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Transitar por América Latina: redes, trabajo y sexualidad

Trans-versing Latin America: Networks, Labour and Sexuality

Transitar pela América Latina: redes, trabalho e sexualidade

Lidia Raquel García Díaz 1
Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Brasil

Transitar por América Latina: redes, trabajo y sexualidad

Iconos. Revista de Ciencias Sociales, núm. 59, 2017

Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales

Recepción: 03 Octubre 2016

Aprobación: 30 Mayo 2017

Resumen: La sexualidad, al ser una estructura histórica y política que permite la configuración de normas y leyes sociales así como la conformación de subjetividades individuales, es un elemento fundamental en el análisis de los estudios migratorios. Este artículo examina, de forma cualitativa, el transitar trans femenino ecuatoriano a nivel local y regional. El papel de la sexualidad en el establecimiento de redes migratorias, los cambios corporales y su inserción en el trabajo sexual son los principales elementos que aborda este estudio, los cuales se entrecruzan a lo largo del viaje migratorio de la población trans femenina que reside en Quito. Descriptores: migración; población trans femenina; sexualidad; redes; trabajo.

Palabras clave: migración, población trans femenina, sexualidad, redes, trabajo.

Abstract: Sexuality, understood as a historical and political structure that configures norms and social laws that condition individual subjectivities, is a fundamental element in migration studies. Using a qualitative approach, this article analyses the trans-versing of the female transsexual experience in Ecuador at the local and regional level. The principal elements analysed include the role of sexuality in the establishment of migratory networks, modifications of the body and the insertion into the labour market for sex work. These elements inter-relate in the migratory experiences of the female transsexual population in Quito.

Keywords: migration, female transsexual population, sexuality, networks, labour.

Resumo: A sexualidade, ao ser uma estrutura histórica e política que permite a configuração de normas sociais e leis sociais, bem como a formação de subjetividades individuais, é um elemento fundamental na análise dos estudos migratórios. Este artigo analisa qualitativamente, o trânsito trans feminino equatoriano a nível local e regional. O papel da sexualidade no estabelecimento de redes migratórias, as mudanças no corpo e sua inserção no trabalho sexual são os principais elementos abordados por este estudo, os quais se cruzam ao longo da jornada migratória da população trans feminina residente em Quito.

Palavras-chave: migração, população trans feminina, sexualidade, redes, trabalho.

Los estudios sobre sexualidad y migración no son nuevos; a nivel internacional, surgieron con gran fuerza durante la década de 1990 y a inicios de la década de 2000 con autores como Lionel Cantú (1995, 1999, 2002, 2005, 2009); Eithne Luibhéid (2002, 2004, 2014); Martín Manalansan (2005, 2006), Vidal-Ortiz (2006) y con especialistas en el tema a nivel nacional como María Amelia Viteri (2008, 2009, 2014a, 20014b) y Martha Cecilia Ruiz (2002, 2009, 2015).

Sin embargo, más allá del recorrido teórico por estos estudios que nacen, por un lado, desde la perspectiva de los estudios queer y, por otro, desde la perspectiva de los feminismos latinoamericanos, 1 el presente trabajo tiene como objetivo analizar la articulación entre migración y sexualidad en el ámbito de la migración local y regional de la población trans femenina que emigra desde Quito hacia diversos países de la región. El solo hecho de nombrar a esta población podría traer varias preguntas de análisis, sobre todo porque cuando “se opta por nombrar una identidad se traiciona un poco la diversidad humana inabarcable y se deja innombrad@s a otr@s” (Proyecto Transgénero 2010, 4).

Este artículo se construyó sobre la base de un trabajo de campo cualitativo que recogió las experiencias de 25 personas autoidentificadas como trans femeninas, las cuales en su mayoría se dedican al trabajo sexual y residen, la mayor parte del tiempo, en Quito. Las entrevistas se realizaron en las calles de la capital ecuatoriana en los años 2014 y 2015, en las zonas de La Y (al norte de la ciudad), La Mariscal (centro norte), la Plaza del Teatro (centro) y El Pintado (al sur), que son lugares donde laboran las entrevistadas. Las preguntas se formularon sobre la base de un cuestionario realizado previamente (entrevistas semiestructuradas) y de acuerdo con las particularidades que surgían en el trabajo de campo y las experiencias que narraban las migrantes internas mientras esperaban algún cliente en horas de la tarde o noche.

El método denominado “bola de nieve” que permite que una persona ponga en contacto al investigador con otra formó parte del trabajo de campo, sin embargo, no fue el único pues en varias ocasiones pude entrevistarme directamente con las migrantes internas sin que alguien mediara en el acercamiento con ellas. Entre las trans entrevistadas se encuentran personas que no se dedican al trabajo sexual (dos) y personas pertenecientes a organizaciones que luchan a favor de los derechos de esta población. Las entrevistadas se encuentran entre los 25 y 60 años de edad y muchas de ellas cuentan con varias experiencias migratorias previas, sobre todo, a nivel local. Para salvaguardar su identidad, los nombres de las personas entrevistadas han sido cambiados.

Migración y sexualidad: una aproximación teórica

La riqueza del análisis de la migración internacional se encuentra en la complejidad de sus actores, los contextos sociales y culturales que se entrecruzan, las formas en que se produce, las distintas motivaciones que tienen las personas migrantes a la hora de dejar sus países de origen, elegir su país de destino o transitar por distintos Estados (Arango 2003, 27). Justamente en medio de este entramado social se encuentran los estudios sobre migración y sexualidad.

