Dossier

La dimensión acústica de la protesta social: apuntes desde una etnografía sonora

The Acoustic Dimension of Social Protest: Notes from an Ethnography of Sound

A dimensão acústica da protesta social: notas desde uma etnografia sonora

José Luis Martin 1
Universidad del Claustro de Sor Juana, México
Santiago Fernández Trejo 2
Universidad del Claustro de Sor Juana, México

La dimensión acústica de la protesta social: apuntes desde una etnografía sonora

Iconos. Revista de Ciencias Sociales, núm. 59, 2017

Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales

Recepción: 27 Febrero 2017

Aprobación: 27 Junio 2017

Resumen: En este artículo se analizan las prácticas sonoras perceptibles en las marchas de protesta, desde un enfoque interaccional de la comunicación. Se plantea una propuesta interdisciplinar para el desarrollo metodológico de una etnografía sonora y se presentan los resultados de su aplicación en el contexto de las manifestaciones por la desaparición forzada de los 43 normalistas de Ayotzinapa, Guerrero, en México. El estudio cuestiona los modos sociales de sonar, como materialización acústica de los procesos comunicacionales en entornos sonoros específicos. Descriptores: prácticas sonoras; protesta social; comunicología; estudios interdisciplinarios; etnografía; entornos sonoros.

Palabras clave: prácticas sonoras, protesta social, comunicología, estudios interdisciplinarios, etnografía, entornos sonoros.

Abstract: In this article we analyse the role of sound in protest marches from an interactional communication perspective. We present an inter-disciplinary proposal for the development of a methodology suited for the ethnography of sound in the contemporary context. We also present the results of the application of this methodology in the context of the protests against the forced disappearance of the 43 students from Ayotzinapa, Guerrero in Mexico. The study questions the social modes of sound as the acoustic materialization of the communication processes within specific sound contexts.

Keywords: sound practices, social protest, communications, inter-disciplinary, ethnography.

Resumo: Neste artigo se analisam as práticas sonoras perceptíveis nas passeatas de protesto a partir de uma abordagem da interação na comunicação. É feita uma proposta metodológica interdisciplinar para o desenvolvimento de uma etnografia sonora e apresentam-se os resultados de sua aplicação no contexto das manifestações pelo desaparecimento forçado dos 43 normalistas de Ayotzinapa, Guerrero, no México. O estudo questiona os modos sociais do sonar como materialização acústica dos processos de comunicação em ambientes sonoros específicos.

Palavras-chave: práticas sonoras, protesto social, comunicologia, interdisciplina, etnografia, ambientes sonoros.

Hablar de comunicación acústica implica referirse a las prácticas sonoras, es decir, tanto a los procesos de producción del sonido como a su percepción y significación; estudiarlas permite entrar en la dimensión analítica de las interacciones sociales; observarlas requiere del trazado de itinerarios en el espacio urbano y de la inmersión en el interior de entornos acústicos específicos, así como de instrumentos adecuados para su registro sonoro; indagar el sentido que guardan para sus practicantes lleva a tejer relaciones dialógicas; construir textualidades con base en éstas, nos ubica ante la tarea de explorar los factores inmanentes de la articulación simbólico-social; describir las prácticas sonoras permite reflexionar acerca de las diversas materializaciones acústicas de las culturas urbanas, en lo que va de este siglo XXI.

Lo urbano “no es la ciudad, sino las prácticas que no dejan de recorrerla y de llenarla de recorridos” (Delgado 2007, 11), que tienen lugar en un espacio de producción, configuración y desarticulación constante de múltiples sociabilidades –el espacio urbano–, donde emergen complejos fenómenos socioacústicos que componen la sonoridad de la vida cotidiana.

Hemos decidido explorar la dimensión sonora de lo social en la ciudad, considerando que las actividades audibles ofrecen pistas sobre las estructuras dinámicas de relaciones y los intercambios comunicativos que en (y por) aquellas actividades o prácticas se articulan. La pretensión es sumarnos al análisis de las articulaciones entre los fenómenos comunicativos, el espacio urbano y la cultura política (Rizo García 2005, 203).

El artículo presenta los primeros resultados de un estudio teórico-empírico acerca de los sonidos que se generan en las interacciones sociales 1 (Bateson y Ruesch 1984; Watzlawick et al. 1985), características de las marchas de protesta, 2 en el que se explora tanto su valor funcional como simbólico (Augoyard y Torgue 2005, 3), tal como es observado por los investigadores-oyentes y tal como es escuchado-generado-compartido por los integrantes de la comunidad acústica (Truax 1984, 58) que se conforma en cada uno de dichos agrupamientos. Al mismo tiempo, se elabora progresivamente una propuesta metodológica para la observación, el análisis y la representación a partir la escucha profunda (Oliveros 2005) de dos fenómenos complementarios propios de los entornos sonoros: la expresión antropofónica –apoyados en la fenomenología sociofónica– y la percepción/interpretación de aquellos, apoyados en la acustemología (Feld 2012); todo desde el mirador de la comunicología (Galindo Cáceres 2013 y 2008).

