Eutopia. Revista de Desarrollo Económico Territorial  N.° 21, junio 2022, pp. 124-142

ISSN 13905708/e-ISSN 26028239

DOI: 10.17141/eutopia.21.2022.5430

 

 

Bolsones agroecológicos: ¿posible estrategia contra la inflación en hortalizas? El caso de La Plata, Argentina[i]

 

Agroecological exchanges: a possible strategy against vegetable inflation? The case of La Plata, Argentina

 

 

Martín Nicolás Sotiru. CIG - IdiHCS (UNLP-CONICET), msotiru@gmail.com, 

 

Recibido: 31/03/2022 - Aceptado: 23/05/2022

Publicado: 30/06/2022

 

Resumen

El alza constante en el precio de alimentos genera severos problemas al dificultar la reproducción de la vida de los sectores populares y de la sociedad en general. En ese marco, el cinturón hortícola platense, uno de los más importantes del país, cumple un rol fundamental en la provisión de hortalizas frescas para la región de La Plata y alrededores. Parte de la explicación del aumento de precios de las hortalizas, por sobre la inflación promedio, puede explicarse por el modelo de desarrollo territorial dominante en él. En contraposición a este, organizaciones de la agricultura familiar campesina e indígena vienen construyendo, a través de la agroecología, un modelo de desarrollo territorial contrahegemónico. Es por eso que, en el presente estudio, explicaremos por qué este último modelo y su estrategia de priorizar los circuitos cortos de comercialización, es una alternativa viable para sortear el alza en el precio de las hortalizas.

Palabras claves: Agroecología, Alimentos, Circuitos Cortos, Cinturón Hortícola Platense, Precios

Abstract

The constant rise in food prices generates severe problems by hindering the reproduction of the life of the popular sectors and of society in general. In this context, the horticultural belt of La Plata, one of the most important in the country, plays a fundamental role in the provision of fresh vegetables for the region of La Plata and surrounding areas. Part of the explanation for the increase in vegetable prices, above average inflation, can be explained by the dominant territorial development model. In contrast to this, peasant and indigenous family farming organizations have been building, through agroecology, a counter-hegemonic territorial development model. This is why, in this study, we will explain why the latter model and its strategy of prioritizing short marketing circuits is a viable alternative to circumvent the rise in vegetable prices.                                                                     

Key words: Agroecology, Food, Short Circuits, Platense Horticultural Belt, Prices

Introducción

 

En Argentina, la inflación es considerada un problema histórico y su seguimiento y evolución es una constante en los discursos públicos, así como en las noticias diarias. Tras la irrupción de la pandemia del COVID-19, el alza constante de los precios de los alimentos en general, y las hortalizas en particular, por sobre incluso los niveles de inflación general, generó severos problemas al dificultar la reproducción de la vida de los sectores populares y de la sociedad en general.

Si observamos los datos del índice de precios al consumidor, para la región de Gran Buenos Aires, publicados por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC s. f.), vemos que entre diciembre de 2016[ii] y diciembre de 2019, la diferencia entre la evolución de los precios en general y los precios de los alimentos promedio un 1,2 puntos porcentuales, promedio que aumenta a 3,6 puntos porcentuales si tomamos la diferencia entre la evolución de los precios en general y la evolución del precio de las verduras, tubérculos y legumbres. Podemos decir que, hasta la pandemia, los precios de los alimentos estaban en consonancia con los aumentos de precios en general. Pero, si realizamos el mismo calculo a partir del año 2020, dichas diferencias aumentan a 34,8 y 57,9 puntos porcentuales respectivamente, con un claro cambio de tendencia en marzo del 2020, mes en el cual se empezaron a sentir los efectos de la pandemia del COVID-19 en Argentina.

Ante este hecho, Wainer (2021), considerando el año 2020 y parte del 2021, explica que, dentro del rubro alimentos, subieron más aquellos cuya producción tiene bajos niveles de concentración y de industrialización. En otras palabras, las mayores subas fueron en alimentos frescos o no procesados debido a las dificultades para la comercialización resultantes de las restricciones a la circulación por la pandemia, los menores niveles de productividad de este tipo de alimentos y que son productos no contemplados en los programas de acuerdos de precios. Pero, para Levaggi (2021), referente de la Unión de Trabajadores de la Tierra y Presidente de la Corporación del Mercado Central de Buenos Aires (mayor mercado concentrador de frutas y verduras del país), el problema con la suba de alimentos es el modelo de producción y comercialización vigente de dichos alimentos, lo que explicaría porque a pesar del levantamiento de las restricciones a la circulación, estos precios siguen subiendo por encima del nivel de precios en general.

Levaggi (2021) señala que este modelo de producción y comercialización se caracteriza por insumos dolarizados (que incrementa los costos y se traslada a precios), precios que se determinan a lo largo de toda la cadena según la oferta y demanda (a lo que se suma la estacionalidad de la producción), la falta de planificación de la producción y distribución, debido a la gran atomización de productores y comerciantes, y la falta de políticas frutihortícolas. Adicionalmente, explica que la posibilidad de exportación de ciertas frutas y verduras también genera impactos (dado se reduce la oferta interna y, por ende, se elevan los precios ante la menor oferta).

