante la cual se expresa
sintéticamente el principio de derecho consuetudinario sobre el terreno. Independientemente
de la propiedad formal del predio, la convención local establece que quien
tiene derecho a emplear productivamente el terreno, es asimismo quien carga con
la responsabilidad de su mantenimiento, sintetizado en el cuidado del canal.
Esta modalidad de derecho manifiesta una sorprendente dispersión geográfica en
la región bajo estudio. De hecho, no sólo es la norma convencional de
administración de la tierra en los parajes rurales de la región estudiada (la
Quebrada de Humahuaca), sino que ocurre incluso con aquellas/os agricultoras/es
que conservan, a través de alguna línea de herencia, derechos de terrenos
agrícolas en localidades rurales en Bolivia, como el caso de otra agricultora
de nuestro universo de análisis: Ella mantiene terrenos en Calza [Cochabamba,
Bolivia] y por ellos paga una cuota […] a sus tíos que son los
que trabajan sus terrenos, “lo más importante es que limpien los canales”.
(Entrevista a productora N°1. Tolar., 9/01/2019).
El
segundo elemento que se desprende del fragmento de nuestros apuntes, señalado
un poco más arriba, es que el producto agrícola que sintetiza el intercambio
horizontal de favores (entre el cuidador del terreno y quien lo cede) es la
papa. En general, quienes no permanecen en la zona tienen pocas
pretensiones productivas relacionadas con la cosecha, que queda principalmente
en manos del/la pariente/a encargado/a de su cuidado. La distribución de las
cosechas se expresa como algo librado al criterio y a la buena fe de quien
trabajó el terreno. De esa manera, dependiendo de lo sembrado, la distribución
de la cosecha variará. Sin embargo, es un solo producto, la papa, el que
adquiere expresión como aquel que debe ser repartido entre los parientes
que se quedan (los cuidadores del rastrojo) y los que se van (los dueños
del mismo), aunque sea simbólicamente, “ritualmente”,
para completar la transacción. Esto constituye una constante que se volverá a
expresar recurrentemente entre las familias que integran nuestro universo de
análisis. Por medio de estas convenciones, reconocemos modalidades locales para
“recomponer”, en cada generación, los predios agrícolas que son dispersados por
la modalidad legal de herencia igualitaria del patrimonio. Por lo general es
uno solo de los hermanos o hermanas de cada generación, quien permanece en la
localidad rural y quien por lo tanto hará empleo productivo de los rastrojos
familiares. Las diversas opciones de siembra compartida – que se sintetizan
en el principio arriba señalado – permiten una administración unificada,
planificada y continua de los predios de varios hermanos, en manos de quien
permanece en la zona.
Al
involucrarse en el programa de fortalecimiento de la quinua, la principal
solicitud que Pablo manifestó para obtener del Programa era una
herramienta de tiro animal (una aporcadora); y material para acondicionar su
canal de riego, con el fin de instalar una pequeña represita para regar el predio
N°9. A este fin, durante el ciclo agrícola 2015/16 sembró la quinua para el
proyecto en este mismo predio; al año siguiente, para evitar sobreexigir al terreno, sembró quinua en su predio N°8 y en
el N°10, de su hermana, mediante la ya mencionada siembra compartida.
Al
ampliarse la red familiar centrada en Pablo a partir de su “alianza
matrimonial” informal con Elvira B., estas estrategias de activación de
los predios de dueños ausentistas mediante la siembra compartida, permitieron
conectar a una red familiar muy activa en términos de producción agropecuaria
(los B.) con una localidad en la que había, proporcionalmente, más
terrenos que agricultores disponibles (el Sauzal), como ocurrió con el predio
que en el mapa figura con el número 11, del cual sabemos que:
Lo
sembró Elvira, que hizo arreglo con el primo de Pablo que es el
propietario. “Arrienda” me dijo Pablo, pero al preguntarle cómo fue el arreglo,
me explica: “a cambio se riegan sus plantas, se cuida el terreno, y él se
lleva unas bolsas de maíz, de papa”. (apuntes
de visitas a campo con Elvira B. y Pablo C. en Sauzal, 10/07/2019)
Además
de los predios en Sauzal, que son centrales para el sistema agrícola de Pablo,
él cuenta también con otro terreno aguas arriba sobre el mismo río, en Tolar: el predio originario de sus abuelos (número 12
en el cuadro y mapa).
[La quinua] da por ahí en [el Tolar] también. Claro, yo
voy a veces, viste. […] Por eso yo tengo para sembrar quinua,
mucha quinua. Claro, si ahí tengo varias hectáreas yo. […] El agua
esa utiliza únicamente la propiedad que tengo yo nada más, no
siembra más nadie. No hay más otro terreno. (Entrevista a Pablo C.
