MISCELÁNEO
Securonormatividad. La sociabilidad urbana vista a través de las prácticas de la vigilancia cotidiana.
Securonormativity. The urban sociability viewed from the everyday practices of surveillance.
Securonormatividad. La sociabilidad urbana vista a través de las prácticas de la vigilancia cotidiana.
URVIO, Revista Latinoamericana de Estudios de Seguridad, núm. 18, 2016
Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales
Recepción: 15 Septiembre 2015
Aprobación: 01 Marzo 2016
Resumen: En ciudades con diversas fuentes de inseguridad y miedo se han establecido múltiples reglas informales destinadas a la protección y la vigilancia. Se trata de regulaciones que configuran prácticas espaciales cotidianas, posturas corporales, expresiones verbales, el uso de los objetos y las relaciones de género en la ciudad que nos permiten hablar de una sociabilidad urbana marcada por la securonormatividad. Introducimos el concepto de securonormatividad para referirnos a la forma que adoptan las interacciones sociales en una ciudad con diversas fuentes de inseguridad urbana y también como una importante contradicción de la urbanización contemporánea. El objetivo es detallar y analizar las prácticas de seguridad observando la vigilancia ejercida y recibida por las personas en diferentes escenarios y sus efectos sobre las interacciones cotidianas. Exploramos la securonormatividad en la ciudad de Bogotá, Colombia, pero sus hallazgos y herramientas pueden ser útiles para la caracterización de la sociabilidad en el contexto de auge securitario de otras ciudades, especialmente, en el Sur Global. Las principales herramientas teórico-metodológicas provienen de la time-geography, Bruno Latour y Judith Butler. Los datos primarios fueron levantados con una herramienta que hemos llamado “relojes de prácticas espaciales cotidianas”.
Palabras clave: Securonormatividad, practicas espaciales, vigilancia, seguridad urbana, América Latina, Bogotá, performatividad, sociabilidad urbana, Butler, Latour, Time-geography.
Abstract: In cities with diverse sources of insecurity there are informal rules for the protection and surveillance recognizable in the spatial practices, the corporal postures, the verbal language, the use of objects and the gender relations. The aggregation of these rules give birth to the securonormativity, an urban sociability marked for the surveillance and fear that can be considered as a contradiction of contemporary urbanization. The article describes and analyzes the surveillance exercised and received for individuals in different scenarios of interaction. It explores the securonormativity in Bogota, Colombia, but the tools and findings are useful to study the others contexts, especially, the Global South cities. The main theoretical and methodological tools come from time-geography, Bruno Latour and Judith Butler. The primary data were collected with a tool we called “clocks of everyday spatial practices”.
Keywords: Secunormativity, spatial practices, surveillance, urban security, Latin America, Bogotá, performativity, urban sociability, Butler, Latour, Time-geography.
Introducción
La inseguridad tiene profundas consecuencias sobre la sociabilidad urbana. No obstante, como lo ha señalado Fernando Carrión (2014), las secuelas del miedo cotidiano ha sido un tema escasamente tratado teórica y políticamente en América Latina, a pesar de ser una experiencia bien conocida por los habitantes. Algunos autores han mostrado que donde prima el miedo prosperan los etiquetajes sociales negativos y se promueve un sentido de lugar basado en la paranoia y la interdicción (Amendola 2000; Bannister y Fyfe 2001; Bauman 2013; Flusty 1994; Lee 2013; MacLeod y Ward 2002). Pero ¿cómo caracterizar las prácticas espaciales, la sociabilidad y la materialización de los miedos? En este artículo, apuntamos justamente a detallar y discutir la sociabilidad urbana resultante del ejercicio permanente de estar vigilante, para lo cual proponemos el concepto de securonormatividad. Con dicho concepto designamos una sociabilidad urbana en la que la suspicacia y la actitud de defensa son el rasgo distintivo de las interacciones cotidianas. Analizamos las prácticas de seguridad diarias detallando la vigilancia que ejercen y la vigilancia a la que están sometidas las personas en diferentes lugares. Exploramos la securonormatividad en la ciudad de Bogotá, Colombia, pero los hallazgos pueden ser útiles para la caracterización de la sociabilidad urbana en el contexto de auge securitario y de profundización de las desigualdades sociales de otras ciudades, especialmente, en el Sur Global.
El estudio de la vigilancia recibida y la vigilancia ejercida ha sido fructífero no solo para comprender la vida cotidiana en las ciudades inseguras sino que además ha resultado ser una cuestión relevante para entender lo que significa una práctica espacial. En tal sentido este artículo discute las rutinas de vigilancia cotidiana y sus consecuencias sobre la vida en común en las ciudades pero al mismo tiempo aporta elementos teórico metodológicos para abordar las prácticas espaciales cotidianas en general. Nuestro punto de partida es que las prácticas de seguridad cotidiana se convierten en un problema espacial en la medida que existan actores que despliegan acciones destinadas a manejar la inseguridad a través de acciones de vigilancia. Por eso partimos de la existencia de algo que llamamos una intencionalidad securitaria, es decir, la existencia de acciones deliberadas que tienen como objetivo a contrarrestar la inseguridad personal a través de la vigilancia. La espacialidad de dicha intencionalidad securitaria está compuesta por tres dimensiones inseparables:
a) las prácticas espaciales cotidianas reconocibles como apropiaciones espacio-temporales de la ciudad (una geografía temporal de la cotidianidad diría Hägerstrand)
b) la forma de presentarse o de actuar ante los demás en los diferentes escenarios de interacción (la escenificación o el performance diría Goffman; y
c) el uso de expresiones verbales que empleamos ya sea para constatar eventos -actos del habla locutivos- o para darle significado a estos eventos -actos del habla ilocutorios- o para regular comportamientos -actos del habla perlocutivos- (la performatividad o el carácter performativo del lenguaje del que habla Butler 1993).