Articular la sexualidad con la migración permite reflexionar sobre el transitar de los cuerpos, las subjetividades, la construcción de redes sociales, los desbordes de la heterosexualidad obligatoria, 2 las jerarquías sexuales que se construyen y las formas de exclusión que se crean; así como también analizar cómo un concepto aparentemente de la vida privada se evidencia histórico y político. Por lo tanto, la sexualidad es inseparable de la decisión de migrar, de elegir a dónde migrar, por qué hacerlo, por dónde transitar y si se considera el retorno al país de origen o no.

La sexualidad como régimen político divide a los seres humanos en dos: en hombres y mujeres. A partir de este binario opuesto se construye un sistema sexo/género 3 que edifica un conjunto de normas sociales que admiten o sancionan determinadas conductas, deseos, placeres e identidades de los sujetos. El sujeto de derechos dentro de este régimen sexual que estructura la sociedad es aquel cuyo sexo biológico se corresponde con el género 4 con el que se presenta socialmente y con un deseo heteronormado. Sin embargo, este sistema sexo/género basado en la heterosexualidad obligatoria necesita de formas homosexuales para definir sus límites y constituirse en la única manera “correcta” de vivir la sexualidad (Andrade 2001, 133). Para construir estos límites, “patologiza” a ciertos sujetos, realidad que ha afectado a las personas trans femeninas.

Las personas trans femeninas son sujetos cuyo cuerpo biológico corresponde con el de un hombre (posee órganos sexuales masculinos) pero cuya identidad de género es femenina. 5 Por lo tanto, rompen con la correspondencia directa entre sexo y género, motivo por el cual son excluidas y marginadas de la sociedad. Y es justamente este tipo de exclusión social en los ámbitos familiares, educativos, laborales, a la hora de conseguir vivienda, de ser atendidas por el sistema de salud, de no contar con facilidades para préstamos, entre otras circunstancias, lo que les ha obligado a migrar o al exilio sexual o sexilio (La Fountain-Stokes 2004). El propósito de esta migración es ir lejos de su familia y comunidad a un lugar donde la migrante no tenga historia –o pueda construir una nueva– o a un lugar que le ofrezca mejores condiciones de vida, lo cual significa una mayor aceptación de su identidad sexual (La Fountain-Stokes 2004).

A través de esta búsqueda, empieza la migración de muchas personas trans femeninas a otros países. A lo largo de este proceso migratorio, la sexualidad se convierte en el elemento fundamental de su tránsito por diversos territorios porque es con base en su identidad sexo-genérica que logran articular redes, acceder a determinados empleos, transformar sus cuerpos; todo ello jugando con los espacios donde la heteronormatividad se vuelve más flexible. En este viaje, la nacionalidad de la migrante pasa a un segundo plano y en su lugar su identidad de género se convierte en el elemento fundamental que facilita o restringe su marcha.

La migración, entonces, se inserta como proceso dentro de unas determinadas relaciones de poder y estructuras sociales pero también es el hecho social que puede hacer posible ciertos tránsitos del sistema sexo/género. Por un lado, puede dar cabida al surgimiento de prácticas sexuales que se reestructuran de acuerdo con los mandatos del sistema dominante de género y, por otro, puede ser una “ventana” para rebelarse frente a estas normas impuestas.

Migración, sexualidad e industria de los servicios

En el ámbito de la economía, la migración internacional ha sido analizada desde la industrialización del país de origen y la industrialización del país de destino cuando “en realidad la mayoría de los migrantes se ocupa en el mercado de los servicios” (Gómez 2010, 83). Este mercado, aunque en algunos casos necesita de profesionales especializados, en otros casos ofrece oportunidades a personas que se encuentran en condiciones precarias, responde a los roles de género socialmente establecidos y brinda oportunidades a quienes no han podido completar sus estudios (Sassen 2003).

La industria de los servicios es intangible, no puede almacenarse y no necesita de grandes porcentajes de capital económico y humano, tierra y tecnología. Por lo tanto, es un mercado que fluctúa entre la economía legal o ilegal, dinamiza al sector económico, principalmente de las zonas urbanas, y promete oportunidades laborales a miles de migrantes, especialmente mujeres y cuerpos femeninos 6 (Sassen 2003).

Dentro de este modelo de “feminización de las migraciones” (Sassen 2003), se encuentra la industria del ocio y del cuidado. En estas industrias se insertan miles de mujeres y cuerpos femeninos ya sea en el trabajo doméstico, como mucamas en hoteles, camareras en restaurantes, niñeras, enfermeras, cocineras, dependientes de tiendas y en otras actividades. Estos trabajos están intrínsecamente ligados con los roles de género, donde son en su mayoría las mujeres migrantes y los cuerpos femeninos quienes se encargan de cuidar a los otros y de esta manera permitir la reproducción de la vida. No obstante, “los cuidados no están ni social ni económicamente valorados, por eso realizarlos recae en quienes tienen menor capacidad de elección o decisión, de ahí la segmentación por sexo, etnia o estatus migratorio” (Pérez Orozco 2009).