En Sauzal, 14/7/2017)
Sin
embargo, existen dificultades logísticas para producir en cantidad en Tolar, debido a la inaccesibilidad de los caminos
carreteros, como se puede observar en el mapa. Consecuentemente, las panojas
cosechadas deben ser transportadas a lomo de burro hasta alguno de los parajes
con acceso carretero con que la red familiar cuenta: ya sea en Sauzal, a
través de Pablo, o Pocolar, a
través de Mónica y Elvira.
En
el Pocolar, los B. cuentan con derechos sobre
una multiplicidad de rastrojos. Algunos de ellos han sido heredados por
vía materna, otros son herencia paterna, y otros han sido adquiridos mediante
compras consuetudinarias entre vecinos. Por un lado, están los terrenos
heredados por vía paterna:
Mi
abuela es de Abra Pampa […] Dice que la han
traído de peona [a Pocolar]. El señor ése
se llamaba Ceferino. Y ése lo ha criado a mi papá pues. […] Todavía me
acuerdo cuando falleció el abuelo don Ceferino, me acuerdo. Que era la
más chica yo, pero me acuerdo. […] Nosotros le atendíamos a él, ya era
viejito, no podía caminar, ya andaba con bastoncito. Estaba muy enfermo así él.
Mi papá lo ha puesto bajo tierra a él. Sería como su papá. [...]
Y a mi papá, su padrastro lo dejó todos los rastrojos, todo era a él. […]
Porque el señor ése no tenía hijos, no tenía nada, y la señora no
tenía hijos. (Entrevista a Elvira B. en Sauzal, 14/07/2017)
Aquí
observamos, una vez más, la importancia que adquieren mecanismos de herencia de
terrenos no “convencionales”, de manera muy similar al que vimos para el caso
de Pablo: en ausencia de herederos directos, el compromiso afectivo –
expresado en el cuidado durante la ancianidad – se refleja en la herencia de
unidades agrícolas unificadas a personas que mantienen continuidad geográfica
en la zona. Si observamos el cuadro 1,
podremos ver que la herencia de los rastrojos que eran de este “abuelo
Ceferino” (de crianza, pero no de sangre), constituyen la principal fuente de
predios agrícolas de los hermanos B.
Por
el otro lado, están los terrenos heredados por vía materna. Dado que la madre
de los B. ha fallecido ya, estos rastrojos han sido ya repartidos entre
todos los herederos, y por lo tanto cada quien sabe
qué terreno es de su “propiedad”. En cambio, dado que el padre de los B.
vive aún, los terrenos que cada uno describirá como propios son solamente
aquellos que haya obtenido mediante compra a un vecino, o por herencia
matrilineal, pero no se mencionan los terrenos paternos durante las
entrevistas o conversaciones, salvo que se pregunte explícitamente. Sin
embargo, en distintos ciclos agrícolas, los terrenos que fueron empleados para
producir quinua en el marco del Programa de Fortalecimiento fueron,
precisamente, los terrenos de “abuelo Ceferino”. Al preguntar dónde tiene sus terrenos,
Elvira sólo me aclara cuál es terreno que es de su derecho particular.
Eso no significa que no cuente con otros espacios agrícolas a los que pueda
acceder a través de acuerdos intergeneracionles o
colaterales. De hecho, durante los dos ciclos agrícolas de los que contamos con
datos más pormenorizados – 2015/2016 y 2016/2017 – Elvira estaba
centrando sus quehaceres más en el Sauzal mediante siembra compartida
con el primo de Pablo que ya hemos mencionado, que en Pocolar: descomprimiendo de este modo las demandas
agrícolas sobre los terrenos familiares a favor de sus hermanos Mónica y
Nicolás, que eran quienes hacían uso de ellos.
En
el caso de los B., las demandas de equipamiento que solicitaron al Programa
de Fortalecimiento de la quinua también deben ser entendidos como estrategias
colectivas. Los tres hermanos coincidieron en solicitar cada uno un arado de
hierro (arado de tracción animal) y dos arneses completos (dos pecheras con
sus respectivas lomeras y cadenas) para ungirlos a la yunta de animales. Nicolás
solicitó, además, una herramienta agrícola de tiro animal (una rastra,
empleada para desterronar), y Mónica otra (una cultivadora de
tracción animal). La explicación de esta demanda cobra sentido si pensamos en
el peso del arado de hierro, que lo vuelve muy incómodo para
transportarlo de un rastrojo a otro sin una camioneta o vehículo
carretero. La disponibilidad de un arado en cada rastrojo familiar
agiliza así la tarea de roturación y siembra, independientemente de quién sea
la persona de la red familiar que en ese momento se encuentre haciendo
usufructo del predio y, consecuentemente, también del equipo de arada. Es que,
como vimos, en sus quehaceres agropecuarios anuales, distintos integrantes de
la red familiar B. acceden a diferentes terrenos y fuentes de mano de
obra, y los distribuyen en función de dos criterios: por un lado, los intereses
particulares del año agrícola en cuestión; por el otro, las memorias de las
siembras del ciclo agrícola previo, para evitar el agotamiento del suelo. Estas
mismas lógicas se activaron también en relación al
Programa de Fortalecimiento de la Quinua que analizamos. Pablo sembró en
2015/16 su quinua en el predio propio N°9 y, para rotar las siembras, al año
siguiente lo hizo en el predio de su hermana (N°10) por medio de siembra
compartida, y parcialmente también en el N°9. Asimismo, Elvira sembró la
quinua durante el primer ciclo agrícola en su predio propio N°7 y, para no sobreexigir el terreno, al segundo ciclo agrícola sembró la
quinua en el terreno N°11 mediante siembra compartida con el primo de Pablo.