En línea con esta última explicación, nos detendremos en el cinturón hortícola platense (CHP), que cumple un rol fundamental en lo que refiere a la provisión de hortalizas frescas para la ciudad de La Plata y alrededores. Sin ánimos de hacer un análisis exhaustivo del sistema agroalimentario local, puede entenderse que parte de la explicación del aumento sostenido de los precios en algunos alimentos en la región, como las hortalizas, por sobre la inflación general promedio, deriva del modelo dominante de desarrollo territorial vigente en el CHP. Este modelo combina un sistema convencional de producción, caracterizado por la producción bajo invernáculo, y canales de distribución y comercialización largos e indirectos, ambos, muy atomizados.

En contraposición al modelo dominante, organizaciones de la agricultura familiar campesina e indígena del CHP, vienen impulsando la agroecología como base para un modelo de desarrollo territorial contrahegemónico. La agroecología busca producir alimentos priorizando la sustentabilidad del agroecosistema y suele apoyarse en canales directos de comercialización (de productores a consumidores).

En particular, el Movimiento de Trabajadores Rurales Rama Rural (MTE Rural), a través de la cooperativa Pueblo a Pueblo, realiza ventas semanales de bolsones agroecológicos a domicilio desde el año 2016. A partir de analizar y realizar un seguimiento del precio de estos bolsones buscamos determinar si dicha estrategia territorial configura una alternativa válida para sortear el alza del precio de alimentos frescos, como las hortalizas. A modo de adelanto, encontramos que la producción agroecológica, canalizada a través de un circuito alternativo y de venta directa (sin intermediarios), comercializada a un “precio justo” y enmarcada en los preceptos de la soberanía alimentaria, permite que los precios de las hortalizas se desacoplen de la dinámica alcista de los precios.

La estructura del artículo es la siguiente: primero, describiremos la metodología y seguidamente consignaremos los principales conceptos que utilizamos para caracterizar al modelo de desarrollo territorial dominante del CHP. Luego, apuntaremos como la agroecología se configura como una base para la construcción de un modelo de desarrollo territorial contrahegemónico, puntualizando en la experiencia del MTE Rural. El cuarto apartado consistirá en la presentación y análisis de los resultados. Finalmente, cerraremos con unas reflexiones.

 

Metodología

 

Para realizar la comparación de precios de las hortalizas resultantes de uno y del otro modelo de desarrollo territorial, utilizamos una metodología armada de forma ad hoc, a partir de analizar datos primarios y secundarios.

En primer lugar, tomamos como referencia de la producción agroecológica al bolsón agroecológico de 5 kilos que elabora el MTE Rural, y comparamos la evolución de su precio contra algunos índices informados por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC s. f.):

-                    la evolución de la inflación a través del Índice de Precios al Consumidor (IPC general), para el Gran Buenos Aires (GBA),

-                    la evolución de la división Alimentos del Indicé de Precios al Consumidor para GBA (IPC alimentos)

-                    la evolución de la subdivisión Verduras, Tubérculos y Legumbres del Indicé de Precios al Consumidor para GBA (IPC VTL), dado que el componente de verduras podría reflejar la producción hortícola especifica del CHP, no así los restantes componentes.

-                    la evolución de los precios del tomate redondo, la lechuga y el zapallo anco (Indicé hortalizas seleccionadas), tomados en conjunto, que si son variedades que se producen en el CHP (aunque no todo el año, como es el caso del tomate en La Plata, cuyo pico productivo es durante el verano) y que son algunas de las variedades que utiliza el INDEC para la medición de los índices precedentes.

Los datos para armar la serie de la evolución del precio del bolsón fueron relevados desde redes sociales. Para todos los índices utilizados, la base utilizada fue diciembre de 2019. Para la comparación de estos índices, el periodo de referencia abarcara desde enero de 2020 hasta abril de 2022[iii], de esta forma, se comprende al periodo donde los precios de alimentos y de hortalizas, en particular, superaron con creces a la tendencia alcista de los precios en general. Con la comparación entre los índices y la evolución del precio del bolsón, buscamos analizar las tendencias de los precios y no la situación a un determinado momento, dado que mientras los índices reflejan los precios de las mismas variedades, el bolsón va modificando sus variedades a lo largo del año.  

Luego, con el objetivo de complementar esta información, compararemos el bolsón agroecológico del MTE Rural contra un bolsón hipotético de hortalizas producidas de forma convencional, armado a partir de un relevamiento en las páginas web de grandes supermercados, seleccionando la misma cantidad de variedades que contiene el bolsón original y eligiendo al proveedor para cada ítem de menor precio. Cabe la aclaración de que los supermercados no son el canal hegemónico de comercialización de hortalizas, pero dada la facilidad para captar los precios y a razón de que los supermercados, para establecer sus precios, toman como referencia a los precios del Mercado Central (Contreras 2015), es factible hacer la comparación.