Dentro del trabajo de los cuidados se encuentra el trabajo sexual, el cual está inmerso en la industria de los servicios, donde el objetivo de quien lo ofrece es otorgar placer al otro (Agustín 2000). Este trabajo, al igual que otras actividades ligadas con los servicios, se caracteriza porque es inteligible, no puede probarse ni sentirse antes de la transacción, no es estandarizable, la prestación del servicio se produce en presencia directa con el cliente, no es algo que se pueda almacenar y es una prestación, en tanto que el cliente no puede tener la propiedad sobre este servicio 7 (Romero s/f, 19).

Aunque el trabajo sexual no necesita que quien lo oferte tenga un título profesional, sí necesita de cierta profesionalización. Es decir, debe conocer sobre la sexualidad en “lo público” y “lo privado”, 8 sobre el cuerpo, los placeres, en algunos casos romper con los roles e identidades establecidas por el sistema heteronormativo donde lo femenino se corresponde con la pasividad y lo masculino con el sujeto que desea. Como menciona Agustín (2000), el trabajo sexual necesita de un gran conocimiento corporal para dar placer al otro, librarse de pudores que envuelven al cuerpo, saber relacionarse con el cliente, en momentos tener una escucha activa, saber negociar, presentarse, vestirse de manera adecuada, saber maquillarse, utilizar un lenguaje corporal indicado, saber negociar con la Policía y tener con qué defenderse de los clientes violentos, entre otros saberes que se necesita cultivar en esta labor.

Si bien esta actividad se puede realizar en distintos espacios, es el trabajo sexual callejero el que ha permitido sacar a luz la sexualidad que se encontraba ligada con el ámbito privado y la intimidad de los individuos, más aún si son las mujeres y los cuerpos femeninos quienes lo ejercen. Esta actividad no solo separa al sexo de la reproducción y del matrimonio –institución donde la sexualidad y el acto sexual pueden ser ejercidos legítimamente–, sino que también lo aleja de la heterosexualidad obligatoria. Al mismo tiempo, el trabajo sexual ha sido una de las herramientas que ha permitido que las mujeres y, más aún, los cuerpos femeninos, logren cierta autonomía económica.

Por ejemplo, según el trabajo de Kim Clark (2001), quien analiza la prostitución en Quito de 1920 a 1950, señala que en 1924 el mayor porcentaje de trabajadoras sexuales (23,7%) se dedicaba a esta labor porque no conseguía empleo. De esta manera, el trabajo sexual era una estrategia que, combinada con otras, permitía la sobrevivencia de varias mujeres pobres, así como la de sus familias (Clark 2001, 49 y 50): “Por lo tanto no es de extrañar que las primeras estigmatizaciones de la mujer prostituta se debieran al pánico que provocaba el hecho de que las mujeres hubieran encontrado una estrategia laboral en un mundo en el que el trabajo remunerado les era totalmente negado” (Castellanos 2008, 2).

El hecho de que el trabajo sexual permita jugar con las normas ligadas con la heterosexualidad de las personas adultas, así como la dificultad que tienen muchas trans femeninas para terminar sus estudios o elegir libremente un empleo, ha convertido al trabajo sexual en una alternativa para su economía. Pero esta labor es difícil de efectuar cerca de sus familias consanguíneas, por lo tanto, la migración se convierte en una opción al momento de insertarse en este empleo.

Redes, sexualidad y trabajo

Tomando en cuenta la interacción de los individuos al momento de migrar –sin o’lvidar los procesos políticos, históricos y económicos que se articulan desde el momento en que se inicia el proceso migratorio–, se considerará a las redes migratorias como el conjunto de lazos y conexiones sociales que se forma a través de vínculos de parentesco, de amistad, sentimentales, laborales, de pertenencia a una comunidad específica, etc. (Massey et al. 2008). Es decir, como conexiones sociales que se llevan a cabo a través de relaciones inmediatas, distantes, temporales o permanentes (Pérez 2010). Las redes migratorias conectan a diversas generaciones de personas, así como también a migrantes, no migrantes, culturas, identidades, economías, territorios, espacios y tiempos (Rivera 2007; Pedone 2010; Pérez 2010; Massey et al. 2008).

Estas dinámicas de articulación se fortalecen o debilitan con el tiempo y los cambios en las relaciones interpersonales o las “aperturas” o “restricciones” de las políticas migratorias en los países de origen, tránsito y destino. Por un lado, si bien facilitan el proceso migratorio reduciendo los costos sociales y los riesgos del viaje así como proveen información para encontrar empleo o vivienda en el país de destino, por otro lado, al estructurarse mediante relaciones interpersonales, también se construyen con base en jerarquías sociales o relaciones asimétricas donde unos grupos tienen más poder o privilegios que otros dentro de la red (Pedone 2010; Massey et al. 2008).

Las redes migratorias, aunque articulan varias relaciones sociales, se pueden volver endogámicas (Ramos 2013) y eso evita que varias personas que se encuentran en la red se contacten con nuevos colectivos y renuncien a las relaciones asimétricas que las pueden atrapar. No obstante son dinámicas, poco a poco entrelazan a nuevos integrantes y forman un entramado que se expande a través de las fronteras. De esta manera, organizan toda una estructura que hace frente a las barreras migratorias y traza nuevos caminos que facilitan la movilidad de las migrantes.