La información primaria sobre las prácticas cotidianas de vigilancia ejercida y vigilancia recibida se levantó con una herramienta que denominamos “relojes de las practicas espaciales cotidianas” la cual diseñamos para captar la relación entre los miedos-vigilancia con la apropiación del espacio (figura 1). Los relojes de prácticas cotidianas muestran cómo en diferentes escenarios de interacción (la casa, el trabajo, la calle, el transporte público, bares, restaurantes, bancos, etc.) las personas, por un lado, despliegan activamente estrategias para velar por su seguridad (vigilancia ejercida) y, por el otro lado, cómo estas también son objeto de controles y observación externas (vigilancia recibida). Dicha herramienta, inspirada en la geografía del tiempo, es un reloj compuesto por cuatro anillos concéntricos que representan cuatro ámbitos interconectados, así: el primer anillo representa las horas del día de 0 a 24; el segundo los lugares que la persona frecuenta cotidianamente; el tercero reúne la vigilancia ejercida por la persona respondiente y; el cuarto anillo se refiere a la vigilancia recibida o la vigilancia a la cual está sometida la persona.
El ejercicio consistió en pedirle a diversas personas que dibujaran cuáles son los lugares que frecuentan y cuánto tiempo permanecen allí en un día de actividades regulares. De este procedimiento se obtuvieron los escenarios recurrentes de interacción de las personas con la forma de un gráfico circular con porciones de espacio-tiempo sobre el cual las personas empezaban a describir, en primera instancia, la vigilancia ejercida y, posteriormente, la vigilancia recibida[1]. Se obtuvieron 125 relojes de muy diversa calidad y nivel de detalle. La figura 1 es una muestra del tipo de relojes obtenidos. El tratamiento de la información contenida en los relojes se hizo en Atlas.ti y consistió en codificar cada elemento en los relojes, lo que permitió generar una base de datos de prácticas de securitización a la que se le pueden aplicar diversos filtros.
Así, la lectura de los relojes quedó consignada en cinco temas que describen la estructura del artículo: a) la vigilancia y el estado de seguridad; b) patrones patriarcales en las prácticas de vigilancia de mujeres y hombres; c) actitudes corporales y vigilancia; d) las mediaciones de las cosas en las estrategias de securitización y; d) la performatividad de la vigilancia, la intencionalidad securitarista y las apropiaciones espacio-temporales de la ciudad. El artículo culmina con una síntesis que busca ensamblar los elementos del concepto de securonormatividad, el cual proponemos hablar de la sociabilidad urbana mediada por la intención constante de vigilancia.
1. La vigilancia y el estado de seguridad
El ejercicio de múltiples prácticas de securización personales es una de las “competencias” de la vida cotidiana que adquieren las personas que viven en Bogotá. Como muestran los relojes de prácticas espaciales, en casi todos los escenarios de interacción se ejerce o se recibe vigilancia (ver cuadros 1 y 2)[3] destinada a evitar ser víctima de robos, homicidio, abuso sexuales y agresiones personales. Como queda registrado en nuestros relojes de prácticas cotidianas, salir a la calle, quedarse en la casa, hacer las compras después del trabajo o el fin de semana, tener que salir temprano al trabajo, llegar en la noche después de la jornada de trabajo, el cuidado de los hijos, salir de vacaciones, usar el transporte público o ir en bicicleta, son actividades que implican reflexionar sobre cómo se pueden incorporar estrategias de protección en ellas.
La multiplicidad de estrategias de vigilancia constituye, recurriendo a la metáfora de Latour (2005), un complemento -o “plug-ins”- que se aprenden y se actualizan en múltiples interacciones y situaciones. De hecho, existen tantos complementos de vigilancia como situaciones de interacción. Los complementos sirven para dictar cuál es el comportamiento adecuado en cada situación: qué actitud corporal adoptar, la velocidad de caminar, la ropa apropiada para ir a un determinado lugar, cuál es el mejor lugar para sentarse o estar parado en el bus, etc. En términos espaciales el uso de estas habilidades o complementos tiene por finalidad evitar sitios, situaciones y personas amenazantes como en posibilitar el tránsito fluido y la permanencia efectiva de las personas entre los escenarios de interacción de la vida cotidiana, las cuales se comparten con desconocidos y conocidos.
La direccionalidad de la relación entre miedos-vigilancia y apropiación del espacio es doble porque encontramos una diversidad de prácticas de vigilancia insertas en las actividades cotidianas de las personas y, al mismo tiempo, encontramos prácticas espaciales y apropiaciones del espacio urbano que están mediadas por la posibilidad de desplegar o no prácticas de vigilancia. Como lo advierte Lofland en sus trabajos sobre el espacio público (Lofland 1985, 1989a, 1989b), existe una negociación constante que consiste en sopesar, por un lado, lo que hay que hacer o se puede hacer en un determinado momento y lugar con, por el otro, la posibilidad de sentirse seguro.
La existencia de las múltiples prácticas de securización deriva en lo que Cindi Katz (2008) ha denominado estado de seguridad compuesto por acciones que, lejos de ser actos banales individuales destinados a “tener cuidado” o “estar alerta”, indican la encarnación de los miedos que le dan vida al régimen social y político. En ese mismo sentido, la extensión de la vigilancia nos permite hablar de la constitución de una suerte de “superhabitus” o “transhabitus” en la medida que la intencionalidad securitarista se expresa en una serie de formas de actuar que supera un campo específico de la vida social. Así, la extensión y suma de sujetos vigilantes y escenarios de vigilancia han constituido a la intencionalidad securitarista en un estado habitual del ser, perdurable y trasplantable a muchos escenarios de interacción.