La comparación entre bolsones fue realizada en 6 ocasiones (junio, agosto, octubre y diciembre del 2021 y febrero y mayo del 2022). La primera medición de un bolsón en el mes de junio obedece a que fue el momento que se decidió realizar la presente investigación y las mediciones posteriores fueron realizadas para tener al menos un registro cada dos o tres meses.

Por último, utilizaremos el Índice de Precios en Origen y Destino Frutihortícola[iv] (IPOD Frutihortícola), que mide la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME), para obtener aproximadamente cuánto ganan los productores por sus ventas a través de los circuitos largos. Ese dato se comparó contra lo que obtienen los productores a través de la venta de los bolsones, lo cual es informado por el MTE Rural.

 

Recorrido por el modelo de desarrollo territorial dominante del Cinturón Hortícola Platense

 

Antes de adentrarnos en las características del CHP, queremos señalar qué entendemos por territorio, por desarrollo y por modelo de desarrollo territorial. Entendemos al territorio como un entramado material y simbólico de relaciones sociales, siempre atravesadas por el poder (Manzanal 2007). El poder es un concepto relacional que implica que uno (o algunos) de los actores, para favorecer su voluntad e intereses, pueden influir en (o imponerse sobre) las decisiones de otros actores (Castells 2009) a través del control diferencial de recursos, ya sean económicos, tecnológicos, ideológicos, etc., que los dotan de capacidades diferenciales para, justamente, influir o imponerse (Manzanal 2014). De allí que las relaciones sociales, que establecen los actores sociales, pueden ser de solidaridad, de cooperación, pero también de dominación, explotación y de apropiación (Llanos-Hernández 2010).

Pirez (1995, 3) define a los actores sociales como individuos o colectivos que son “tomadores y ejecutores de decisiones que inciden en la realidad local”, a partir de la construcción y ejecución de estrategias. Manzanal (2007) explica que los actores construyen tramas que entran en conflicto por la dominación y apropiación material y simbólica del espacio, desenvolviendo así acciones y construyendo territorialidades. De allí, que entendemos al territorio como un concepto multidimensional, dado que incluye dimensiones como económica, social, política, ambiental, cultural, histórica, todas inseparables (Mançano Fernandes 2011) así como también es un concepto multiescalar que incluye procesos que suceden en diversas escalas, de forma transversal.

Al desarrollo lo entendemos como un proceso que busca la transformación de las relaciones de poder existentes (Manzanal 2007; 2014). En función de los aportes de Madoery (2013), podemos ver que hay dos formas de interpretarlo: en una de ellas existe una primacía económica que ubica al mercado como el ámbito privilegiado para dirimir las relaciones sociales, mientras que en la segunda hay una primacía política, que cuestiona la explotación capitalista de las personas y la naturaleza y confía en la construcción de alternativas desde grupos sociales con subjetividades anticapitalistas.

En función de esta doble interpretación del desarrollo, y entendiendo al territorio como una construcción social a partir de relaciones sociales, podemos arribar al concepto de desarrollo territorial, con dos acepciones distintas. De esta forma, el desarrollo territorial implicaría tanto procesos que buscan incorporar o incorporan a los territorios a los circuitos globales del capital, así como también a los procesos de construcción de proyectos alternativos que ponen en el centro a la reproducción de la vida y de la naturaleza. Dicho diferencial dependerá de los actores sociales que impulsen estos procesos de desarrollo. En general, hablaremos de modelos de desarrollo territorial, dado que las relaciones que los sostienen siempre son contingentes y están expuestas a disputas y modificaciones.

Realizada estas conceptualizaciones, delinearemos el modelo de desarrollo territorial dominante del CHP. El cinturón, ubicado en el periurbano de la ciudad de La Plata (Provincia de Buenos Aires, Argentina) cumple un rol fundamental en lo que refiere a la provisión de hortalizas frescas para la propia ciudad y alrededores. Según García (2012, 363), el CHP es el cinturón hortícola más importante “de la provincia y presumiblemente del país”. De acuerdo a Cieza et al. (2015), para el año 2015, el 82% de las hortalizas que se comercializan en el Mercado Central de Buenos Aires tenían como origen a La Plata. Teniendo en cuenta esta cuestión, y, sin ánimos de hacer un análisis exhaustivo del sistema agroalimentario local, puede entenderse que parte de la explicación del aumento sostenido de los precios en algunos alimentos en la región, como las hortalizas, por sobre la inflación general promedio, derivan del modelo dominante de desarrollo territorial vigente en el CHP, que combina una producción hortícola convencional, cuya característica es la utilización de un paquete tecnológico privatizado, y canales de distribución y comercialización largos e indirectos.