En nuestro estudio, la marcha de protesta es considerada una modalidad no convencional de participación política, inherente a todo sistema democrático (IFE 2014) practicada tanto por individuos como por colectividades “que inciden en la relación entre la sociedad civil, el Estado y sus cuerpos de seguridad”, mediante una “confrontación simbólica ritualizada” (Della Porta et al. 2006, 118 y 166).

El conflicto social es un dato de la realidad social latinoamericana y, en el orden conflictivo inherente a la democracia (Aranibar 2012, 15), la marcha de protesta está dirigida hacia la disrupción del orden normalizado en la cotidianidad, incluyendo su dimensión acústica, mediante un desplazamiento multitudinario sobre las calles de la ciudad. Parece ser que en los Estados Unidos Mexicanos solo un 6% de la población nacional ha participado en protestas públicas, sin embargo, en la Ciudad de México este tipo de manifestación se ha convertido en una práctica habitual 3 que se encuentra en tensión con los crecientes esfuerzos institucionales por limitar en términos legales o criminalizar tal tipo de acción social. 4

La expresión y las prácticas sonoras (nuestro objeto de estudio) resultan ser un factor importante en esas polifonías del descontento y la exigencia ciudadana que son las marchas de protesta (nuestra unidad de observación), de las que nos interesa principalmente su dimensión interaccional, es decir, la posibilidad de interrelación entre actores sociales diversos a partir de las múltiples formas de producción de sonido.

En este sentido, nos ha parecido relevante emprender una etnografía sonora de la comunicación humana, conformada por la exploración analítica, el registro y la construcción narrativa etnográfica que nos permita acceder a la “racionalidad expresivo simbólica” (Martín-Barbero 1991, 253) operante en lo profundo de los modos sociales de sonar, para lo que es necesario entender el sonido como un sistema cultural, como un sistema de símbolos (Feld 2012, 3) susceptible de ser explorado desde un enfoque comunicológico.

Por ser comunicólogos-investigadores de profesión, nos interesa implementar una metodología que permita un doble rol como etnógrafos-autores sonoros, en la búsqueda de una modalidad de registro, análisis y difusión de nuestros hallazgos acerca de la vida social en constante vibración acústica. Con tal fin, revisamos el archivo de la Sonoteca de México 5 y de la Unidad de Producción Audiovisual de la Universidad del Claustro de Sor Juana (UCSJ), sobre todo aquellos registros sonoros y videográfícos realizados durante las marchas de protesta por el ataque armado a un grupo de estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, 6 ubicada en Ayotzinapa, presuntamente a manos de la delincuencia organizada y de la Policía municipal, que resultó en la muerte de seis personas, más de 40 heridos, la posterior desaparición forzada de 43 normalistas (GIEI 2015, 311-312) y que ocurrió la noche del 26 al 27 de septiembre 2014 en Iguala, Guerrero, después de que los normalistas tomaran algunos camiones de pasajeros para trasladarse a la marcha conmemorativa por la matanza estudiantil del 2 de octubre de 1968, en la Ciudad de México.

Decidimos entonces analizar los registros realizados entre el 8 de octubre de 2014 y el 26 de septiembre de 2015, que incluyen levantamientos de video de observación y sonido directo, así como una serie de entrevistas in situ, y que fungieron como materia prima de cinco cortos video-documentales 7 producidos como ejercicio de periodismo ciudadano cuya finalidad fue observar y difundir, desde una perspectiva independiente, las manifestaciones del descontento social que entonces emergían. De manera complementaria al análisis de los archivos sonoros y audiovisuales, se realizaron 30 entrevistas con profundidad entre febrero y junio de 2017 a individuos que presenciaron o participaron en dichas marchas.

Se produjo también el audio-documental Ambiente disidente núm. 1, 8 para el que se trasladaron al lenguaje sonoro las modalidades de representación observacional, participativa y poética (Nichols 2010) utilizadas en el cine de no ficción.

La investigación se articula desde una perspectiva interdisciplinar, integrando elementos provenientes de los estudios del sonido, la comunicología, el método etnográfico y la representación documental de la realidad, como parte de un intento por delimitar un estilo de investigación integradora en comunicación.

Lo que hemos encontrado es que las prácticas sonoras que tienen lugar en el entorno de las marchas de protesta ofrecen indicios acerca de los procesos de transformación de nuestras sociedades de la información contemporáneas, una vez que aportan claves sobre los elementos socioculturales que generan cohesión y/o que están en tensión desde adentro de las dinámicas relacionales de la ciudadanía en el espacio urbano. El componente sonoro de las marchas, además de organizar y dirigir los contingentes, también dota de cierto ritmo que se percibe no solo en lo musical de manera explícita, sino también en el vaivén de sonidos que la pueden cruzar a lo largo y ancho. Por otra parte pero en relación con lo anterior, cada grupo o contingente puede tener uno o más puntos focales en términos de sonido, sin que se note discordancia en el sentido expresivo, pues se aprecia un acuerdo tácito en la sucesión de manifestaciones sonoras.