2. Patrones patriarcales en las prácticas de vigilancia de mujeres y hombres
Las prácticas vigilancia que despliegan las mujeres expresan y refuerzan los marcos instituidos por la sociedad patriarcal en la que se bloquea y fragiliza la autonomía y la libertad a las mujeres. En efecto, apenas se está empezando a mostrar que la inseguridad y la violencia no es solamente un problema de hombres y que las mujeres sufren diversas y muy particulares formas de inseguridad y violencias en la ciudad como los acosos sexuales, las violaciones y varias formas de violencia simbólica relacionadas con la aceptación social de las agresiones de las que son objeto, feminicidios, etc. (Corporación Sisma Mujer 2013; Observatorio de Ciudades, Violencia y Género 2012).
Son esos miedos los que se expresan básicamente en estrategias, detectadas en la vigilancia ejercida por las mujeres, destinadas a estar acompañadas a la hora de salir y permanecer en lugares públicos. Sostienen algunas mujeres: “Para salir toca acompañada y con bendición reforzada de los papas. Y hay que regresar también acompañada esperando que el taxi no le haga a uno el paseo millonario” (Reloj P23: M 11[4]) “Estoy mamada de andar paranoica en la calle” (Reloj P12: M5). “Siempre intento salir con un amigo hombre para poder relajarme un poco y disfrutar” (Reloj P13: M6). “Siempre salgo con un grupo de amigos y siempre estoy pendiente de no separarme de ellos” (P65: M 25).
No estar en compañía de alguien mientras se está en la calle también implica que las mujeres busquen “caminar rápido” (Reloj P22: H9), “no mirar a nadie” (Reloj P96: M 29), “intentar no llamar la atención” (Reloj P97: M 30), “caminar por la vía de los carros y no por la acera cuando hay gente sospechosa” (Reloj P31: M13), “mirar mal” (Reloj P109: M32), “poner cara de mal genio”(Reloj P31: M13), “no mostrar el miedo” (Reloj P 1: M1), “estar avisando dónde estoy” (Reloj P97: M 30).
En los dos casos, el mensaje parece ser el mismo: una mujer sola “se expone” y su presencia en el espacio público necesita ser avalada por la compañía de un hombre. Como en otras circunstancias del régimen patriarcal, es necesaria la ayuda y acompañamiento de un hombre para las mujeres sean merecedoras de respeto. Eso se expresa, entre otras cosas, en el acoso sexual en la calle, una cosificación permanentemente que hacen muchos hombres de las mujeres. “Quiero irme a un lugar donde no me anden morboseando y me den miedo” (Reloj P65: M 25), “siento que los hombres me miran morbosamente” (Reloj P62: M 23), son las expresiones de algunas mujeres. Como lo confirman los informes de la Corporación Sisma Mujer, transitar sola en la calle en Bogotá para una mujer se ha convertido en una experiencia de acoso sexual aceptado socialmente. En efecto, el acoso sexual en las calles está marcado por el uso del poder físico y la agresión verbal, la cosificación del cuerpo de las mujeres y la tolerancia absoluta de los transeúntes que podrían ser claves para contrarrestar el fenómeno. “La gente observa tan natural este tipo de comportamiento que incluso llegan a considerarlo gracioso o cariñoso, cuando realmente se trata de un acto violento” (Corporación Sisma Mujer 2013, 51)
En ese mismo ámbito de autonomía y libertades sitiadas, las mujeres manifiestan sentirse más vigiladas tanto por los extraños como en el entorno más próximo por conocidos. Unas hablan de la vigilancia de los ladrones -“los ladrones no se miden y siempre están vigilando a quien se descuida” (Reloj P100: M31)-, otras de los vecinos -“siento que los vecinos me observan demasiado” (Reloj P65: M 25) y otras de la vigilancia que ejercen sus familiares sobre sus actividades. Los hombres manifiestan que son observados pero su molestia con la vigilancia recibida está más relacionada con que la gente los vea como potenciales agresores (las requisas, las preguntas, la inspección de los objetos personales, etc.). Algunas mujeres, por su lado, parecen manifestar la incomodidad de la vigilancia recibida como una ofensiva contra la tranquilidad pero, al mismo tiempo, con la búsqueda de “protección externa masculina” ayudan a reforzar esquemas sexistas en la apropiación de los lugares.
Así existe un tensión entre la molestia de ser vigiladas y la intranquilidad y alivio por la presencia de vigilancia. En el caso de una mujer que vive sola, la sensación de no estar vigilada en su casa era lo que más le generaba inseguridad. “En las noches cuando no siento la vigilancia me preocupo porque es un lugar con muchos problemas de seguridad. Es muy solo y hay poca policía y de vez en cuando pasan celadores del barrio que hacen sonar sus pitos. Oír los pitos de los vigilantes afuera me alivia porque sé que alguien está cuidando de mi” (Reloj P100: M31). Esa tensión entre “alivio” y sensación de constreñimiento que se deriva de la vigilancia recibida, es semejante a esa la que experimentan las mujeres con la presencia de personas. Estar sola en un sitio puede producir miedo y estar acompañada puede producir alivio pero la presencia de las personas tiene su límite y depende, para que la presencia de las personas no sea tomada como una fuerte de inseguridad o como un acoso, de un flujo de estas en el espacio público, de cierta distancia y desatención cortes.