Otra de las características del CHP es que el 2/3 de las unidades productivas se encuentran en manos de agricultores familiares (Cieza et al. 2015), que suelen acceder a la tierra mediante arrendamientos informales. La situación que atraviesan los productores es similar: trabajan la tierra bajo condiciones de sobreexplotación, afrontan elevados alquileres sin ningún tipo de regulación, están en contacto estrecho con agrotóxicos que afectan su salud y la de sus familias y viven en condiciones precarias.

El modelo dominante de desarrollo territorial suele perjudicarlos en función del lugar que ocupan en el sistema agroalimentario local. Este sistema abarca a los procesos de producción, la distribución, la comercialización y el consumo de alimentos, en este caso, de hortalizas frescas. Por el lado de la producción, en el CHP encontramos como dominante a la producción hortícola convencional, que reproduce ciertas cuestiones de la lógica del agronegocio (Gras y Hernández 2009), como la dependencia de insumos externos y la elevada participación de agentes proveedores de tecnología.

Este modelo convencional comprende a una forma de producción donde se utiliza un paquete tecnológico que asocia invernáculos con la utilización grandes cantidades de agrotóxicos (Blandi 2016) y otros insumos externos, sin tener en cuenta los perjuicios ecológicos, sociales y económicos que dicho modelo genera (García 2012).  El modelo tecnológico del invernáculo apareció en la región hacia mediados de 1980 y continúa en auge (García 2014). El CHP sobresale por su rápida y fuerte incorporación a nivel regional y nacional, llegando estos a ocupar más de 4.600 hectáreas (Miranda 2017). Consideramos importante aclarar que el invernáculo por sí mismo no es el problema, sino que lo es todo el paquete tecnológico que viene asociado a su utilización.

La incorporación del paquete tecnológico fue estimulada por múltiples actores que se encuentran tanto en la fase previa a la producción como en la esfera de comercialización. Dentro de los actores que se encuentran en la fase previa, Blandi (2016) señala que las fabricantes de insumos (agrotóxicos, semillas transgénicas, plásticos, entre otros), a través de las agronomías (locales de ventas de insumos) y las plantineras, han contribuido para su incorporación de esta tecnología. García y Merchan (2018) explican que las agronomías al promover el uso del paquete generan su propia demanda a su beneficio. Además, los insumos externos están atados al precio de dólar (García y Merchan 2018) y el paquete obliga un uso creciente de estos, lo que ocasiona una presión sobre los costos que afrontan los productores. Por el lado de la esfera de la comercialización, en los mercados concentradores de hortalizas (situación que puede extenderse a los supermercados) se prioriza la calidad cosmética de la producción, o sea, la producción tiene más valor si presenta un color y tamaño homogéneo, calidad que se logra con la utilización de agrotóxicos.

Saliéndonos del proceso de producción, vemos que la distribución y comercialización de las hortalizas del CHP está dominada por una larga cadena de intermediarios. Fernández (2021), diferencia al circuito largo, donde existe más de un eslabón de intermediación, de los circuitos cortos, donde no hay ningún tipo de intermediación o solo existe una. Dentro del circuito largo, la modalidad hegemónica es la venta a consignación, donde un fletero recoge la producción en las quintas y las transporta hacia los mercados concentradores, desde donde luego se abastecen verdulerías y supermercados. En este canal de venta, denominado “a culata de camión”, los productores son tomadores de precios (Baldini 2020), dado que el pago queda supeditado a la venta posterior de la producción que hace los intermediarios en el mercado concentrador. En función de que los productores “no tienen capacidad de negociación ni de fijar el precio” (Fernández 2018, 72) de lo producido, son los intermediarios quienes se apropian de gran parte de la diferencia entre lo que reciben los productores y lo que pagan posteriormente los consumidores (García 2012).

De acuerdo a estas características, podemos ver como este modelo de desarrollo territorial sujeta a los productores imponiéndole normas tanto por el lado del paquete tecnológico, así como por el lado de la comercialización, determinando qué, cómo y con qué tecnología deben cultivar. Dado que el paquete casi no permite innovaciones, los productores se ven subordinados a este conjunto de relaciones sociales, a lo que se suma la presión que ejercen los alquileres. Blanco (2010) nos señala que las normas son un conjunto de regulaciones (no necesariamente escritas) que organizan el funcionamiento de un territorio, en tanto materializan prácticas sociales. Retomando esta idea, en nuestro caso la norma implicaría el cómo cultivar (modelo convencional) y el qué cultivar y a qué precio (valor que surge del contacto con los intermediarios y, por ende, con el mercado concentrador). Dicho de otra forma, podemos decir que este modelo de desarrollo territorial dominante expresa su territorialidad a través de la imposición y/o regulación de las normas que rigen el trabajo de los productores y el destino de su producción.