El texto se estructura en cinco partes incluyendo esta introducción. En la segunda, se hacen precisiones acerca de nuestro enfoque comunicológico y etnográfico. En la tercera parte se presentan aspectos de un análisis del entorno sonoro en las marchas de protesta documentadas, apoyados en las categorías paisajísticas de Schafer y la tipología de la escucha de Schaeffer, y desde el enfoque de la fenomenología socioacústica. En la cuarta, se presentan elementos de las descripciones de las prácticas sonoras aportadas por los partícipes o testigos de las marchas de protesta en cuestión, desde un enfoque apoyado en la acustemología. Y en la quinta parte se presentan algunas conclusiones acerca de las prácticas sonoras en las marchas de protesta como factores de interacción social.

Precisiones sobre comunicología y etnografía

El Diccionario de la lengua española (2017) define a la comunicología como una ciencia de carácter interdisciplinario que estudia los sistemas de comunicación humana y sus medios. Nosotros nos ubicamos en una perspectiva de análisis sistémico-social, al considerar la pertinencia de investigar la comunicación acústica mediante una etnografía sonora, para indagar el tejido simbólico de las prácticas que emergen de (y dando lugar a) las dinámicas y estructuras relacionales que se dan en los distintos entornos sonoros del contexto urbano.

La palabra comunicación es un concepto polisémico, pues “para unos, comunicación puede hacer referencia a los medios masivos; para otros, al establecimiento de vínculos con otras personas por medio del lenguaje; para otros más, a la participación en redes sociales o al consumo de, por ejemplo, información televisiva” (Rizo García 2012, 21).

Ya que la comunicación es el fenómeno de nuestro interés y lo abordamos desde el campo académico que lleva el mismo nombre, resulta pertinente definirlo también como objeto de conocimiento, para lo que tomamos las palabras de Raúl Fuentes Navarro:

La comunicación es… una forma de compartir socialmente los procesos de significación o interpretación de los referentes del entorno y los procesos de información u objetivación de la probabilidad de lo que acontece en ese mismo entorno, tanto natural como cultural. En la interacción comunicativa lo que se construye en común no es solo el significado o solo la información de referencia sino el sentido de la conjunción de ambos, en la interacción social (Fuentes, en Rizo García 2012, 23).

Pero la comunicación es también considerada como un campo. Marta Rizo García retoma a José Manuel Pereyra para indicar que se trata de:

Un campo de conocimiento desde el cual se puede comprender, interpretar e intervenir a múltiples niveles los procesos de interacción y significación a través de la creación, circulación y usos de medios y tecnología y de formas simbólicas con multiplicidad de perspectivas: social, cultural, ética, política, estética y económica, entre otras (2012, 25).

Jesús Galindo ha propuesto clasificar el espacio conceptual de la comunicación a partir de cuatro dimensiones: expresión, difusión, interacción y estructuración (Rizo García 2006). La dimensión de la interacción es la que más nos interesa en el presente estudio. Esta categoría es heredera del llamado modelo interaccional de comunicación que desarrolla la Escuela de Palo Alto desde la década de 1960, el cual rompe con los modelos lineales de la comunicación al enfocarse en la relación entre personas, encontrando el centro de su base conceptual “en el estudio de la interacción tal como se da de hecho entre seres humanos” (Sluzki, en Watzlawick et al. 1985, 12).

Desde el modelo interaccional se consideró que: “Cabe considerar la interacción como un sistema, y la teoría de los sistemas generales permite comprender la naturaleza de los sistemas interaccionales” (Watzlawick et al. 1985, 116), entendiendo que un sistema es “un conjunto de objetos así como de relaciones entre los objetos y sus atributos” (Hall y Fagen, en Watzlawick et al. 1985, 117). Este antecedente concuerda con las perspectivas sistémicas que tanto Steven Feld como Barry Truax tienen del sonido. En el caso del primero, el enfoque sistémico de lo sonoro impregna el marco teórico que se definió con el término de acustemología (al proponer un híbrido entre acústica y epistemología) para abordar el estudio etnográfico del sonido como sistema cultural, es decir, como sistema simbólico (Feld 2012), con base en sus experiencias previas en antropología del sonido. Truax, por su parte, define el paisaje sonoro como un sistema constituido por el oyente más el entorno (1984, 57), proponiendo un estudio de los paisajes sonoros humanos que tome distancia de los enfoques tradicionales de la ecología acústica y aportando la definición de comunidad acústica como una forma de paisaje sonoro en el que la información acústica juegue un rol determinante en las vidas de los miembros de la comunidad, o en otras palabras, se trata de cualquier sistema en el que se intercambie información acústica.

Los medios audiovisuales y los medios sonoros, desde que fueron creados, han sido susceptibles de fungir ya sea como soporte para la articulación de productos culturales diseñados para la difusión de los resultados de una investigación de campo, o como objetos de estudio en tanto que productos culturales generados por un grupo sociocultural específico; es decir, se pueden utilizar para informar sobre conocimientos producidos científicamente o para generar conocimiento, científico o estético, a partir del análisis de sus contenidos. Es así que se desarrolló la noción de cine etnográfico fundada en la colaboración entre antropólogo, realizador audiovisual y sujetos filmados (Ardèvol 1994, 61), incluso décadas antes de que se hablara de antropología visual. Y el cine etnográfico puede entenderse, a grandes rasgos, como aquel cine que refleja el entendimiento etnográfico (Heider 2006, 7). Así como desde la antropología visual se puede producir cine etnográfico, a partir de una etnografía sonora nosotros proponemos realizar audio-documentales como parte del proceso de producción de conocimiento.