Para fortalecer los lazos, las redes migratorias se basan en la confianza o en la reciprocidad, es decir, en “el intercambio de favores y de regalos que es consecuencia y parte integral de una relación social” (Lomnitz 1975, 25). Esta confianza nace con mayor fuerza en las relaciones de parentesco o en relaciones entre personas de la misma comunidad; mediante ella se expande la red y el flujo migratorio se vuelve menos selectivo en términos socioeconómicos y más representativo respecto a otros elementos como la nacionalidad (Massey et al. 2008) o, en este caso, la identidad sexual de las personas.

Las redes migratorias tienen un desarrollo histórico, dependen de las concepciones étnicas, de género, de edad, de nacionalidad con que se forman (Pérez 2010). En este marco histórico se encuentra la sexualidad, que es política. Por lo tanto, se entrecruza con la migración y puede ser un elemento sustancial a la hora de conformar las redes migratorias, pues muchas migrantes no solo deben vencer restricciones por su condición migratoria sino por la forma en que viven su sexualidad. La sexualidad facilita su integración, les permite superar los obstáculos a la hora de movilizarse y hacer frente a los controles fronterizos (Ruiz 2015). La forma en que las migrantes viven su sexualidad traza trayectorias y gracias a las redes que construyen pueden “jugar” con las normas sexuales impuestas por la sociedad.

La migración, por lo tanto, muchas veces permite cierta “libertad” para vivir una sexualidad disidente. De esta manera, construye flujos migratorios en torno a la orientación sexual o la identidad de género de las migrantes, pero también trata de reproducir ciertas prácticas sexuales, deseos y categorías impuestas (Luibhéid 2002). Gracias a la forma de vivir la sexualidad se construyen familias, se encuentra trabajo, se vive una identidad sexual plasmada en el cuerpo de los individuos e incluso se puede llegar a restablecer lazos con las familias de origen (Cantú 1999; Manalansan 2006).

La sexualidad de las personas ha dificultado su libre movilidad y ha fortalecido formas de estigmatización social; al mismo tiempo, ha sido una alternativa para evitar la discriminación en su país de origen (Luibhéid 2014). Las redes migratorias que se forman con personas que no acatan las normas sexuales se construyen una vez que se insertan en el mercado de los servicios, el cual permite el acceso a personas en condiciones de precariedad (Sassen 2003). Este tipo de empleos que, además, se ligan con la sexualidad y los roles de género, articulan a migrantes de zonas rurales, urbanas, locales, regionales y globales.

Nexos entre lo local y regional

Tal como afirman Borja y Castells, “lo global se localiza” (Borja y Castells 1997, 111). En una era donde aparentemente la globalización trata de diluir las fronteras económicas, sociales y culturales del Estado nación, lo local penetra en el mundo globalizado sin dejar de lado sus particularidades concretas. No obstante, “lo local no puede existir sin lo global” (Carrión 2010, 146); día a día se integra a los mercados mundiales, se conecta a través de bloques regionales, se relaciona con distintos sectores a nivel mundial y este tipo de contactos también influencia las relaciones sociales a nivel local. “Lo local resulta ser un microambiente de alcance global” (Sassen 2003, 27).

Los nexos entre lo local y lo global se producen a través de tres actores clave: el Estado, las empresas transnacionales y la ciudad (Carrión 2010, 146). Los Estados conforman bloques regionales, firman tratados internacionales, subsidian o cobran impuestos a los productos de exportación e importación, etc. Las empresas transnacionales construyen su lugar de producción en países donde los costos de mano de obra y de impuestos son menores y comercializan sus productos en segundos países con etiquetas de un tercer país (Carrión 2010). La ciudad es el punto de encuentro de lo local y lo global.

Las ciudades son el lugar de confluencia de la información y la tecnología que facilita los intercambios económicos y culturales; su densidad poblacional permite el encuentro entre desconocidos (Bauman 2005), aproxima lo plural y lo diverso (Carrión 2010) y, al mismo tiempo, crea diferenciaciones espaciales y configura nuevas formas de comprender el espacio y el tiempo. 9

La migración, por su parte, es otro elemento que permite la conexión entre lo local y lo global, pues es un hecho social que facilita el intercambio fluido entre personas de distintos lugares del mundo (Carrión 2010). Las personas migrantes son sujetos capaces de crear y llevar adelante estrategias para moverse en contextos micro y macroestructurales (Pedone 2010, 106), permite la articulación entre personas diversas y también posibilita la conexión de poblaciones discriminadas y segregadas en distintas ciudades (Tarrius 2000).

Dentro de estos nexos entre lo local y lo global, en un punto “intermedio” se encuentra lo regional. Lo regional permite el acoplamiento de distintos territorios a nivel mundial (Carrión 2010), funciona como “nodo” que facilita el intercambio de flujos migratorios en territorios específicos a nivel planetario. Estos nodos, si bien son bloques regionales como el Cono Sur, la Unión Europea, la región andina, etc., cuentan con una ciudad representativa que facilita la movilidad, el alojamiento e incluso la búsqueda de empleo temporal o permanente.

Por otra parte, si bien estos nexos regionales se producen a través del intercambio económico y cultural, también pueden conectarse a través de la sexualidad, donde ciertas ciudades se convierten en territorios aparentemente “más amigables” para las “sexualidades disidentes” (Rubin 1986). De esta manera se crean “nodos” en ciudades que sirven como “refugio” para gays, lesbianas y trans que son percibidas como “más respetuosas” de las diversidades, convirtiendo determinadas regiones en espacios diversos donde la ciudadanía, el género y la sexualidad tienen que responder a ciertas normas sociales que regulan la sexualidad de forma aparentemente menos rígida que en sus lugares de origen (Sabsay 2011).