Este modelo de desarrollo territorial dominante es inviable económica, ambiental y socialmente, y además afecta a la salud de productores y consumidores. Por el lado económico, la producción no contempla en su cálculo de su rentabilidad los costos ecológicos que genera. Por el lado ambiental, a la degradación de los suelos provocado por la utilización de agrotóxicos, la pérdida de biodiversidad y al uso de abundante agua subterránea, se le suma la utilización de miles de toneladas de plásticos anuales que no se reciclan (García 2011). Por el lado de la salud, se ha detectado que un gran porcentaje de los alimentos producidos en la región tienen al menos un agrotóxico (Alonso et al. 2016) concluyendo que el consumo de estos alimentos es una fuente de exposición a agrotóxicos. En cuanto al peligro que representan los agrotóxicos para los productores, Blandi (2016) señala que estos hacen un uso indiscriminado de estos y que tampoco toman las debidas precauciones al aplicarlos.

 

Agroecología y circuitos cortos de comercialización

 

En contraposición al modelo dominante, organizaciones de la agricultura familiar campesina e indígena del CHP, vienen impulsando la agroecología como base para un modelo de desarrollo territorial contrahegemónico. La agroecología es un enfoque que busca producir alimentos priorizando la sustentabilidad del agroecosistema, reduciendo, e incluso, eliminando, la dependencia de insumos externos (Altieri y Toledo 2011). Esta “aporta las bases científicas y metodológicas para las estrategias de transición hacia una agricultura sustentable” (Tamagno et al. 2017, 2). Para ello, busca formas para recuperar la autoregulación del agroecosistema a través de un diseño y manejo basado en ciertos principios agroecológicos, tales como el fortalecimiento de los suelos, el mejoramiento de la biodiversidad funcional, la diversificación de especies, el aumento de las interacciones entre los componentes de los agroecosistemas, entre otros (Nicholls, Altieri, y Vázquez 2015). En síntesis, la agroecología procura aumentar la autonomía de los productores frente a la dependencia que supone, para nuestro caso, la producción convencional. Cataldi y Flores (2019) señalan que esta mayor autonomía tiene una expresión concreta en tanto la producción agroecológica es menos costosa económicamente que la producción convencional.

La agroecología, por su énfasis en la soberanía alimentaria (La Vía Campesina 2015), entendiendo a esta como el “derecho de los pueblos a [acceder a] alimentos nutritivos y culturalmente adecuados, accesibles, producidos de forma sostenible y ecológica, y su derecho a decidir su propio sistema alimentario y productivo” (La Vía Campesina, 2007, 1), hace foco en la producción local y la comercialización a través de circuitos cortos de carácter local. Estos circuitos, como las ferias populares y la venta de bolsones, buscan construir vínculos más justos y solidarios entre productores y consumidores (Wahren y García Guerreiro 2014).

Por estas razones, la agroecología ofrece una base para la construcción de modelo de desarrollo territorial contrahegemónico dentro del CHP, que aborda tanto la cuestión productiva como la comercial. De las organizaciones que vienen impulsando la agroecología de forma incipiente en el CHP, describiremos el caso del MTE Rural.

El MTE Rural es una sub-organización dentro del Movimiento de Trabajadores Excluidos que nuclea a cooperativas y asociaciones de campesinos, pequeños productores y comunidades originarias a lo largo de todo el país (MTE s. f.) y es una de las organizaciones presentes en el CHP. En el año 2016, se creó en su seno el área de agroecología (Baldini et al. 2019), que es la encargada de armar los bolsones de verdura de 5 kilos, y con entre 8 y 10 variedades que comercializa la cooperativa Pueblo a Pueblo, con entrega a domicilio y/o retiro desde algún punto preestablecido.

La cooperativa tiene como objetivo el de construir propuestas de consumo alternativo, a partir del entendimiento de que consumir es un acto político (MTE Rural s. f.). En lo que refiere a la venta y distribución de los bolsones, ésta realiza “todas las tareas vinculadas a toma de pedidos, coordinación de fletes, puestos de venta y publicidad” (Castro, Cataldi, y Baldini 2019, 1). De acuerdo a la tipología de canales o mercados alternativos de Caracciolo (2019), estaríamos ante un caso donde hay una relación directa entre productores y consumidores, bajo la modalidad de almacén autogestivo. La característica principal de los circuitos alternativos es que estos escapan a la lógica del capital, en tanto sus actores intervinientes no buscan maximizar sus ganancias, sino que “buscan la satisfacción de las necesidades de los actores que participan en intercambios principalmente comerciales” (Caracciolo 2019, 135), aunque también se generan intercambios sociales, culturales y políticos aclara la autora.

Además de los bolsones con la verdura agroecología, también puede solicitarse un bolsón con verduras pesadas, queso, yerba, dulces, entre otros productos agroecológicos (algunos son traídos de otros lugares). Durante los primeros años, se solían repartir bolsones una vez a la semana. Pero, una vez establecido el ASPO, la venta de bolsones se cuadriplicó, pasando a haber dos días de reparto semanales (Otro Viento 2020). A partir del año 2021, por cuestiones logísticas, recurrieron nuevamente a la modalidad de repartir solo un bolsón por semana. Los pedidos son realizados a través de un formulario de Google Forms, que circula por redes sociales y que pueden completarse hasta un día antes del que se reparten los pedidos.