En la presente investigación, se plantea un doble abordaje de la etnografía, en un primer momento como método de investigación basado en la observación y en la escucha, después como escritura, composición o diseño de paisajes sonoros, a manera de sinfonías urbanas auditivas. Miguel Alonso Cambrón definía hace algunos algunos años a la etnografía sonora como “un estudio en el que se reflejasen las formas de percibir y, en general, construir los fenómenos sonoros atendiendo a lo psicosocial, lo social y lo cultural” (Cambrón 2010, 27). Lo que a nosotros nos interesa es explorar y reflexionar acerca de la representación sonora de los aspectos culturales-comunicacionales, así como de la representación de los aspectos culturales-comunicacionales sonoros.

Nuestro proceso de investigación puede sintetizarse en los siguientes puntos:

Las marchas de protesta como fenómeno socioacústico

Las marchas por la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa en la llamada “noche de Iguala” alcanzaron un importante nivel de repercusión, tanto en términos mediáticos como de activismo social, pues el suceso logró impactar en la conciencia de amplios sectores de la sociedad mexicana, así como en la esfera de la opinión pública internacional.

En la Ciudad de México, se pudo observar que los más diversos sectores sociales se movilizaron y confluyeron en las múltiples manifestaciones tras el ataque y secuestro de los jóvenes estudiantes. Para comprender la gran convocatoria de estas protestas y la indignación generalizada entre la sociedad mexicana, es preciso recordar, entre otros factores, los altos niveles de violencia, la descomposición del tejido social, el descrédito institucional y la impunidad imperante en el país. Los casos de ejecuciones masivas y secuestros sin resolución judicial han sido recurrentes (CDNH 2017). Para ilustrar este argumento, se puede mencionar a los 72 migrantes asesinados en 2010 en San Fernando; la fosa común con 200 cuerpos encontrada en el mismo municipio en 2011; la desaparición de entre 200 y 300 personas en Allende a manos del cartel Los Zetas en 2011; las ejecución de 22 personas en Tlatlaya por parte de militares en 2014; el asesinato de 16 manifestantes que ocupaban el Palacio Municipal de Apatzingán, presuntamente a manos de la Policía federal, ya en 2015 (González 2015). Podría mencionarse también a las “muertas de Juárez” (CNDH 2003) y los feminicidios en el resto del territorio nacional; las autodefensas (CNDH 2015) organizadas ante las agresiones del “narco” y los enfrentamientos armados entre ellos; el asesinato de periodistas (Amnistía Internacional 2017), de activistas sociales o defensores de los derechos humanos (CNDH 2011); y en general, la espiral de violencia que ha caracterizado a este país desde el siglo pasado, pero particularmente desde 2006 y la administración de Felipe Calderón Hinojosa, a partir de su estrategia de militarización y de guerra frontal contra las drogas (Pérez 2011).

Sin embargo, si se trata de entender a fondo la situación contemporánea de México, es decir, el contexto del que emergen los eventos que dieron lugar a “la noche de Iguala” y a las posteriores manifestaciones de inconformidad social, sería pertinente, por un lado, hacer un análisis profundo de la historia del narcotráfico, como el fenómeno complejo que es, y por el otro, analizar la historia de la violencia política en la región, lo cual nos llevaría, por lo menos, hasta la llamada Guerra Sucia. 9

Para analizar las prácticas sonoras observables durante las marchas de protesta, se han retomado algunos de los componentes que propuso Raymond Murray Schafer (1977) desde The Tuning of the World, a mediados del siglo XX:

Ante el interés por comprender qué es lo que se articula tras un conjunto de sonoridades aparentemente homogéneas –como pueden parecer las de las calles y todo lo que sucede en ellas– es necesario aumentar la atención a la información que nos ofrece cada componente de los entornos sonoros registrados y es a través de la escucha profunda que accedemos a ella.

Pierre Schaeffer planteó una tipología de la escucha en su Tratado de los objetos musicales, en la que describe tres situaciones concretas a partir de las que se puede obtener información (Schaeffer 2003, 61-74). Hemos adaptado algunas de las categorías paisajísticas de Schafer y de la tipología de la escucha de Schaeffer, estableciéndolas de la siguiente manera:

Con base en lo anterior, y ya durante el proceso de revisión de nuestros registros, se pudo percibir una mezcla diversa de elementos sonoros. A continuación, se describe los componentes más recurrentes en nuestros registros de sonido, que han sido agrupados de acuerdo con su origen físico y cuyo recuento es el siguiente:

Máquinas e instrumentos musicales

Tráfico. Al tratarse de manifestaciones que recorren algunas calles de la Ciudad de México, el sonido del tránsito de vehículos alcanza a percibirse en algunos momentos, pues es posible circular por calles cercanas a los manifestantes. Para este caso, un autobús acompaña las marchas y desde el mismo sistema de sonido que amplifica las consignas que se lanzan desde su interior.