El transitar por América Latina desde la no correspondencia del sexo y el género



Nosotras nos vamos, caminamos y vuelta luego venimos.

Fuente: Rosa (2015), entrevista

Transitar por América Latina para la población trans femenina migrante implica toda una negociación con la sexualidad hegemónica, toda una búsqueda de intersticios que les permita vivir “libremente” la identidad de género elegida y el trabajo que es su fuente de sustento diario. Este tránsito migratorio de muchas migrantes trans, no obstante, se inicia en sus lugares de nacimiento hasta llegar a las denominadas “grandes ciudades” de Ecuador, para una vez allí empezar su recorrido a nivel nacional y luego regional.

En esta ruta de circulación migratoria, lo que implica que no existe una sedentarización (Tarrius 2010) o una migración tipo “vector” –que tenga un punto de partida y uno de llegada–, las redes sociales que se conforman a su alrededor son un elemento fundamental para circular por distintos puntos geográficos y cumplir ciertos objetivos laborales.

Migración local y regional: la sexualidad más allá de las fronteras nacionales

La migración de la población trans femenina que habita sobre todo la región costa de Ecuador, se produce desde muy tempranas edades. La falta de aceptación por parte de su familia o el miedo a la reacción familiar cuando se enteren de su identidad de género es uno de los elementos que impulsa el primer viaje migratorio.

¡Quizás es el 70% de las trans! que desde los 13, 14 años salen por discriminación de los padres ¡más de los padres que de las madres! Porque un padre es como mucho más machista, no quiere que la familia o la sociedad lo juzgue por tener una hija trans o por tener un “¡maricón!” como se dice (Jenny, Presidenta de Fedetrans, mayo de 2015, entrevista).

La familia es la primera institución encargada de controlar la sexualidad de las personas, es el sitio de producción, regulación e incluso opresión de la sexualidad (Wilkinson 2013, 41), por lo tanto, muchas migrantes trans femeninas son rechazadas por su núcleo familiar y otras huyen por temor a las amenazas de recibir algún tratamiento de “deshomosexualización”. Como menciona Rubin, la ideología popular no acepta a las sexualidades disidentes y obliga a que las familias reproduzcan cualquier inconformismo erótico y sexual (Rubin 1989, 34).

Salir de la casa a tempranas edades ocasiona que muy pocas personas trans femeninas terminen su educación básica y eso significa que sus oportunidades laborales se vean disminuidas. Eso exactamente responde Paulina, una migrante interna trans femenina oriunda de la provincia de Loja ante la pregunta de hasta qué año estudió: “Hasta la escuela nomás, sexto grado” (Paulina, abril de 2015, entrevista).

El primer lugar que muchas migrantes trans femeninas eligen como lugar de destino es la cabecera cantonal más cercana, por ejemplo, Portoviejo, Chone o Manta en la provincia de Manabí, Milagro en Guayas, Ambato en la provincia de Tungurahua y la ciudad de Loja en la provincia de Loja. Varias de ellas salen de parroquias entre urbanas y rurales, pues “la sexualidad disidente es más rara y está mucho más estrechamente vigilada en los pueblos pequeños y en las áreas rurales” (Rubin 1989, 37).

Una vez que llegan a la cabecera cantonal tratan de movilizarse a la ciudad “más grande” como es el caso de Quito o Guayaquil. Estas ciudades conocidas tradicionalmente como el centro político y el centro económico del país respectivamente, albergan un gran número de población trans femenina (INEC 2013). 10 No obstante Quito, al ser la capital y ser percibida por la población trans como una ciudad “más abierta” a las diversidades sexuales y “más segura”, es uno de los nodos principales de flujo migratorio que junta lo periurbano 11 y lo urbano en el proceso migratorio interno.

De los cantones pequeños vienen acá a Quito, primero pasan por Guayaquil y cuando ven la realidad de Guayaquil vienen acá a la ciudad de Quito (Dayane, Presidenta de Silueta X, marzo de 2014, entrevista).

Cuando la población trans femenina se ha instalado en Quito y logra establecer contactos, empieza su viaje migratorio internacional. Contrario a lo que sucede con los ecuatorianos y ecuatorianas que emigran de Ecuador buscando mejores oportunidades de vida hacia países como Estados Unidos, España e Italia (Gratton 2005; Queirolo 2005), los principales países de destino de la población trans femenina se encuentran en América Latina, en Argentina y Chile en el Cono Sur.

Esta ruta migratoria tiene una gran acogida a partir de 2000, año en que España emite la Ley Orgánica 4/2000, la cual obliga a solicitar visa a extranjeros y extranjeras que quieren ingresar a su territorio. De esta manera, si bien hasta antes de 2000 la población trans femenina ecuatoriana coincidía con los flujos migratorios de los emigrantes ecuatorianos y deseaba llegar a España y desde ahí trasladarse a otros países aparentemente “más abiertos” hacia las diversidades sexuales como Italia, Francia y Holanda. Es a partir de 2000 que ese circuito migratorio se rompe y surgen Argentina y Chile como países “más atractivos” para las migrantes trans, o más bien Buenos Aires y Santiago de Chile como ciudades “más abiertas” a las diversidades.