Este tipo de prácticas de comercialización alternativas, que pueden encuadrarse bajo el paraguas de la economía popular (Maldovan Bonelli 2018), se pueden combinar con la agroecología, dado que tanto una como la otra ponen el centro en la reproducción de la vida. La agroecología, impulsada “desde abajo” como otra forma de producir (oferta) y encontrando un eco en la demanda, permite la (re)territorialización de estas prácticas y la construcción, por lo tanto, de un nuevo territorio, donde productores-consumidores conforman un incipiente sistema agroalimentario local de base agroecológica (González de Molina, López García, y Guzmán Casado 2017), (re)valorizando así también el vínculo campo-ciudad (Wahren y García Guerreiro 2014) y desterritorializando (Haesbaert 2011) así al modelo convencional y su cadena de intermediarios (y reterritorializando a la agroecología).

En la medida que se sostiene la venta de la producción agroecológica se asegura la continuidad de los productores agroecológicos actuales. Baldini et al. (2019) explica que la comercialización es un punto clave para productores que son arrendatarios, dado que enfrentan un costo fijo elevado, por lo que ventas sostenidas contribuyen a dicho objetivo. Además, de aumentarse el nivel de ventas, esto puede permitir e incentivar a la organización a invitar a otros productores, que producen de forma convencional, para realizar una transición agroecológica. Esta idea coincide con lo señalado por Mier y Terán Giménez Cacho et al. (2018), que sostienen que cuando los mecanismos de mercado son diseñados para fortalecer a los movimientos sociales, contribuyen al escalamiento de la agroecología. Además, existe una demanda de productos agroecológicos traccionada por consumidores jóvenes con un compromiso activo y un posicionamiento ideológico favorable hacia la agroecología (Martinez, Velarde, y Fasulo 2020).

Fernández (2021) analiza las potencialidades y limitaciones que ofrece el bolsón como circuito de comercialización corto, siendo algunas de sus características que estos se vendan a un “precio justo” tanto para productores y consumidores y que las variedades que incluye están en función de las disponibilidades de los productores. La definición de “precio justo” trae algunas complejidades, dado que lo “justo” tiene un carácter más político que técnico o científico (Fernández 2021), dificultad que puede expresarse en la pregunta ¿justo para quién? ¿para los productores, los consumidores de los sectores populares o los consumidores de altos ingresos? Según Castro, Cataldi y Baldini (2019), la construcción de este precio justo, fijado por los propios productores agroecológicos, tuvo como objetivo cubrir los costos de producción, garantizar cierta estabilidad y un menor precio con respecto a otros canales, siendo estas dos últimas cuestiones resultados a los que buscamos arribar en los siguientes apartados.

Para que este circuito corto sea sostenible económicamente, además de cubrir los costos de producción, este “precio justo”, debería cubrir los costos de armado y distribución del bolsón. Sobre este punto, Fernández (2021) comenta la gran incidencia que tiene la composición del bolsón, dado que hay variedades más costosas de producir que otras, lo que redunda en mayores-menores ingresos para los productores, destacando la necesidad de avanzar en posteriores trabajos sobre este balance entre costos de producción y sostenibilidad económica. Por último, el autor destaca cómo el circuito depende en gran medida de la organización, que absorbe costos invisibilizados u ocultos que refieren a gestiones administrativas, de coordinación (como por ejemplo que y cuantas variedades aporta cada uno de los productores) y de solución de diversos imprevistos.

Bajo este marco, en el siguiente apartado, a partir de analizar y realizar un seguimiento del precio de los bolsones agroecológicos del MTE Rural, analizaremos si dicha estrategia territorial configura una alternativa válida ante el alza constante del precio de las hortalizas. Hablamos de estrategia territorial porque los alcances de estas transcienden la dimensión meramente económica, al tener efectos sobre las dimensiones sociales (revalorizar vínculos productores-consumidores), sanitarios (eliminación de utilización de agrotóxicos), ambientales (producción sustentable), espaciales (se reapropian fragmentos del espacio cuyo fin anterior respondía a la lógica de la ganancia), entre otras.

 

¿Bolsón Agroecológico como alternativa?

 

En la Figura 1 podemos ver la comparación entre distintas mediciones de aumentos de precios, según cada rubro. Los resultados arrojan que todos los índices relevados aumentaron por sobre el precio del bolsón del MTE. Entre diciembre de 2019 y abril de 2022, el IPC VTL creció 203,4%, el Índice Hortalizas 177,7%, el IPC alimentos 175,7% y el IPC general 120,7%, mientras que el bolsón mostró un aumento del 100% para el mismo periodo, con un precio marcadamente sostenido a lo largo de la serie, estando los cuatro aumentos (marzo y octubre del año 2020 y febrero y diciembre del año 2021) en línea con los incrementos del IPC general y del IPC alimentos.

 

Figura 1. Variación del IPC general, IPC alimentos, IPC VTL, Índice hortalizas seleccionadas y del Bolsón MTE Rural a cada mes con respecto a diciembre de 2019.