3. Actitudes corporales: parecer amenazante y ser irrelevante
Las prácticas cotidianas de vigilancia muestran dos extremos en la forma en la que las personas se presentan ante los demás. En un lado se encuentran actitudes corporales que buscan escenificar una presencia desafiante. Esta es una forma destinada a comunicar que no se tiene miedo, que se merece respeto y, en algunos casos, que se es temible. En el otro extremo está la actitud corporal consistente en invisibilizarse apareciendo como banal tanto para los agresores imaginarios o reales como para los potenciales vigilantes. La idea en esta forma de presentación del cuerpo ante los demás, más común en los relojes de prácticas cotidianas, es ser irrelevante usando formas activas desviación del interés de la vigilancia ejercida.
En lo que respecta a la estrategia de mostrarse desafiante, es una forma de pretender que se ejerce una suerte de dominio. Un hombre decía: “cuando estoy llegando al barrio o voy a lugares peligrosos me gusta hacer como si tuviera un arma en la cintura” (Reloj, P 3: H1). Otro, sostenía: “yo tomo la actitud de malandro para que no se me acerquen” (Reloj, P7: H 2). Una mujer, por su parte, afirmaba que suele “mirar mal para que no la vean débil” (Reloj P109: M32). Otra decía que “hago mala cara para no me molesten” (Reloj P21: M 10) En el cálculo de una persona que despliega esta actitud está la idea de comunicarse corporalmente con los potenciales agresores pero su performance es recibido por el conjunto de personas con las que comparte la calle, los sitios públicos, el transporte público, etc. lo que podría reforzar el sentimiento de inseguridad entre estos. A este respecto una persona manifestaba: “me siento vigilado cuando las personas llevan llaveros o navajas que dejan ver, que están al aire” (Reloj P 3: H1). La lógica de esta acción es que es preferible ser requisado por la policía, generar incomodidad en los espacios que frecuenta, que convertirse en blanco de una agresión.
Eso quiere decir que ciertas personas manejan y conocen el poder de un lenguaje corporal amenazante y usan el etiquetaje negativo como una estrategia de defensa y protección. Esa es una actitud inadvertida en la máxima que hizo famoso a Frank Tannebaum, uno de los padres de la teoría del etiquetaje, quien señalaba en su clásico libro Crime and Community, que la manera de romper el espiral de crimen consistía en negarse a interpretar el papel de malo (Tannenbaum 1938). Esa actitud demuestra o confirma que la división entre “malos” y “buenos” encubre procesos importantes de la interacción y que la escenificación de si ante los otros puede ser más compleja.
La segunda forma de presentarse ante los demás, la de la invisibilidad o la banalidad de la presencia, consiste en que la persona busca convertirse a sí mismo en un extra de los escenarios de interacción. La finalidad de esa estrategia es pasar desapercibido y camuflarse siendo uno más, siendo una suerte de “ratón gris”. El efecto más importante de la “encarnación de un ratón gris” es la del disciplinamiento del cuerpo (gestos, forma de vestir, corte de cabello, etc.) a los patrones dominantes porque no hacerlo activa el interés de quienes vigilan (policías, vigilancia privada y, en algunos lugares, organizaciones delincuenciales). Este tipo de estrategia de securización supone que hay una vigilancia constante y problemática que es la que ejerce el delincuente. La gente manifiesta que “el ladrón siempre está vigilando” los movimientos y está esperando aprovechar el menor descuido. Una mujer sostenía, “los ladrones vigilan desde afuera del bus si alguien está descuidado para subir a robarlo; los ladrones del bus que están atentos para aprovechar el momento en que alguien se descuide para robarlo” (Reloj P97: M 30). La vigilancia que ejerce el delincuente es etérea, puede estar ocurriendo en cualquier momento inadvertidamente. “El único del que soy objeto de vigilancia es el ladrón. El ladrón me está vigila y eso lo siento” (Reloj P31: M13), decía una persona para referirse a ese sentimiento.
La estrategia de invisibilización se expresa en actitudes como: “caminar donde hay mucha gente” (Reloj P65: M 25); “buscar lugares concurridos” (Reloj P11: H 4); “no hablar con nadie en la calle ni aceptar nada de extraños” (Reloj P97: M 30); “caminar rápido y no detenerse ni prestar atención a nadie” (Reloj P51: M20); “no parar cuando alguien se acerque a pedir información en la calle”; “no prestar atención a saludos, chiflidos o pitos” (Reloj P17: M8); “no responder preguntas a personas desconocidas” (Reloj P 3: H1); “no ponerse falda”, (Reloj P62: M 23); “no llevar cosas lujosas” (Reloj P16: H6), “no usar el celular” (Reloj P56: M22), “no usar aparatos electrónicos y pasar por lugares donde hay más circulación de personas” “tener la maleta al frente” (Reloj P21: M 10), “Tener plata en los bolsillos por si me piden”. “No tener objetos de valor a la vista”. “No dormirme en el bus” (Reloj P97: M 30). Entre muchas otras.