Sin embargo, aunque se supone que estos países permiten a las migrantes trans femeninas mejorar su calidad de vida, lo que incluye la aceptación de su identidad de género, esta población debe continuamente luchar en las calles de las ciudades por las que circula para encontrar espacios determinados en los que pueda transitar debido a su condición sexo-genérica. En estas ciudades, igual que en otras, no todos los espacios están abiertos a las sexualidades disidentes y ellas deben saber circular, saber abrirse camino y saber articular redes sociales para facilitar su lucha diaria en el país en el que se encuentren.

De esta manera, la conexión entre lo local y lo regional se produce en un circuito migratorio que se inicia en las parroquias rurales de las migrantes trans femeninas quienes, una vez que dejan sus lugares de origen, se dirigen hacia las cabeceras cantonales, a las ciudades como Manta, Portoviejo, Guayaquil, Cuenca, Loja, Ambato, Riobamba, Santo Domingo de los Tsáchilas, Nueva Loja, hasta llegar a Quito. Una vez en Quito, recorren la región andina, es decir que se desplazan por Colombia, Perú y Bolivia hasta llegar Argentina y Chile en el Cono Sur. Eso lo menciona Rosa, una migrante trans femenina que labora en la zona de la Plaza del Teatro: “De aquí de Quito viajé a Bolivia, a Perú, Colombia (…). De ahí también me fui a Argentina, Chile y Uruguay (Rosa, abril de 2015, entrevista).

Luego nuevamente realizan esta ruta de vuelta a Quito. A lo largo de este viaje migratorio, su cuerpo cumple su propio transitar y el dinero que ganan en el trabajo en el que se inserten, principalmente en el trabajo sexual, es utilizado para pagar sus transformaciones corporales, pagar la vivienda, la ropa y enviar algo de remesas a sus familias consanguíneas y de esta manera tratar de ser aceptadas por ellas.

El papel de la sexualidad en la articulación de las redes migratorias

Los y las migrantes comienzan su viaje migratorio gracias al apoyo que reciben de las redes estructuradas por migrantes que los precedieron antes (Ramírez y Ramírez 2005; Pedone 2010). Esta realidad no se produce en el caso de la población trans femenina migrante. El rechazo de su familia nuclear ocasiona que cuando ellas inicien su proceso migratorio no haya quién las ayude. Otras, por miedo al rechazo, migran con algún familiar cercano como una tía o una prima de su ciudad de origen y, una vez que llegan a la primera ciudad de destino y se involucran en el mundo laboral, empiezan a crear su propia red. Eso lo dice una migrante trans femenina que trabaja en una peluquería: “Yo vine con una tía a los 13 años (a Quito), (…) ella tenía un local de ropa en el Ipiales, luego ya me dediqué a trabajar pues por mi parte e hice algunas amigas” (Jéssica, abril de 2015, entrevista).

El trabajo en el que se inserta la población trans femenina es uno de los espacios que facilita la formación de redes, pues es el que determina la relación de los individuos entre sí y es un vínculo que organiza la sociedad (Marx y Engels 1972). En el caso de la población trans femenina, el hecho de que no hayan podido culminar sus estudios así como el hecho de pertenecer al género femenino las ha obligado a insertarse, en mayor medida, en el trabajo de los servicios y los cuidados. Muchas logran conseguir empleo en las peluquerías, como dependientas de almacenes, cocineras, meseras, vendedoras informales y trabajadoras sexuales. Cuidar a otros; brindarles placer y “servir” es parte esencial de sus labores, por ende, de aquello surgen los espacios que les permite tejer redes.

Los espacios de trabajo donde se inserta la población trans femenina migrante se articulan con los espacios del sector de los servicios de las ciudades, los cuales se encuentran sexualizados. Por lo tanto, una vez que llegan a la primera ciudad de destino, su principal objetivo es averiguar alrededor de qué zonas labora la población trans femenina para buscar trabajo. Una vez insertas en una determinada labor, sobre todo, en la peluquería o en el trabajo sexual, las amistades surgen. Eso es lo que responde Paulina, una migrante interna trans femenina que proviene de Manta cuando se le consultó si fue fácil conseguir amigas en Quito: “Por medio de la peluquería, ¡sí!, pero antes de entrar en la peluquería, no” (Paulina, abril de 2015, entrevista).

Cuerpo, sexualidad y migración

Con el establecimiento de lazos sociales cada vez más sólidos y un trabajo que les permita tener sustento diario, se inicia la transformación corporal de la población trans femenina. Esta transformación comienza desde la forma en que maquillan su rostro, se pintan el cabello, lo dejan largo o corto, empiezan a inyectarse silicona o a hormonarse y ponerse poco a poco ropa de mujer. Ante la pregunta de cuál fue la primera vestimenta femenina que usó, Maité, una trabajadora sexual que labora principalmente en la Plaza del Teatro, mencionó: “¡Un interior! (risas), es lo primero que me puse ¡un interior de mujer! No ve que la familia por dentro no manda (risas)” (Maité, abril de 2015, entrevista). Este ejemplo evidencia cómo el vestido hace legibles los cuerpos desde lo femenino y lo masculino (Zambrini 2010).