 

Fuente: Índices de Precios al Consumo, INDEC y elaboración propia

 

Entendemos que estos resultados nos muestran la potencialidad de la decisión de fijar “precios justos” que elabora el MTE Rural. Cuando vemos la totalidad de la serie, mientras que la organización sostuvo el precio del bolsón (e incluso durante 2020, incrementando sus ventas), el precio de las verduras, tubérculos y legumbres que mide el IPC VTL se veían expuestas a aumentos superiores en todas las mediciones. El Índice hortalizas seleccionadas mostró aumentos inferiores al IPC VTL, pero durante varios momentos también se mantiene por encima de la evolución del precio del bolsón. Cabe la aclaración de que los tres picos que se observan en las series del IPC VTL y del Índice hortalizas seleccionadas, corresponden principalmente a elevados aumentos del precio del tomate redondo, por cuestiones estacionales. Esto igual no invalida la lectura de que ambos índices son más volátiles y muestran aumentos superiores a la evolución del precio del bolsón. Mientras que el IPC VTL y el Índice hortalizas seleccionadas, para el periodo de referencia, aumentaron a un ritmo mensual promedio de 4,6% y 4,9% respectivamente, el precio del bolsón aumentó (mensualmente y en promedio) un 2,7% (aunque como observamos, los aumentos fueron solo 4 a lo largo de toda la serie y no todos los meses). Frente a esta volatilidad usual, el sostenimiento del precio del bolsón durante periodos extensos ofrece previsibilidad a los consumidores, pero también a los productores, quienes se aseguran colocar su producción a un precio que conocen.  

Más allá de esta comparación de las tendencias de los precios, nos hacemos la pregunta acerca de qué pasaría si quisiéramos replicar el contenido del bolsón del MTE Rural, pero adquiriéndolo en distintos supermercados (y siempre buscando el precio más bajo). Cabe la aclaración el bolsón siempre contiene entre 8 y 10 variedades que se modifican semana a semana, en función de la disponibilidad de hortalizas de los productores. De acuerdo a las cuatro mediciones realizadas en el año 2021 y las dos realizadas en 2022 (Figura 2), encontramos que deberíamos pagar, en promedio y considerando las 6 mediciones, un 52,5% más si queríamos replicar el contenido del bolsón del MTE Rural en un supermercado.

 

Año

Año 2021

Año 2022

Mes

Junio

Agosto

Octubre

Diciembre

Febrero

Mayo

Precio Bolsón MTE Rural

500 pesos

500 pesos

500 pesos

600 pesos

600 pesos

700 pesos

Precio Bolsón Hipotético Supermercados

670 pesos

826 pesos

845 pesos

829 pesos

1.141 pesos

827 pesos

Diferencia en %

34,1%

65,2%

69,1%

38,2%

90,2%

18,3%

 

Cuadro 1. Comparación del Bolsón del MTE Rural contra el Bolsón Hipotético construido a partir del relevamiento de precios de distintos supermercados

Fuente: Elaboración propia

 

Otra observación que queremos realizar es cuánto de ese precio es apropiado por los productores y cuánto por el resto de la cadena de comercialización. La cooperativa Pueblo a Pueblo (2021a; 2021b) indica que, para el caso del bolsón del MTE Rural, los productoes se apropian del 70% del valor, siendo el 30% restante destinado a cubrir el salario de los trabajadores de la cooperativa, gastos administrativos e impuestos, flete y aportes para el MTE Rural y para la formación y desarrollo de parcelas agroecológicas. En cambio, según el IPOD Frutihortícola (CAME 2021a; 2021b; 2021c; 2022a; 2022b), los consumidores (a nivel nacional) pagaron en góndola 5,75 veces, 7 veces, 6,3 veces, 6,59 veces y 4,88 veces más, en junio, agosto, octubre, diciembre de 2021 y febrero de 2022 respectivamente[v], que lo que cobraron los productores por esos alimentos. En función de esto, si consideramos los bolsones hipotéticos, los productores se quedaron, en promedio, con el 16,6% del precio de los bolsones hipotéticos, o sea, con 146 pesos en promedio contra los 350 pesos (junio, agosto y octubre) y 420 pesos (diciembre de 2021 y febrero de 2022) que reciben los productores del MTE Rural por cada bolsón.

Nuestros resultados coinciden, en gran medida, con los obtenidos por Fingermann y Prividera (2018), en lo que respecta a la comparación entre los precios de los circuitos cortos y los circuitos largos, y sobre cuánto se apropian los productores en cada caso. Los autores, a partir de haber comparado los precios de algunas variedades de una feria (circuito corto) de la agricultura familiar de La Plata, contra el precio promedio de las mismas variedades en verdulerías de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires,[vi] y habiendo calculado lo que reciben los productores en cada circuito, concluyen que en la feria los productores recibieron un mejor precio por su producción, que los precios de la feria eran menores al de las verdulerías (circuito largo), y que los precios del circuito corto aumentaban a un ritmo menor que al de las verdulerías. Además, al igual que en nuestro caso, mientras los precios del circuito corto se movían en forma similar, o incluso menor, al de la inflación general, los precios de las verdulerías superaban a los registros de la inflación general. 