Silbatos. Se percibe el sonido de los silbatos que utilizan los policías de tránsito.

Autobús. Suele ubicarse a la vanguardia de los contingentes; se escucha su motor y las consignas a través de los altavoces instalados en el techo.

Alarmas y bocinas de automóvil. Hay sonidos que no pertenecen a las manifestaciones, como una alarma de automóvil que se activa o desactiva al paso de la gente, así como el accionar de las bocinas en el tráfico cercano.

Bicicletas. Un grupo de ciclistas que forma parte de una marcha acciona las campanas de las mismas a su paso; esta acción es apoyada con silbidos por parte de los que van a pie.

Campanas de bicicleta. Acompañan los gritos de la consigna llevando el mismo ritmo del coro.

Explosiones. Se perciben algunas explosiones de pirotecnia durante las marchas, al igual que en las fiestas religiosas.

Música. Acompaña a las manifestaciones constantemente. En ocasiones, se suma a los coros del contingente y en otras solo se percibe la música acompañada por palmadas que siguen su ritmo. Es común escuchar distintos tipos de ensambles interpretando canciones populares o música regional.

Cuerpo humano

Pasos. En ocasiones es posible percibir el sonido de los pasos de algún manifestante debido a la cercanía con el punto de registro.

Aplausos. Es común que personas que observan a los manifestantes los aplaudan, mientras que los participantes suelen usar el sonido de las palmas para acompañar las consignas.

Risas. Se suele percibir expresiones de alegría en distintos momentos de las marchas.

Llanto. Se suele percibir gente llorando durante estas manifestaciones.

Voces. La presencia de voces, en ocasiones amplificadas por megáfonos y altavoces, es constante durante las marchas, ya sea dando indicaciones logísticas, leyendo pliegos petitorios o lanzando consignas que después son coreadas por los manifestantes. Algunos ejemplos de las consignas más características de las protestas en cuestión son:



¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!
¡Ayotzinapa vive, vive, la lucha sigue y sigue!
¡Ayotzi, Ayotzi, Ayotzi somos todos!
¡¿Por qué, por qué, por qué nos asesinan, si somos la esperanza, de América Latina?!
¡No nos falta uno, no nos faltan diez, presentación con vida de los 43!
¡No están solos, no están solos!
¡Enrique, culero, Enriquito, culerito, Enricote, culerote!
¡Fuera Peña, fuera Peña!

Además de las consignas, se identifican los discursos realizados en el destino de la manifestación: la Plaza de la Constitución, también conocida como Zócalo, donde se suele montar un templete con un gran sistema de sonido frente al Palacio Nacional. La madre de uno de los normalistas decía: “El Gobierno que no se haga pendejo y que sabe dónde están”, y después de aplausos por parte de los manifestantes continuaba: “Yo quiero decirle a este Gobierno asesino que nos entregue a nuestro hijos, él sabe dónde están y nos los tienen que entregar”. Un padre de familia expresó: “Nosotros semos campesinos, nos dedicamos a la tierra, a sembrar el maíz y el frijol. Es por eso que yo le dije a mi hijo te vas a estudiar ahí”, mientras que otro tomaba el micrófono para lanzar una advertencia: “¡Estamos dispuestos a dar la vida por nuestros hijos y no tenemos miedo!”, y uno más dijo: “Lo que sí sé es que donde quiera que esté mi hijo, yo estoy orgulloso de él, porque él quería ser maestro”.

Sonar, escuchar, interactuar, comunicar

Al poner atención a la audición y las conductas sonoras (Augoyard 1997) con las que se comunican las personas, es posible notar cómo los rasgos identitarios de estos individuos y grupos se materializan en sus repertorios expresivos y nos dan claves para comprender las dinámicas de interacción hacia adentro de estas “sinfonías urbanas” del descontento.

Los testimonios que hemos documentado y sistematizado a partir de nuestras registros sonoros en directo, de las entrevistas realizadas in situ durante las marchas (para lo que nos presentamos como documentalistas del proyecto universitario “El Claustro TV”, y posteriormente mediante entrevistas con profundidad a una muestra de ciudadanos que asistieron o presenciaron algunas de aquellas, nos han permitido analizar tres aspectos:

Producción discursiva ciudadana durante las marchas

Exigencia de justicia y esclarecimiento de la verdad. Un joven estudiante de la Escuela Normal Raúl Isidro Burgos, quien se encontraba en Ayotzinapa cuando sus compañeros fueron agredidos en Iguala, expresaba la exigencia central de la primera marcha nacional por la desaparición de los normalistas, el 8 de octubre de 2014:

Nos encontramos aquí reunidos diferentes organizaciones, como la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México, padres de familia de los compañeros desaparecidos y de los que fueron asesinados el día 26 de septiembre de este mismo año. Y queremos decirle al Gobierno de Peña Nieto que esto no se va a quedar en la impunidad, que seguiremos luchando hasta encontrarlos vivos. ¿Por qué no mejor que se vayan a enfrentar con la delincuencia organizada que se encuentra en nuestro país, donde ellos han hecho mucha corrupción en nuestro país, si tienen lo suficiente para andar enfrenándose con alumnos que no traen armas?