Sin embargo, es precisamente en la transformación corporal donde el viaje migratorio y las redes migratorias cobran importancia. Cada uno de los traslados de las migrantes trans se planifica de acuerdo con las redes que les brindan apoyo, la facilidad de realizarse algún cambio corporal y el trabajo en el que se insertan. Maité menciona que ella se transformó poco a poco una vez que salió de la casa de su familia consanguínea porque conoció amistades y lugares donde se efectuaban cambios corporales más baratos. “Si yo estoy solo en un lugar, nadie me va a decir “mira que tal fulanita me recomendó tanto” o “¡acá hay un médico, hay una enfermera!”, entonces ¡hay unas articulaciones! (Efraín, Coordinador de Fundación Equidad, abril de 2015, entrevista).

De acuerdo con el estudio de campo realizado, las personas trans femeninas que se dedican al trabajo sexual son quienes más viajan dentro del país; eso les permite ganar experiencia a la hora de circular por otros territorios antes de empezar con el viaje migratorio internacional e incluso antes de tener la oportunidad de realizarse transformaciones corporales en otros países. Por ejemplo, Paulina, quien combina sus labores entre la peluquería y el trabajo sexual, al momento de la entrevista quería realizarse una operación que incluyera la reasignación corporal y mencionaba: “Yo creo que me voy a hacer una en Colombia (refiriéndose a la cirugía), que es más barato y es mejor, de lo que me han contado. Tengo una amiga que se hizo allá y tengo también donde llegar allá en Cali” (Paulina, abril de 2015, entrevista).

Como se evidencia, se tejen redes que permiten a las migrantes viajar a otros países y trabajar. Eso lo menciona Rita, una migrante trans femenina que se dedica al trabajo sexual en el sector de la Plaza del Teatro: “Yo tenía dirección de hoteles y donde trabajar, direcciones de amigas y con eso uno se dirige (…). El único país donde no he estado es México, nunca he entrado, no conozco México. A Colombia, Chile, Uruguay, Perú sí conozco, pero no conozco México” (Rita, abril de 2015, entrevista).

Las redes migratorias, por lo tanto, no solo permiten a las migrantes internas trans femeninas viajar a otros países, conseguir trabajo y vivienda, sino transformar su cuerpo y con eso jugar con las normas sexuales impuestas para los cuerpos heteronormados. Es decir, por un lado, las redes les permiten transformar su cuerpo y utilizar la calle como pasarela, así como burlar las normas morales y sexuales a la hora de transitar de un país a otro.

De esta manera, logran circular por varios territorios e “ir y volver”; se insertan en un mercado que las feminiza y las sexualiza fuertemente como es el caso del trabajo sexual donde su apariencia no debe dejar de ser seductora y provocativa. No obstante, cuestionan el orden heteronormativo al poder ofrecer a sus clientes diversos servicios sexuales que no pueden ofertar las trabajadoras sexuales hetero. La sexualidad les brinda la oportunidad de conseguir trabajo, de viajar y, gracias a la migración, enviar remesas a sus familias consanguíneas, lo cual ha facilitado el contacto y la aproximación con ellas.

La articulación entre la migración y la sexualidad

Tanto la migración como la sexualidad son espacios dinámicos, de constante cambio donde se mezclan concepciones de vida individual con normativas sociales y colectivas; por esta razón, ambas nociones se conectan, articulan y transforman. A través de un conjunto de leyes a nivel local y a través de un conjunto de políticas migratorias, se ha construido un tipo de sujeto migrante que se corresponde con los preceptos heteronormativos de una sexualidad hegemónica. A pesar de esta realidad, las migrantes trans femeninas han encontrado espacios para circular, tanto a escala local como regional.

Las posibilidades de empleo en determinadas ciudades de América Latina, sobre todo en el Cono Sur, el deseo de transformar su cuerpo de acuerdo con los cánones impuestos a lo femenino, construir relaciones sociales que las acepten tal y como ellas son y vivir una sexualidad más libre, es decir, con mayor autonomía sobre sus cuerpos y sus deseos son aspectos primordiales que impulsan el viaje migratorio y articulan ciudades locales con ciudades globales, estableciendo “nodos” que conectan lo local, nacional y regional.

La sexualidad es uno de los factores que ocasiona que las personas trans femeninas salgan de sus lugares de origen y, al mismo tiempo, es un factor que estructurará sus trayectorias migratorias y sus redes sociales. Estas trayectorias se constituyen con base en dos componentes fundamentales: las ofertas laborales que pueden encontrar y los cambios corporales que pueden realizarse. De esta manera, la migración de esta población se produce entre etapas de visibilización, clandestinidad y semiclandestinidad, donde juegan con la apariencia de lo femenino y lo masculino para “saber circular”; entender en qué tiempos y en qué espacios es posible movilizarse es elemental.

Por lo tanto, aunque el proyecto migratorio de la población trans tiene un componente económico, el primer desplazamiento lo viven por el rechazo de su familia, es decir, en algunos casos se inicia como una migración forzada, un sexilio. Más tarde, vivir una sexualidad con mayor autonomía, poder realizarse cambios corporales y alcanzar un sustento diario ocasiona que varias personas trans femeninas se inserten al trabajo sexual –este trabajo de alguna forma brinda cierta autonomía y aceptación pues no solo les permite ganar un sustento diario, sino también sentirse deseadas– y, una vez en él, comienzan su viaje migratorio.