Detallar las diferentes actitudes corporales asociadas a la vigilancia muestra que el cuerpo es el medio fundamental del manejo del espacio-tiempo cotidiano. En el caso de las mujeres, el manejo del cuerpo muestra que ellas no experimentan de forma pasiva el espacio, sino que activamente lo producen, lo definen y lo apropian. El uso rutinario y consiente de estrategias pone en evidencia que las mujeres domestican el espacio urbano con valentía y audacia. Éstas poseen varias habilidades de negociación peligro, de lectura de los signos de riesgo y de la toma de posesión de los escenarios de la ciudad (ver recuadro 1). Las habilidades espaciales de las mujeres muestran que éstas buscan constantemente construir autonomía y, más importante, que dicha búsqueda hace que el espacio urbano esté “disponible” para otras mujeres. La “confianza espacial” de las mujeres puede ser interpretada como, lo han mostrado las geógrafas feministas en otros contextos, una manifestación de poder que se refuerza socialmente cuando las mujeres salen y reclamar el espacio público en vez de permanecer encerradas (Koskela 1997; Koskela y Pain 2000; Wilson y Little 2008).
Cada vez que Catalina se despide en su casa o en su lugar de trabajo dice: voy a matar zombis. Interrogándola sobre la expresión, confiesa que le tiene pavor a salir a la calle y sobretodo porque no le gusta encontrarse con “neritos”, es decir, con habitantes de la calle. “Yo soy como un imán para ellos. He hecho todo lo posible pero como me ven alta y mona (rubia) creen que soy extranjera y vienen directo a mí. Si les doy monedas no se van de mi lado y me siguen diciendo cosas. A veces les hablo, otras los miro rayado (lanzar una mirada despectiva) o simplemente me voy más rápido esperando que no me vayan a tocar el hombro o el brazo. A mí me da tanta rabia y asco. No me gusta ser rayada (mala persona, agresiva) con ellos per cuando son tantos todos los días a una le toca ponerse la armadura y caminar como si nada (ignorándolos) o mandarlos a la mierda con una mirada o cuando me atrevo les digo cosas como: no me jodas que hoy amanecí toreada o yo ya no me como su cuentico. Así toca en el centro que es donde más me la paso. Lo de los zombis es porque a veces no parecen personas: están re-sucios, les faltan partes del cuerpo, no tienen mirada, no saben dónde están, no entienden nada. Caminan como los zombis de las películas, dan miedo y me da escalofrió pensar que se acerquen. Pero al final casi no es miedo que un ñerito de estos me atraque, si, bueno un poco. Yo también pienso como en las infecciones. Que boleta!! Yo tengo amigas que cargan gas pimienta para protegerse. Yo cargo en mi morral gel antibacterial. O sea, lo mío es más asco que miedo. No es que me dé ganas de matar a nadie. Lo de matar zombis es porque quiero evitarlos. |
4. Los objetos son fundamentales en las prácticas de vigilancia cotidiana
Nos parece importante señalar que del análisis de los relojes de las prácticas de vigilancia se destaca la relevancia de los objetos y las cosas en las acciones cotidianas[5]. La importancia de los objetos se deriva del hecho ante la presencia o ausencia de determinadas cosas[6] la gente se plantea implícita o explícitamente preguntas tales como:
a) ¿Tengo que proteger esta cosa? ¿Cómo la protejo?;
b) ¿Éste objeto me ayuda en mi protección, en mi estrategia de seguridad? ¿Cómo la incorporo a mi práctica securitaria?
c) ¿Este objeto me incomoda, me intimida? ¿Cómo lo evado y si no puedo evadirlo qué tengo que hacer para manejar la incomodidad que implica su presencia?
d) ¿Esta cosa es para ser observado y controlado? ¿La acepto, la ignoro o la desafío?
La forma en la que se resuelven dichas preguntas se expresa en micro-regulaciones de la apropiación del espacio porque derivan en acciones o inacciones tales como no contestar el teléfono en la calle o en el transporte público, no ir por determinado lugar porque no hay luces de iluminación, esperar el bus en un lugar específico porque ahí hay cámaras de vigilancia, vestirse de una forma particular, dónde encontrar a los amigos y qué medio de transporte es mejor, a qué hora salir o a qué hora llegar si se lleva un computador portátil, etc.
Volvemos aquí a Latour porque él ha mostrado que “cuando se trata de explicar la durabilidad de los vínculos sociales se acude a nociones abstractas tales como la "sociedad" o 1a "norma social" o las "leyes sociales" o las "estructuras" o los "hábitos sociales" o la "cultura" o las "reglas", etc. dejando de lado las cosas, en el sentido literal del término. Sostiene que prescindir de los objetos abre el paso a la introducción de explicaciones tautológicas y la presencia de fuerzas mágicas que sostienen a la sociedad sin literalmente ninguna cosa (Latour 2005, 70)
Las cosas, en términos de Latour y la teoría del Actor Red, son actantes, es decir, participantes irreflexivos en la acción sin los cuales las acciones sociales quedarían en el aire. Latour sostiene que cualquier cosa (reiteramos, en el sentido más literal del término) que modifica con su incidencia un estado de cosas es relevante para entender la acción. Eso implica tomar en cuenta los participantes no humanos a la hora de permitir, dar recursos, alentar, sugerir, influir, bloquear o hacer posible, la vigilancia ejercida y la vigilancia recibida y en ese sentido son relevantes para entender las acciones de vigilancia cotidianas.
Este planteamiento de Latour se corresponde con el encontrado en los relojes de prácticas cotidianas, en los cuales, por ejemplo, encontramos que la protección de los objetos (el celular, el portátil, el automóvil, la bicicleta, la casa, un terreno, los objetos personales, en general) activa prácticas y formas de estar y relacionarse con los demás. Al mismo tiempo, el paisaje bogotano está poblado de una amplia gama de actantes que buscan disuadir la delincuencia: misceláneas y tiendas de barrio enrejadas advirtiendo que hay pocas oportunidades para robar allí, perros ladrando en la calles y en las azoteas advirtiendo la presencia de extraños, vidrios de botellas rotas pegadas con cemento sobre los muros; postes de la luz coronados con parlantes y sirenas para avisar cuando algo sucede en el barrio; imágenes religiosas que dicen “Virgen María protege este hogar” que “refuerzan” los seguros de puertas y ventanas. Todos ellos son actantes en medio de un entramado de asociaciones destinadas a promover la seguridad.