Una normalista egresada de la Normal Rural de Panotla, que marchaba con un contingente de mujeres jóvenes, se expresaba así: “Vengo con mis compañeras egresadas y venimos exigiendo que se haga justicia. Lo que siento es impotencia, es dolor, porque, bueno, atacaron una escuela hermana, y creo que todos estamos sintiendo lo mismo, creo que estamos aquí unidos por eso”.

Una estudiante de economía lanzaba su reclamo en términos similares durante la segunda marcha llevada a cabo en la Ciudad de México, el 10 de octubre de 2014: “Estamos aquí para que se haga justicia digna, queremos a los responsables tras las rejas y que se alce la voz acerca de los desaparecidos”.

Desde los altavoces del carro de sonido, que tradicionalmente va a la vanguardia en este tipo de manifestaciones, se escuchó la sentida voz de un padre de familia:

¡Quiero decirles que el día de antier fue el cumpleaños de mi hijo, y no saben el día tan terrible que hemos pasado como padres! ¡Recordamos todos los cumpleaños, los abrazos que le hemos dado a nuestro hijo, y ahora no lo tenemos para dárselos de nuevo! ¡Pero sabemos que los vamos a encontrar, a todos los 43, porque ya está bueno señores, hermanos, ya está bueno de tanta mentira de este Gobierno!

Otro de los padres se expresaba frente al Palacio Nacional ante la mirada y las reacciones sonoras de apoyo por parte de miles de manifestantes y decenas –tal vez cientos– de periodistas: “¡Porque nos sentimos indignados, ese dolor, ese sufrimiento, ese agotamiento se vuelve coraje. Le decimos al Gobierno municipal, al Gobierno estatal, al Gobierno federal que ellos tienen a los normalistas y ellos nos los tienen que regresar, porque sabemos que ellos son los responsables!”

Expresar empatía. El testimonio de una mujer que se presentó como antropóloga social refirió la importancia del aspecto emocional:

Estoy con colegas académicos acompañando la marcha en solidaridad con las familias de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa, en consideración de lo que pensamos es una causa común, compartida, de coraje, de expresión, para decir que ya basta, que ya estuvo bueno y que no podemos más con esta situación, que debemos manifestar nuestra sensibilidad, nuestra emoción por estas cosas que están pasando, y porque yo no creo que este pueblo, este que está aquí ahorita, tiene el Gobierno que merece.

Temor al incremento de la violencia. Otro factor que se pudo observar es el miedo ante un proceso ascendente de descomposición social y la creencia en la posibilidad de aportar elementos para la transformación social, como lo expresó una estudiante de 21 años: “Lo que me llevó a marchar es el horror, el horror de saber que esta no era la primera y probablemente no sea la única desaparición masiva que saldría impune. Y un poco con la esperanza de que muchas personas pueden generar un cambio, aunque sea una esperanza inocente”.

Mientras que un promotor cultural de entre 35 y 40 años decía: “El miedo que genera la posibilidad de que sigan existiendo estas cosas te saca a la calle, te mueve, te moviliza”.

Activarse políticamente. Para muchos jóvenes, estas eran las primeras manifestaciones a las que asistían, con la intención de participar de lo que estaba sucediendo en las calles de la ciudad y del país. Una joven que tenía 19 años en 2014 relató lo siguiente: “Fue la primera marcha a la que fui; escuchaba las canciones y de repente yo también las empezaba a cantar. Participar en las marchas es una manera de demostrar el apoyo, la inconformidad también, y sobre todo protestar, expresarse más bien”.

Necesidad de transformar el país. El siguiente testimonio de una mujer de entre 50 y 55 años, bien representa al segmento de la clase media mexicana que no suele participar en las manifestaciones, pero que reaccionó al sentirse profundamente afectada por las circunstancias: “Vengo porque me parece que hemos estado dormidos. El asesinato de los muchachos normalistas me despertó. Me parece que este puede ser un parteaguas para que retomemos el camino de la lucha pacífica, ¡porque no hay de otra!”

Una profesora de entre 40 y 45 años expresaba:

México está sumido en un proceso de militarización, de descomposición, y quieren que nos hagamos inmunes al dolor, que nos acostumbremos a los descuartizados, a los quemados, a los pozoleados. Necesitamos hacer uso de todos los recursos que están a nuestra mano, son solo los medios alternativos los que nos pueden ayudar en esta tarea titánica, y todos los días hay un lavado de cerebro para que la gente crea que esto no tiene solución, para que tampoco tenga memoria.

Continuidad de una tradición política. Para otros actores sociales, participar en las marchas de protesta, así como emprender diversas formas de manifestaciones y acciones, no es más que la continuación de una tradición sólidamente establecida. Un normalista de Ayotzinapa, sobreviviente a la “noche de Iguala” lo expresó claramente:

Nosotros los normalistas nos manifestamos desde hace décadas, desde 1922 que se formó la primera rural en Tacámbaro, Michoacán. Luego, Ayotzinapa se fundó en 1926, después las normales rurales fueron creciendo en número y finalmente en 1935 se organizaron en la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM). En el sexenio de Lázaro Cárdenas se reformó el artículo tercero de la Constitución y se establecía que la educación fuera socialista. Es más, sus estatutos como organización, desde 1935, manifiestan muy claro que la FECSM se declara partidaria de todas las luchas populares del país, entonces, es una tarea, es una consigna, es un principio.

