Constitución, el Plan Once y el Plan Liniers. La idea era producir espacios públicos de
calidad, así se intervinieron numerosos espacios urbanos de uso público.
Se dictaron nuevas normativas –las modificaciones más importantes se registraron en las
actualizaciones en 2012 y 2018 del Código Contravencional–,
como parte de un proceso
de ampliación de los usos indebidos del espacio urbano. De igual modo, se desarrollaron
una serie de estrategias de marketing urbano para consolidar la marca-ciudad.
En palabras de funcionarios y técnicos del GCBA, este giro se propuso reconquistar
un espacio público que juzgaban en estado crítico y usurpado por usos y usuarios
indebidos relacionados, generalmente, con las prácticas de sectores populares:
comerciantes callejeros, artesanos y feriantes, personas que viven en la calle, cuidadores
de coches, recicladores urbanos, trabajadoras sexuales o manifestantes políticos.
Por lo tanto, las primeras tres gestiones PRO (2007-2019) buscaron producir un espacio
público de calidad cuyo usuario debía ser un público de calidad. Para ello, desarrollaron
acciones públicas basadas en el urbanismo a escala humana del danés Jan Gehl (2006,
2014), modelo de gran circulación a nivel global. De este modo, la adaptación de las
ideas de Gehl a escala local implicó el desarrollo de acciones sobre los espacios urbanos
de uso público en tres dimensiones: una transformación material del entorno construido,
una férrea reglamentación legal de usos (in)debidos y una readecuación simbólica de
estos espacios. A su vez, estas acciones públicas urbanas pueden pensarse en tres escalas:
ciudad, barrios y fragmentos. En la primera escala, el GCBA desarrolló programas y
planes integrales con los que se proponía modificar la movilidad y embellecer el entorno
urbano construido: Prioridad Peatón, Bicicletas de Buenos Aires, Metrobús, Veredas,
Restauración de Fachadas, Puesta en Valor e Iluminación de Fachadas, Limpieza de
Frentes, entre otros.
En los planes de escala barrial se observó la preeminencia que el Gobierno local otorgó
a los barrios centrales e históricos de la CABA (fig. 1). En este sentido, se puso en
práctica la tercera generación de recualificaciones urbanas,
[vi]
llevadas a cabo a partir de
programas que abarcaron simultáneamente las tres dimensiones mencionadas: acciones
arquitectónicas y urbanísticas de embellecimiento del espacio construido en pos de
(re)producir una imagen escenográfica del corazón de la ciudad; un profundo
(re)ordenamiento de los espacios a través de normativas y acciones represivas a fin de
restablecer un orden urbano (Duhau y Giglia 2008), en el que los usos relacionados con
actividades de supervivencia de los sectores populares fueron dificultados, perseguidos
y reprimidos al mismo tiempo que se promocionaba el consumo y el entretenimiento
mercantilizados –principalmente con la instalación de bares y restaurantes en veredas,
plazas y parques–; y la (re)producción de imaginarios urbanos hegemónicos basados en
el núcleo duro de la identidad porteña –ciudad blanca, moderna, europea y rica– y su
propia belle epoque (González Bracco y Laborde 2019; Lacarrieu 2007).
Finalmente, la escala de los fragmentos barriales tuvo que ver con la instalación de
objetos urbanos –viaductos, pasos a nivel, puentes, pasos peatonales, centros de