5. Performatividad de la vigilancia, actos del habla y las apropiaciones espacio temporales
En el trabajo de campo y en la lectura de los relojes se hizo evidente que hay una relación entre las practicas espacio-temporales de securización y las expresiones verbales que la gente emplea para hablar de la seguridad en los escenarios de interacción. En efecto, en la forma de saludar y despedirse, en las expresiones para referirse a actos de violencia de los que se tiene noticia, en las recomendaciones que les dan a sus hijos, a las alertas que hacen a quienes los visitan, en las conversaciones antes de acostarse, en los planes para el dia siguiente, etc., las personas suelen pronunciar expresiones, comentarios y advertencias referidas a la protección y los peligros de la ciudad y su barrio. Esas expresiones se pueden entender como actos del habla que pueden tener varias finalidades como constatar algo, transmitir un significado y regular acciones.
Lo más importante de estos actos del habla es que al ser repetidos o citados constantemente tiene la capacidad de producir realidades al mismo tiempo que influir en la forma que toman las acciones de las personas. Desde John Austin (1962) hasta Judith Butler (1993; 1997), pasando por Guatari y Deleuze (2002) y Derrida (1977), se ha denominado performatividad del lenguaje a la capacidad que tienen la expresiones verbales para producir realidades. Para Judith Butler, los actos del habla performativos tienen lugar en el marco de un régimen de verdad. Ella entiende que la performatividad no es un acto que signifique que un sujeto individual cree el mundo cuando lo nombra sino, más bien, que la reiteración de expresiones verbales refuerza y reproduce discursos sobre la realidad con capacidad para construir subjetividades. El poder performativo de los actos del habla, entonces, se deriva de la repetición ritualizada de la norma dentro de un régimen de representaciones, de relaciones de poder, que busca reproducir, en el caso de Butler, un régimen del cuerpo, del sexo y del género que ella califica de heteronormátivo.
Entre las expresiones encontradas la más común y con fuerza performativa es la “dar papaya” (“dio papaya”, “no hay que dar papaya”) que significa dar oportunidad para que algo suceda, especialmente, algo negativo. Aunque el uso de esta expresión está muy extendida en el lenguaje cotidiano y se usa para múltiples circunstancias, uno de sus usos principales está relacionado con la seguridad personal. Cuando alguien “da papaya” quiere decir que está desatendiendo las “normas” básicas de comportamiento que le evitarían convertirse en víctima de una agresión, un atraco o un hurto. Dar papaya es una expresión que tiene varias posibilidades de traducción: dejar o permitir que algo pase como consecuencia de la desatención, por descuido, por exponerse innecesariamente, por actuar de manera torpe y por ser demasiado confiado.
Esta expresión tiene un poder de “explicación” y justificación sobre la ocurrencia de algo malo. Dicen las personas, por solo citar algunos ejemplos: “Dio papaya y por eso lo robaron”. “Dio papaya y la agredieron”. “No doy papaya y por eso no me ha pasado nada” (Reloj P98: H27). “Al principio fui varias veces víctima de atracos en la calle. Ahora que trabajo en la calle ya no siento miedo, pero tampoco doy papaya porque estoy pendiente de los indigentes, vendedores ambulantes, limosneros, etc” (Reloj P19: M9). Este uso de la expresión crea una representación según la cual hay que contar con la existencia de acechanzas provenientes de varias fuentes. Por eso hay que cuidar los objetos personales asiduamente, no usar el celular en la calle, llevar la billetera en un lugar seguro, saber cómo portar la maleta en la calle, no transitar por determinados lugares a ciertas horas, etc. La explicación que se deriva esta expresión (“lo robaron porque usted dio papaya” sería una respuesta, incluso de los policías, ante una persona que hace una denuncia de robo) es simplista pero efectiva porque impide tomar distancia frente a los fenómenos de inseguridad. Justamente lo que hace es hacer que la gente piense en los fenómenos (los actores que cometen actos delincuenciales) como los explicadores de la inseguridad y no en los procesos y relaciones (económicas, sociales, políticas, culturales, etc.) que están detrás de la formación de estos actores.
Adicionalmente, esta expresión sirve para re-victimizar las personas que han sido objeto de una agresión de cualquier tipo. En efecto, cuando se dice que la persona fue asaltada o violada porque dio papaya se está afirmando que la víctima es al mismo tiempo la culpable por su incapacidad para advertir el peligro o por ponerse en una situación favorable para los agresores. La falda era muy corta, caminó por un lugar muy oscuro, caminaba sola o solo, no se sentó el lugar indicado en el bus, no puso el morral donde debía hacerlo, se le olvidó poner pasador en puerta, se le olvidó activar la alarma, puso todo el dinero en el mismo bolsillo, etc. Son las formas de inculpar a quien ha sido objeto de una agresión. Así, el poder “explicativo” de la expresión dar papaya deriva en reforzar la idea según la cual no es posible apropiarse de maneras alternativas del espacio urbano porque se invoca al peligro. Toda práctica alternativa de apropiación sería “tentar al destino”, “ponerse en bandeja de plata”, “buscar lo que no se le ha perdido”. Por eso existe la expresión “a papaya puesta, papaya comida” o “papaya servida, papaya comida” para significar quien baja la guardia se convierte en víctima.