La exotización de sus cuerpos, la idea de rotación como estrategia de negocio en el comercio sexual, la hipersexualización de lo trans femenino y la idea de “probar” cuerpos distintos beneficia esta circulación más allá de las fronteras nacionales. Por esta razón, este viaje, más que tener un punto de origen y un punto de destino, es un proceso circulatorio que les permite construir espacios que facilitan su movilidad y que conectan distintas ciudades a nivel local, nacional y regional.

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Entrevistas

Entrevista a Dayane Rodríguez, Presidenta de Silueta X, La Mariscal, 30 de marzo de 2014.

Entrevista a Rosa, Plaza del Teatro, 1 abril de 2015.

Entrevista a Efraín Soria, Coordinador de Fundación Equidad, La Mariscal, 8 de abril de 2015.

Entrevista a Paulina, La Y, 13 de abril de 2015.

Entrevista a Maité, Plaza del Teatro, 15 de abril de 2015.

Entrevista a Jéssica, El Pintado, 30 de abril de 2015.

Entrevista a Jenny Merino, Presidenta de Fedetrans, Santo Domingo de los Tsáchilas, 2 de mayo del 2015.

Notas

1 Con base en las lecturas de Hames-García (2011) y Lugones (2011), se puede concluir que existe un importante debate teórico entre los estudios queer y algunas teóricas feministas. Este debate surge porque desde el feminismo de la interseccionalidad se ha evidenciado cómo la articulación entre género, clase, raza, etnia y sexualidad ocasiona fuertes formas de discriminación y exclusión social a partir de lo cual se pretende construir un sujeto político capaz de luchar por sus derechos en torno a estas distintas formas de exclusión. Por su parte, lo queer no crea una categoría fija, por lo tanto, no permite el surgimiento de un sujeto político que luche contra las desigualdades sociales.
2 Es la construcción de un régimen político sexual que solo acepta a hombres y mujeres como únicos sujetos de la sociedad. Este concepto fue acuñado por Adrianne Rich 1999 [1980].
3 Este concepto es construido por Gayle Rubin para dar cuenta de cómo un conjunto de normas sociales se construyen con base en la sexualidad biológica (Rubin 1986). Es decir, las normas sociales, políticas, culturales, jurídicas se basan en un tipo de sexualidad que jerarquiza lo masculino sobre lo femenino y que solo permite las relaciones afectivas entre parejas de sexos opuestos.
4 Es una construcción social e histórica que organiza las sociedades con base en roles sociales asignados a las identidades masculina y femenina y a las relaciones de poder que se producen entre ellas. Para Judith Butler, el género se ha construido como una consecuencia del sexo biológico, por lo tanto, se vuelve fijo e inmutable. Esta ley de inmutabilidad entre sexo y género se convierte en una norma dentro de la cultura, con lo cual la biología no es la que predestina el género de los individuos, sino la cultura (Butler 2007 [1990], 57).
5 Según las consideraciones de Ana Paulina Gutiérrez (2013), el término trans permite entender que estas personas poseen una identidad dinámica y flexible que, a lo largo de su vida, puede transitar “entre lo masculino, lo femenino, masculino y femenino, o “establecerse” de manera definitiva en alguno de ellos, ya sea de manera práctica o como una aspiración” (Gutiérrez 2013, 2). Sin embargo, en este estudio se pudo observar que la identidad que prevalece dentro de su canon corporal masculino es la femenina.
6 Se utiliza esta categoría de cuerpos femeninos, donde también se encuentran las personas trans femeninas, para evitar dejar de lado algunas identidades femeninas que migran, por ejemplo, algunas personas intersex, pirobos (identidades femeninas que se hacen llamar así en la frontera norte entre Ecuador y Colombia), trangéneros, entre otros.
7 En caso de analizar el trabajo sexual vinculado con la trata de personas, esta característica no sería aceptable. Sin embargo, es importante diferenciar entre la trata de personas y los servicios sexuales ofertados de forma voluntaria.
8 La separación entre “lo público” y “lo privado” es lo que precisamente ha permitido la jerarquía de lo masculino y lo femenino. Sin embargo, esta división en el ámbito de la sexualidad se sigue manteniendo bajo las normas morales, las cuales se dividen en lo que se puede “mostrar” en público y lo que se reserva para la “intimidad”. Esto es lo que Rubin (1989) denomina el “pánico moral”.
9 Por ejemplo, existen espacios en Quito que pueden ser heteronormativos en horas de la mañana y la tarde como las zonas de La Y, La Mariscal o El Pintado, pero que se convierten en espacios abiertos a la diversidad sexo-genérica por la noche (lo contrario ocurre en el Centro Histórico, en el sector de la Plaza del Teatro, donde la heteronormatividad se observa en la noche). Como se evidencia, se crean diferenciaciones espaciales de acuerdo con una temporalidad determinada y a quien transita por las calles.
10 Según datos de la encuesta Estudio de caso sobre condiciones de vida, inclusión social y cumplimiento de derechos humanos de la población LGBTI en el Ecuador (INEC 2013) en la cual entrevistó a 2 805 personas pertenecientes a las diversidades sexuales, Quito es la ciudad que más migrantes TLGBTI alberga (433), seguida de Guayaquil (150).
11 Lo periurbano se refiere a los lugares que se encuentran entre lo urbano y lo rural (Dirven et al. 2011).

Notas de autor

1 Magíster en Ciencias Sociales con mención en Género por FLACSO Ecuador. Investigadora independiente.
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