En síntesis, podemos ver que, para el periodo estudiado, que los aumentos de precio del bolsón siempre se ubicaron por debajo de los niveles de inflación para verduras, tubérculos y legumbres, lo que permite señalar la ventaja de una comercialización que busca beneficiar a productores y consumidores frente a la volatilidad que promueve una lógica sujeta a la especulación. En función de la comparación de la composición de distintos bolsones frente a un bolsón hipotético de supermercados, se observa que, no solo los aumentos son diferentes, sino que estos operan sobre precios distintos para las mismas variedades. En los 6 casos analizados, los precios de las verduras en los supermercados son mayores que los de las variedades del bolsón. Por último, aunque es una de las características de los circuitos directos frente a los indirectos, queda verificado que los productores reciben una mayor retribución por su trabajo a través de la venta de los bolsones con respecto al circuito hegemónico. Por estas razones, entendemos que esta estrategia territorial configuraría una alternativa frente al alza constante de los precios de alimentos frescos. Para lograr la ampliación de estas estrategias, serán necesarias políticas públicas que atiendan ciertas restricciones productivas y comerciales, y que además apuntalen el trabajo que vienen realizando las organizaciones de productores tanto en la promoción de la agroecología como en la construcción de circuitos alternativos.

 

Reflexiones finales

 

A través del recorrido propuesto, hemos señalado las principales características del modelo de desarrollo territorial dominante del CHP, cuyo resultado son alimentos con agrotóxicos y elevados precios, además de generar diversos perjuicios económicos, sociales y ambientales. Contra este modelo, detallamos como organizaciones de productores de la agricultura familiar, campesina e indígena se organizan y eligen a la agroecología como una forma productiva alternativa. Esta les sirve de base para la construcción de un modelo de desarrollo territorial contrahegemónico, que impulsa su propio circuito corto de comercialización, como lo son esta experiencia de bolsones agroecológicos.

A partir de los resultados expuestos, vemos que la venta de bolsones agroecológicos en particular, y la producción agroecológica, en general, configurarían una estrategia territorial viable para el sortear el alza de los precios de los alimentos frescos. La observación de las tendencias de los precios entre el año y parte del año 2022, nos permite señalar que la combinación entre un circuito corto y de venta directa de bolsones de verduras agroecológicas, comercializadas a un “precio justo” permite que las organizaciones de productores ofrezcan alimentos (sanos) a precios menores y sostenidos a lo largo del tiempo para los consumidores, en comparación a un canal de comercialización indirecto, como el de los supermercados. De esto, surge como posibilidad para próximas investigaciones el realizar una comparación del precio del bolsón o de otros circuitos cortos frente al precio de las mismas variedades en verdulerías, que es el canal más usual para la venta de hortalizas.

El sostenimiento y expansión de este tipo de estrategias de comercialización, que deben ser acompañadas de una creciente demanda de dichos alimentos, permitiría afianzar al modelo de desarrollo territorial que impulsan las organizaciones de productores a partir de la agroecología. Como señala Martinez, Velarde y Fasulo (2020), la relación entre producción y consumo es compleja, pero lo cierto es que ambas se retroalimentan. Por este motivo, una mayor difusión de los bolsones a “precio justo” permitiría que más personas se acerquen a consumirlos, y, a la vez, un aumento de la demanda de estos contribuye directamente a los productores agroecológicos e invita a mas productores a empezar una transición. Esto generaría múltiples beneficios territoriales, siendo la dimensión social (producción de alimentos sanos a un precio final menor), la económica (los productores aumentan su valor apropiado), la productiva (la producción es sustentable) y la ambiental (aumento de la agrobiodiversidad), por nombrar algunas de las dimensiones beneficiadas. El fin último estaría puesto en lograr una mayor masificación de la agroecología en el CHP para así avanzar en la lucha por la soberanía alimentaria.

 

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Notas



[i] En el Segundo Congreso Argentino de Agroecología, organizado por la Sociedad Argentina de Agroecología, del 13 al 15 de octubre de 2021, se presentó una ponencia con un análisis similar, de carácter preliminar y por un periodo de análisis mucho más acotado, que al del articulo presente.

[ii] Primer dato disponible en la serie consultada.

[iii] Último dato disponible al momento de la realización del presente trabajo. 

[iv] El IPOD Frutihortícola considera 19 variedades a nivel nacional e indica la cantidad de veces que aumenta el precio de dichos productos desde su salida del campo hasta su comercialización en las góndolas de los principales hipermercados del país.

[v] Último dato disponible al momento de la realización del presente trabajo, por lo que se excluye de este cálculo al bolsón de mayo de 2022.

[vi] Los autores explican que las verdulerías de CABA registran precios similares a las de La Plata (la distancia entre ambas ciudades es de 60 km), dada la centralidad del Mercado Central de Buenos Aires como intermediario para la región.