Estas expresiones están hermanadas con otras expresiones que encontramos referidas a usar la desconfianza como principio actitudinal de la apropiación espacio-temporal y de relacionamiento interpersonal. “La mejor defensa es desconfiar de la gente”(Reloj P118: H 31), manifestaba un respondiente en los relojes. En la realidad creada por las voces repetidas sobre lo que significa no dar papaya, junto con los eventos de inseguridad y la mediatización de los mismos, esa actitud de desconfianza constante es esencial porque “hay ladrones que no parecen ladrones” (Reloj P103: H30), porque “no hay que bajar la guardia” (Reloj P100: M31) y, esencialemente, “porque todos son sospechosos” (Reloj P 9: M3). Esa actitud no se encuentra solo entre las personas corrientes sino en quienes tienen oficios particular de ser desconfiados, es decir, los vigilantes, celadores, policias, porteros, etc. En los casos (el de las personas comunes y los varios tipos de vigilantes) la demanda a las personas con las que interactuan es mostrar “credenciales” de buena persona o por lo menos de no ladron. El analisis de esas estrategias de pasar por alguien confiable en cada uno de los escenarios de interacción implicaría recopilar información que en los relojes no tenían la intención de captar, pero sin duda sería un material clave para comprender otra cara de la sociabilidad urbana mediada por las estretegias de vigilancia.
Encontramos que esta actitud de permanente desconfianza se liga con la aceptación de la vigilancia ejercida sobre las personas. Especialmente, quienes se consideran buenos ciudadanos aceptan que existan mecanismos de control y asocian un lugar no vigilado con un lugar inseguro. La lógica de esta actitud favorable a la vigilancia es que ésta cobija a todos y eso es bueno porque incluye a los que sí son peligrosos. La expresión, proveniente del lenguaje común, que mejor sirve para reproducir y justificar la favorabilidad hacia la vigilancia es la de: “el que nada debe nada teme”. En los relojes encontramos también y, sobre todo, múltiples actos del habla que parecen solo constatativos en la medida que describen lo que hacen las personas cuando están en cada lugar de interacción.
La gente dice que prefiere llevar el morral al frente y no atrás o que prefiere sentarse cerca de la puerta de salida en el transporte público, por ejemplo. También dicen las personas que no hablan con extraños y que tampoco pierden de vista sus objetos. Sin embargo, estos actos del habla muestran, más bien, la solidificación de rutinas de vigilancia cotidiana y, son justamente, el tipo de efectos que se obtienen de la repetición de expresiones con significado y con contenido regulatorio. En eso es justamente en lo que consiste la performatividad del lenguaje. Butler dice “la performatividad debe ser entendida no como un “acto” deliberado y singular sino más bien como el conjunto reiterado de prácticas de citación por medio del cual un discurso produce el efecto que nombra” (Butler 1993, 13).
Conclusiones. Ensamblando la securonormatividad.
Este artículo caracteriza las formas que asumen las interacciones cotidianas entre las personas en una ciudad donde existe una alta sensación de inseguridad. La caracterización de la sociabilidad urbana en esas condiciones nos permitió construir el concepto de securonormatividad. No partimos de un concepto dado y desarraigado espacio-temporalmente para explicar la sociabilidad urbana en Bogotá, sino que construimos el concepto a partir de los datos recogidos por la herramienta que diseñamos (los relojes de prácticas espacio-temporales). En esa medida tampoco partimos de un autor o de un marco teórico sino que más bien empleamos la teoría como una herramienta en vez de usarla como un marco preestablecido para formular hipótesis o para extraer conclusiones adelantadas.
La investigación recoge en ese sentido los principios metodológicos tanto de la teoría fundamentada informada (Charmaz 2011; 2014) como de los enfoques no representacionales (Thrift 2007). Esa posición de no forzar un marco teórico para entender los problemas no significa negar o descartar la literatura teórica y la investigación existente. Es todo lo contrario. Significa reconocer el lugar de enunciación de las diferentes teorías y usarla críticamente (pragmáticamente) como fuente de herramientas conceptuales. La literatura considerada teórica es, entonces, un surtidor de inspiración, de ideas, de asociaciones creativas y reflexiones críticas (Kelle 2005; Kelle 2007). En el caso concreto que nos ocupa, la existencia de múltiples regulaciones derivadas de la vigilancia en la ciudad nos permite introducir el concepto de “securonormatividad”, la cual podemos entender como un régimen de sociabilidad urbana marcado por la preponderancia de actos corporales-verbales motivados por una intencionalidad constante de defensa. Dicha intencionalidad configura subjetividades debido a ejercer la vigilancia y la desconfianza son la negación de otras destrezas y formas de actuar como la cooperación y la solidaridad.
La securonormatividad muestra que las prácticas espaciales no son simples desplazamientos entre escenarios de la vida cotidiana sino que las prácticas espaciales están acompañadas de actos del habla que ayudan a formar el sentido de la acción. Lo más relevante es que estos actos del habla no son estrictamente individuales sino que circulan de diversas formas entre las personas que viven en Bogotá y hacen referencia a cosas que la gente ha dicho repetidamente sobre cómo comportarse en determinados lugares. En ese sentido, son la aceptación y la reproducción de las reglas de juego para estar seguro. La securonormatividad se compone, también, de la escenificación de actitudes corporales (presentarse como temible o, en otro extremo, ponerse en el papel de figurante trivial) por lo que no hay constitución de los escenarios de interacción ni actos vigilancia sin enraizamiento en el cuerpo. En últimas, la securonormatividad expresa que las prácticas espaciales están acompañadas de performaces corporales. No obstante, los temores, las agresiones y las estrategias para hacer frente a los mismos se experimentan diferencialmente entre mujeres, hombres, niñas, niños, adultos mayores, etc. por lo que la securonormatividad es un ámbito muy diverso de prácticas y reglas susceptibles de ser analizadas interseccionalmente. Pero, más importante, la diversidad de la corporificación de la securonormatividad en las personas, se integra al abanico de filiaciones y relaciones posibles entre las personas (hombres y mujeres, intergeneracionales, de clase social, etc.). Por ejemplo, como lo vimos, la securonormatividad entre las mujeres se expresa como limitación de la autonomía y reproduce los roles patriarcales normalizados.