Descripción de las prácticas sonoras

Otra estudiante universitaria y activista social se refirió al sonido como factor de cohesión social: “Yo seguía las consignas que los demás proponían. El sonido, yo siempre he creído que igual que la música, es un motor de colectividad, que mucha gente al mismo tiempo diga algo, lo vuelve muy poderoso, lo vuelve una emoción súper grande”.

Un músico originario del estado de Oaxaca dijo: “Yo me manifiesto a través de la cuestión artística porque creo que el simple hecho de dedicarse al arte en México, ya es un acto revolucionario”.

Otro estudiante de 22 años definió la consigna a partir de una triple función, reflexionando también sobre la resonancia sociopolítica de ésta:

Me recuerdo gritando las consignas que traía mi Facultad. Creo que la consigna tiene la función, primero, de protestar alzando la voz, segundo de que nos volteen a ver, y tercero y más importante, de que necesitamos esa catarsis. Mis gritos contribuyeron a que se le exigiera al Gobierno una verdad, real, honesta. Y eso, las consignas son los cimientos para algo más grande.

Un profesor expresó con estas palabras lo significativo que le resultó el recorrido en colectivo por la ciudad: “Yo recuerdo mucho el sonido de mis pasos, me daba cuenta de mis pasos, es lo que más recuerdo”.

Remembranza auditiva

Pedimos a algunos de los actores sociales con los que dialogamos que cerraran los ojos y que reconstruyeran la experiencia de haber estado en alguna de estas marchas, describiendo los sonidos recordados de aquel paisaje sonoro. Un joven universitario describió así los momentos previos al inicio del recorrido :

Salí de la estación del Metro Chapultepec con unos camaradas, y no se escuchaban voces, se escuchaban pasos, como una calma impresionante pero vestida con pasos, de todas las personas que se acercaban antes de empezar la marcha, y cuando llegamos al Ángel de la Independencia ya estaba repleto de gente pero no se escuchaba nada, ni voces ni barullo ni gritos, y lo que más recuerdo es que había gente llorando

Otra de las universitarias entrevistadas evocó sus recuerdos de esta manera:

Se escucha una camioneta diciendo que vienen detrás varias universidades; se escucha mucha gente gritando; se escucha gente pidiendo pancartas; se escuchan muchas canciones; se escucha el correr de los policías; se escuchan autos; se escucha ruido; se escuchan porras; se escucha llanto, se escucha miedo; se escucha coraje; se escuchan risas porque una persona escribió mal Ayotzinapa; se escucha la lluvia; se escuchan unos patines; se escucha una bandera; se escucha una mamá de un estudiante hablando en náhuatl.

Un productor de teatro, de 31 años, recordó el paisaje sonoro de una de las marchas así:

Recuerdo cuando soltaron bombas contra la puerta del Palacio Nacional, querían reventarla. De repente se hace como una vorágine sonora entre gritos y golpes de los escudos de los granaderos, avientan botellas, “pruassshhh”, “praaaaashh”, cohetes “puuggghh”; hay helicópteros, lo que más puedo escuchar son todas las voces y podría pensarse que esas voces están quemándose, es como un fuego, así “fuughhh fuuughhh”, una muchedumbre.

Mientras que el normalista sobreviviente al ataque recordó la consigna que considera más significativa: “De las marchas, la consigna que más recuerdo es La Llorona: “No somos todos llorona, nos faltan 43”; el “vivos se los llevaron, vivos los queremos”, es algo muy propio de la desaparición forzada; pero el más sonado tal vez haya sido el conteo del 1 al 43”. Y luego aprovechó el espacio de la entrevista para hacer una crítica desde adentro al movimiento normalista por considerar que está dividido entre un sector conservador, que ya estaba organizado antes de los hechos del 26 de septiembre, al que calificó de dogmático, y otro sector de integrantes más jóvenes, que buscaron nuevas formas de organización y de acción política a partir de la coyuntura generada por “la noche de Iguala”. Recurrió entonces a la memoria de los sonidos que conformaron el entorno sonoro de las marchas como metáfora de la diversidad de pensamiento:

Los sonidos en las marchas son el sonido de lo diverso. Hay sonidos de todo tipo, y creo que tiene que haberlos, y todas las personas deberían converger en algún momento, canalizarse, acompañarse, aceptar lo que dice el otro, ¿no? A los que no saben consignas les daban ganas de aprender las nuevas y se atrevieron a contar del 1 al 43, y a decir “vivos se los llevaron, vivos los queremos”, en obediencia a lo que ya venía diciendo el movimiento originario, pero éste no fue capaz de repetir las consignas del otro, del más joven, por considerarlas mal elaboradas, o mal rimadas. Y he ahí la situación, para mí, uniformar está jodido, uniformar se lo dejo a los nazis y a cualquier otro que quiera construir una sola forma de ver las cosas.