Mónica también estableció siembras compartidas con un vecino de su
localidad para sembrar su quinua en el predio N°2 y, durante el segundo año,
parcialmente también en terreno de su papá, el rastrojo N°3. Esto
descomprimió el terreno N°1, que fue destinado principalmente a Nicolás,
más desfavorecido económicamente debido a su delicado estado de salud. Asimismo,
dado que Nicolás se encuentra imposibilitado de acceder a un empleo
estable precisamente por su salud, se ofrece para ayudar a sus parientes en
tareas rurales. Durante los dos ciclos agrícolas analizados, Nicolás fue
el principal colaborador de Pablo en las tareas agrícolas, como
mecanismo de retribución a la red familiar por el terreno cedido por su hermana
Mónica.
Así,
cuatro de las unidades productivas que integran el universo de los destinatarios
del Complejo Quinua Jujuy que estudiamos, participaban de una misma red
familiar para la toma de decisiones agrícolas, y bajo este criterio desplegaron,
en sólo dos ciclos agrícolas, una diversidad de estrategias de acceso a ocho de
los once rastrojos a los que tienen algún tipo de derecho, incluyendo no
sólo predios agrícolas propios, sino también predios a los que algún miembro puede
acceder mediante intercambios no mercantiles, tales como la siembra compartida.
De este modo, saber en dónde cada destinataria/o siembra su quinua para el
Programa de Fortalecimiento es, de antemano, incierto: ya que depende de su
disponibilidad de estrategias dentro de la red.
Conclusiones
que se desprenden del análisis
Cuando
a partir de 2014 el Complejo Quinua Jujuy quiso afianzar la expansión del
cultivo en las regiones andinas de la provincia, una estrategia consistió en
consolidar una superficie agrícola mínima por cada unidad productiva. De este
modo, una premisa implícita de las intervenciones del programa consistía en
asumir que la unidad agrícola se podría equiparar a una unidad doméstica (una
familia nuclear) con su correspondiente entidad espacial uniforme
(una parcela agrícola). Hemos podido analizar en este estudio cómo articulan en
las prácticas de multiplicación agrícola dos entidades que difieren respecto de
esta premisa inicial.
Por
un lado, hemos ilustrado cómo en las dinámicas territoriales que se despliegan en relación a la actividad agrícola, se reconoce, por encima
de la unidad decisora de última instancia, constituida por el agricultor o
agricultora particulares, por lo menos una escala social cuyos vínculos no
pueden ser entendidos desde una perspectiva mercantil. Se trata de la red de
parentesco extenso, articulada principal, aunque no únicamente, por medio de
relaciones de consanguineidad (como los hermanos B., o Pablo con sus
hermanos) y de alianza, ya sea marital o extramarital (como Pablo y Elvira).
Por medio de estos eslabonamientos de relaciones, es posible ampliar más allá
de los vínculos directos la disponibilidad de recursos, tanto de fuerza de
trabajo (como Pablo con Nicolás) como de terrenos agrícolas (como
Elvira con el primo de Pablo), “negociados” mediante mecanismos extra-mercantiles de derecho (las siembras compartidas y
sus múltiples variables).
En
el análisis de una red familiar, vimos la capacidad para desplegar derechos
territoriales sobre once predios agropecuarios distintos dispersos en tres
parajes diferentes a distintas altitudes en el departamento de Humahuaca. Los
miembros de la red familiar extensa articulan estas tramas ante las
intervenciones institucionales – como el Complejo Quinua Jujuy –, en términos
de un vínculo de reciprocidad implícito, por el cual asumen que ambas partes
ofrecen algo a cambio de recibir otra cosa. En términos estrictamente
territoriales, esto produce un efecto invisible para los organismos
institucionales: los recursos materiales obtenidos mediante un programa de fortalecimiento
como el de la quinua, pueden estar destinados a un predio agrícola determinado,
mientras que el compromiso asumido para con el programa (en este caso, producir
quinua) puede ser cumplido mediante otros predios agrícolas. Pablo
mejoró su rastrojo N°9, pero produjo su quinua principalmente en los predios
N°8 y 10.