El análisis de las prácticas cotidianas de vigilancia muestra que las cosas y los objetos son importantes cuando hablamos de la securonormatividad. De hecho las prácticas de securización no se pueden pensar sin objetos, algo que, incluso los geógrafos tan acostumbrados a tratar con cosas materiales, a veces pasan por alto. Tan es así que si hablamos de las acciones de vigilancia cotidianas sin objetos no sabríamos, por ejemplo, qué es lo que la gente busca proteger o simplemente no habría un algo que proteger. Pero si quitamos los objetos tampoco sabríamos cómo la gente despliega acciones de vigilancia: sin seguros en la puerta, sin cámaras de vigilancia, sin rejas en la puerta, sin alarmas, etc. simplemente no se pueden describir ni entender las estrategias de securización cotidianas. Por eso los objetos son participantes (actantes) de la acción social no solo como objetos a proteger sino como herramientas de la securización. Los objetos son fetiches y son medios, que le dan vida a la securonormatividad.
Los rasgos anteriores (intencionalidad securitarista, las normas informales sobre de manejo del espacio-tiempo cotidiano, de la presentación del cuerpo ante los demás, los actos del habla asociados a las practicas espaciales de securización, la participación de los objetos) desembocan en el tema de la sociabilidad urbana, es decir, “la forma que toma el juego de las asociaciones entre personas en un lugar concreto”[7] (Simmel 1949, 254). Georg Simmel propuso que los vínculos entre las personas puede adoptar las siguientes formas de asociación: con otros (with-one-another) donde prima la cooperación mutua; por otros (for-one-another) en la que predomina el sentirse responsable de otros o de cuidar de otros o el altruismo; en otros (in-one-another) donde prepondera el responsabilizar a otros o de delegar en otros; contra otros (against-one-another) o donde reina la desconfianza y suspicacia frente a los demás; y mediante otros (through-one-another) donde prima el egoísmo, la ambición y la competencia (Simmel 1949).
En los relojes y en las entrevista podemos encontrar ejemplos para cada una de estas posibles formas de los lazos entre las personas, pero podemos afirmar que la intencionalidad de vigilancia constante deriva especialmente en una sociabilidad urbana donde reina la desconfianza y la suspicacia cuando se trata de extraños. Cuando se trata de las personas de la familia predominan una forma de sociabilidad basada en la preocupación, la cooperación mutua y el control. Como corolario de esto, el cuidado hacia los demás se restringe a un grupo limitados de personas y las relaciones con los demás se vuelven pesadas y llenas de supuestos, prejuicios y temores. Esta intensificación de las relaciones, para usa el término de Lofland (1985), basadas en una intención securitarista hace que la tensión entre disfrutar de la presencia de los demás y los temores frente a éstos bascule hacia el lado de los temores.
Por todo lo anterior, entendemos la securonormatividad como un conjunto de reglas, apropiaciones del espacio, expresiones, posturas del cuerpo que implican, sobre todo, un asalto a la solidaridad y la confianza. En una condición de securonormatividad generalizada como Bogotá, el espacio público, esencia de la ciudad que se crear a partir de los encuentros entre extraños, se ve deteriorado como producto de la practicar sostenida de la suspicacia. La securonormatividad favorece una suerte de círculo vicioso de invenciones técnicas y sociales destinadas a vigilar más haciendo que la vigilancia se sienta como algo necesario y normal del funcionamiento de todos los espacios y no como la evidencia de una ruptura en la sociabilidad. La conexión de esta actitud con las posturas políticas de las personas ha sido analizada en otro contexto en el que se encontró que la securonormatividad está asociada a un sentido común securitarista caracterizado por el sectarismo político y social.
Pero también, estar securonormativizado “permiten ver” el peligro, detectar fuentes de riesgo, “saber qué está pasando” y, en consecuencia, dictan (regulan) cuál debe ser el comportamiento. Usando los hallazgos de Joyce Davidson en sus interesantes trabajos sobre la agorafobia (Davidson 2003a; 2003b) podríamos decir que ser y estar securnormativizado se convierte, paradójicamente, en un recurso en el sentido que el sujeto puede construir un marco de acción y unos límites personales para interactuar con los demás. Por todo lo anterior, entendemos a la securonormatividad como una contradicción sustancial de la urbanización en el Sur Global y un reto mayor para construcción de sentidos de lugar positivos. La obsesión de vigilancia es un problema esencialmente relacionada, por supuesto, con la reducción substancial de las agresiones y robos, lo cual es un proceso que pasa por políticas públicas destinadas a desactivar la delincuencia. Sin embargo, debido a que la saturación de la vigilancia está relacionada también con la circulación de discursos maniqueos, la alta mediatización de los eventos delictivos y la existencia de etiquetajes sociales, es pertinente pensar en otras alternativas complementarias para des-intensificar la obsesión de vigilancia y, su corolario, la intolerancia social.
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Anexo 1
Un ejemplo de los 125 relojes de prácticas espaciales diligenciados
Notas