Después evocó los sonidos de aquella noche en la que fueron baleados por la Policía Municipal en Iguala:

De la noche de Iguala recuerdo el silencio y la balacera, silencio y balazos, gritos de los chavos “¡corran, vámonos!”, “¡agáchense, cúbranse!”, y la lluvia de esa noche, tremenda; autos a los lejos; patrullas con sus sirenas; órdenes de los militares; pero sobre todo, el silencio por no saber lo que estaba pasando. Recuerdo que los balazos eran zumbidos, cerca de mí, cerca de mis compañeros; me asomaba hacia donde estaban los destellos de las balas e inmediatamente me disparaban, ¡pam!, ¡pam!, y yo, lo único que pensé es que me iban a matar. Eso es lo que recuerdo, los zumbidos.

Conclusiones momentáneas

El estudio socioacústico de las marchas de protesta, mediante la táctica etnográfica planteada, nos permite indagar acerca de las formas en que se materializan las culturas urbanas a través de sus rituales y modos de interacción característicos. En las manifestaciones por la desaparición forzada de los 43 normalistas de Ayotzinapa, hemos identificado en las prácticas sonoras escuchadas algunos elementos socioculturales de cohesión y otros más en tensión, como parte de tendencias históricas que apuntan hacia la perpetuación de ciertas sociabilidades, pero al mismo tiempo, hacia la transformación o emergencia de otras nuevas.

Estas marchas lograron convocar mediante redes sociales, tanto físicas como virtuales, a movimientos y actores políticos cuya presencia es habitual en las manifestaciones, como los contingentes obreros, sindicales, campesinos, socialistas, de lucha por los servicios básicos, anarquistas, etc.; pero también religiosos, profesionistas, de defensa de la equidad de género, artísticos, diversas “tribus urbanas”, contingentes infantiles, madres y padres de familia, muchos contingentes estudiantiles, vocacionales, universitarios y docentes, logrando una articulación ciudadana de carácter transclasista, interideológica y multigeneracional.

En estos eventos de disrupción de la dinámica cotidiana se generó un proceso de reconocimiento masivo y ciudadano en la empatía, en la indignación colectiva. Su fundamento ha sido el reclamo por la administración del Estado, la impartición de justicia, la inseguridad, la violencia institucionalizada. Dicho reclamo, al ser llevado a las calles (y después a los medios masivos, tradicionales y nuevos, nacionales e internacionales) generó un régimen de sonoridad hecho de repertorios expresivos específicos que, al escucharlos con detalle, ofrecen pistas sobre las tensiones entre lo político-ideológico-disidente-tradicional y lo político-ideológico-disidente-emergente que se teje en las marchas.

Los tipos de expresión, sean lingüísticos, corporales, musicales y en general el mundo de la experiencia sonora generado en las marchas de protesta contienen indicios acerca de los procesos de transformación de nuestras inestables culturas contemporáneas. Estudiarlos implica aislar ciertos elementos de fenómenos por demás complejos, pero no con el fin último de reducirlos, sino para profundizar en ellos e intentar equilibrar después el peso de lo sonoro en nuestra cultura, eminentemente visual.

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Notas

1 Este estudio deriva del proyecto “Hacia una investigación integrativa en comunicación” (2016-2017) que se lleva a cabo en el Colegio de Comunicación de la Universidad del Claustro de Sor Juana (UCSJ), en cuya segunda fase profundizaremos el análisis y la problematización de nuestro método de composición audio-documental.
2 Retomamos la definición de protesta como una acción conjunta de individuos con el fin de lograr su meta o metas al influir en las decisiones sobre un objetivo o destinatario, cuyas características son: 1) se trata de una conducta colectiva; 2) es una acción que expresa agravio, una convicción de que algo está mal o es injusto; 3) los actores no son capaces de lograr sus metas por sí mismos; 4) Su conducta no es la habitual (Opp 2009, 38).
3 La Unidad de Datos del diario El Universal publicó el 2 de marzo de 2017 que “en los primeros 10 días de 2015 se registraron más de 70 manifestaciones o plantones en la capital”, alcanzando un total de 450 marchas o plantones solo durante el mes de enero de ese mismo año (Guazo 2017).
5 Ver el repositorio de este proyecto en: http://bit.ly/2lHdlxy
6 Consultar el Informe Ayotzinapa. Investigación y primeras conclusiones de las desapariciones y homicidios de los normalistas de Ayotzinapa: http://bit.ly/2t9eLaz

Y el Informe Ayotzinapa II: http://bit.ly/2sPO5sJ

8 Se puede escuchar en: http://bit.ly/2u1Eezv
9 Se sugiere consultar: Informe de la investigación sobre presuntos desaparecidos en el estado de Guerrero durante 1971 a 1974. http://bit.ly/1VpI0hg

Notas de autor

1 Licenciado en Comunicación por la Universidad Autónoma de Baja California, México. Profesor investigador en el Colegio de Comunicación de la Universidad del Claustro de Sor Juana, México.
2 Licenciado en Comunicación por la Universidad Autónoma Metropolitana. Profesor investigador en el Colegio de Comunicación de la Universidad del Claustro de Sor Juana. Actualmente cursa la Maestría en Comunicación y Estudios de la Cultura en el Instituto de Investigación en Comunicación y Cultura.
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