Asimismo,
la preocupación por rotar los cultivos pone de manifiesto la vigencia de un paradigma
productivo que hoy los mismos organismos institucionales aplauden, pero que en
la práctica no saben cómo aplicar, y contra los que a veces incluso atentan: el
modelo agroecológico. Tanto Elvira como Pablo sembraron la quinua
para cumplir con el Programa de Fortalecimiento en terrenos diferentes de un
año al otro. El sencillo argumento con que Pablo puso en palabras esta
estrategia: “es para no agotar la tierra”.
La
priorización de los insumos observada apunta, además, a que la inversión de
recursos institucionales se destina prioritariamente a aquellos terrenos que
guardan una carga afectiva más importante, que participan de un modo más
explícito y tangible en la construcción subjetiva de la persona, a través de
sus redes de parentesco y afecto. De manera acorde a esta relación afectiva,
serán precisamente estos terrenos los más cuidados del riesgo de erosión:
motivo por el cual serán, asimismo, los primeros en los que se evitará el
cultivo a la vez intensivo y extensivo de la quinua que el programa
institucional está demandando para cumplir con sus expectativas. De este modo,
la siembra de la quinua para cumplir los compromisos se destina a terrenos en
los que se combinan: la facilidad para realizar su seguimiento agrícola, y la
reducción del riesgo que se corre en caso de que la siembra falle. Pablo
sembró, durante el segundo año, la quinua en el predio N°10 que comparte con su
hermana. De esta manera, si fracasa, no puso en riesgo sus siembras
prioritarias en términos de su rol social: necesarias, precisamente, para
cumplir el ciclo ritual de “devolver” el favor de su hermana.
El
modelo sintético con que los programas conciben la realidad para gobernarla –
la idea de un predio agrícola único manejado por cada unidad familiar única –
contrasta con la evidencia empírica aquí presentada, que manifiesta prácticas
territoriales en redes mucho más complejas. De este modo, no sólo el concepto
de establecimiento agropecuario se vuelve poco conducente (ya que muchas
parcelas responden a una red familiar en acción), sino también la
mensurabilidad de las superficies agrícolas. Los criterios locales para identificar
las unidades agrícolas – los rastrojos – se dan por sobreentendidos por
parte de las familias agricultoras como criterios suficientes para sintetizar
áreas agrícolas – “más o menos” un cuarto de hectárea; media hectárea. El hecho
de “aportar” un rastrojo para un Programa institucional significa que,
quien lo hace, compromete actividades a realizarse allí en
relación al mismo, lo cual no significa que dicho rastrojo sea
cedido a tal fin de forma uniforme, exclusiva, ni excluyente.
Por
último, estas lógicas activan modalidades no mercantiles de acceso y empleo de los
terrenos agrícolas, que refuerzan y actualizan las relaciones entre parientes
por sobre el interés económico. Los guarismos que maneja un Programa
institucional, y que parecen apuntar al fracaso de sus objetivos, disimulan el
hecho de que el programa participó, sin haberlo esperado ni anticipado, en
circuitos consuetudinarios e institucionalmente ilegibles de reproducción de
las redes familiares de intercambio de tierra, trabajo y alimentos.
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Notas
[i]
Principalmente, aquellas regiones caracterizadas por su
altitud, por su clima seco y frío, y por la vigencia de sistemas agroganaderos
tradicionales de escala familiar: la puna de las provincias de Jujuy, Salta y
Catamarca, y la quebrada de Humahuaca en la provincia de Jujuy.
[ii]
A saber: El “Proyecto I: Fortalecimiento institucional del Complejo Quinua de
Jujuy”; el “Proyecto II: Manejo agroecológico en Quebrada y Puna jujeña”; el “Proyecto
III: Conservación y uso sustentable de quinua”; el “Proyecto IV: Infraestructura
productiva para Agregado de Valor de la quinua y otros granos andinos”; y el
finalmente no ejecutado “Proyecto V: Apoyo a la comercialización de la quinua
de Quebrada y Puna”.
[iii]
Plan de Contingencia para la Promoción de la Quinua – Complejo Quinua Jujuy,
junio de 2016.
[iv]
Una mención aparte merece la Cooperativa CADECAL. Se trata de una cooperativa
especializada en quinua, cuyos socios se localizan en algunas de las zonas más
remotas de la puna jujeña (ver el mapa adjunto). La modalidad de trabajo de
esta cooperativa transitó un derrotero propio, independiente del Complejo
Quinua Jujuy: motivo por el cual la información presentada en este artículo
no hace referencia a este caso.
[v]
Plan de Contingencia para la Promoción de la Quinua – Complejo Quinua Jujuy, junio
de 2016.